LUKE nº 181 noviembre-diciembre 2017

luke

DoblEspacio: Cristina Sánchez López (Colombia)

Cristina Sanchez López

Nos comparte este breve ensayo sobre la escritura y un poema:


De “Notas personales sobre el acto poético”

Escribir es causarse una herida profunda, una herida navegable. Con todo, este juicio indiscreto frente a la actividad creativa, no tiene efectos distintos a los de cualquier confesión, excepto por el hecho de que, llama a reconocer que existimos al filo del verbo, sin llegar a exilios admirables ni a testimonios de afirmación plena. Ciertamente, en seguimiento de ese impulso de la voluntad, uno consuma, entre otras cosas, la renuncia al yo último y a la solidez del mundo observable. A la propia vez, uno se entrega al vértigo del destino y a la alegría insegura de cada movimiento, es decir, a la indeterminación ontológica de la vida en sí misma.
La palabra, se burla de nuestro carácter con una superioridad atractiva, y es este pasmo, el que nos conduce a demandarla incisivamente sin que la honremos en ningún texto. El displacer golpea en las entradas orgullosas de la imaginación, y a nuestras tentaciones cognitivas, a nuestra necesidad de acceso a las referencias elementales de los acontecimientos, les siguen brotes que prueban nuestra lengua, como si se tratara de un verso conflictivo que redunda en su crecida.
Es el desbordamiento de lo vivo o la promesa de su exceso valioso, entonces, lo que justifica esta sacudida del ser que llamamos poesía. En otros términos, es la disponibilidad temporal de los límites de significación de cada evento que se nos descubre en la experiencia – y no su destitución seductora-, la que provoca el metabolismo de los signos poéticos propiamente dichos, así como es esa disponibilidad total, la que, estimula las operaciones, placenteramente, abstractas que fundamentan el mérito artístico.
La poesía, se ocupa de las proyecciones paradójicas de la sensación y acepta que ellas entren, con igual posibilidad de exaltación, en el espacio de nuestras traducciones. Ahora bien, si para perfeccionar la forma poética, nos servimos de mecanismos como la razón o la verdad o de registros intuitivos inestables y de fuentes de perplejidad, esta es una cuestión más o menos librada a la contingencia endógena de los procesos de producción de sentido y al posicionamiento del intérprete que, en cualquier caso, tolera sus obsesiones y se niega a ver en sus motivos, temas e ideas, pasatiempos deleznables —miserias—, pero, asegura el margen para el juicio de dignidad de sus creaciones.
Consistentemente con lo anterior, el acto poético, sería un deber insoportable, si uno evitara su ser ante toda comparación con la fuerza y la novedad influyente de lo dicho. Pero, indudablemente, también sería un artificio sofocante o una especie de patetismo complaciente, si uno no buscara extraerse, con un grado de deslumbramiento permitido, de entre los objetos de conocimiento y de deseo con los que se intenta definir el ámbito de la intimidad perezosa.
Escribir implica lanzarse en un plano de correlaciones y mutaciones semiológicas que califiquen la explosión de los límites entre las categorías del lenguaje y recuperen o activen el potencial semántico de aquellos eventos - referencias temporalizadas de la experiencia-, sobre cuya marca disponible, se formaliza el coqueteo entre la incertidumbre y la palabra.
Sin poesía, toda la tierra de todo, sería apenas la periferia de nuestra existencia, una estatua ridícula o nula para nuestros sentidos.

De Canciones para caer

BALADA DE OCTUBRE

Si yo pudiera verme ahora: infinita,
irreversible en el agua vertical de
mi abandono; si pudiera, en la común
bienvenida del otoño, multiplicar las
hojas que caen hacia mí, como una
desnudez que cabe en otra. Si yo
pudiera, al viento, alcanzar la edad
que nunca pude o amar, con vital
tiranía, la imagen de la tierra, y
agradecer la flor entre las piedras.
Si yo pudiera, la muerte, valdría ese
deseo que se ofusca entre las cosas,
ese deseo desoído por la indirecta
continuidad de lo que somos.
Pero, hay tanto quedando por fuera
de mí, ajeno a la prevención o la evidencia ,
hablándose a sí mismo, disponiéndose
un instante excesivo, confiándose, sin mí,
a los poros de la vida de siempre,
existiendo fuera de mi carne sin futuro.