nº 183: marzo-abril 2018

Poemas

Juan Antonio Masoliver Ródenas

Juan Antonio Masoliver Ródenas
Foto: © Sònia Hernández

BIOGRAFÍA

Juan Antonio Masoliver Ródenas. Barcelona, 1939. Catedrático jubilado de la universidad de Westminster (Londres). Profesor del máster de Creación Literaria de la universidad Pompeu Fabra. Crítico literario de “La Vanguardia” de Barcelona. Narrador y poeta. Su libro de poemas más reciente es “La negación de la luz” (Acantilado, 2017)


POÉTICA:

En todo poema está o debería estar implícita una poética, que no puede ser la misma para cada poeta y que es intransferible. En mis poemas trato de fundir lo sublime de los cuerpos con lo sublime del espíritu. De convertir el pasado en presente y el presente en pasado. De transmitir a la muerte la vida de las palabras. De encontrar el sentido de la revelación. Y de abrir las ventanas al paisaje.

Amo
a un amor que no conozco.
Vivo
en un pozo sin luz.
Soy
un alma vacía.
y un pésimo poeta.
Y no puedo ser otro.
Amo
a una triste falacia.
Adonis
calvo ante el espejo,
Desnudo,
con los lagrimales vacíos.
Soy
todo lo que he dejado de ser.
Dibujaba
corazones de barro.
Y cuando aprendí a amar
no había nadie.


¿De quién es la cama junto al mar
con las sábanas cubiertas de sangre
y de sal? Los muertos que paseaban
por el Camino Real del Masnou
hace tiempo que han muerto.
¿Por qué murieron? ¿Cómo?
¿Por qué abrieron las puertas
a la muerte? ¿Adónde los llevaron?
Aquella noche muchos huyeron
de sus casas
y ya nadie le ha vuelto a ver
porque para muchos
no existieron nunca.
De noche oíamos los remos en el agua,
barcas que nunca más regresarían.
En la orilla lloraban las mujeres
y también oíamos sus llantos.
Las mujeres cubrían su desnudez
con mantillas o manteles o sábanas
que luego serían sus mortajas.
Muchas sacaban los enseres de sus casas,
Eran demasiado hermosas
para pasar desapercibidas
por los asesinos.
No las puedo borrar de mi memoria.
Y ahora,
en tiempos de una paz inverosímil,
paseamos juntos al mar
y pensamos en las hermanas Rosell,
en Marina Pagès, en Marta Hombravella,
en Helena Gibert,
en Conchita Llinàs,
en la monja sin hábito,
en todas las muchachas del baile
y de la playa en verano,
mujeres deseadas y hoy ausentes.
Y un desconocido apoya la cabeza
en la cama abandonada.
y gime suavemente.
Se vuelve y es alguno de nosotros
que no vio la violencia en este pueblo,
sólo estas sábanas de sal y sangre
de alguien que tal vez fue nuestra madre.
Descanse en paz
en el que fue su lecho.


Este día luminoso de enero
como el primer poema de juventud
o el primer seno. Este día de luz
de la primera flor de la mimosa
que ciega la memoria
de la otra mimosa
en la que lloré la muerte
de mi padre, días de lluvia
y oscuridad, como el crujido
de los postigos
de la casa ahora cerrada
como se cierra la luz
en los días de invierno
o el sonido de las campanas
de matrimonio o muerte.
Y un seno en la ventana
que se abre
y vuelve a deslumbrarnos.
Nadie muere de verdad
hasta que ha muerto.


Jugaban mis padres en el jardín.
Las mariposas agonizaban en las flores.
Dormía la calandria en las ramas
de la primavera.
Las paredes de cal del verano
se pueblan de recuerdos
entre insectos y lagartos.
Estoy desnudo en el centro
de la plaza de las mujeres
ancianas pidiendo la absolución.
Duermo en el vello de los muslos,
beso los pétalos del esfínter,
peco en nombre de la plenitud,
de la ebriedad marítima. Huyo
de las palabras que me acechan,
de las manos que escriben,
de los pies en el mármol y la luces
en el horizonte del mar.
Reclino la cabeza en tu pecho,
busco tus manos en mis pezones.
Soy. Camino por las calles
sin bombillas y le pido a mis pies,
les suplico en el llanto
que dejen de abandonarme.
Soy lo que fui,
lo que nunca dejaré de ser,
como aquella cruz en el horizonte
donde agonizaba el hijo de Dios.


Mi vecina sale desnuda a la terraza
a tomar el sol,
a tender la ropa
o a regar los geranios.
Yo leo absorto las Confesiones
de San Agustín.
Mi vecina sale desnuda a la terraza
a tomar el sol,
a tender la ropa
o a regar los geranios
mientras canta sensualmente
una canción que no llega
del todo a mis oídos,
absorto como estoy en la lectura
de las Confesiones de San Agustín.
Cuando miro hacia la terraza
ella ha desaparecido
y yo cierro los ojos
pensando en la mujer
desnuda cantando sensualmente
una canción que halaga
a mis oídos.

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© 2018 Luke

ISSN: 1578-8644

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