Menu

LUKE nº 169 Febrero 2016

María Villar Portas

Poemas de la velocidad del silencio

poemas de la velocidad del silencio

Ilustración: @ardiluzu

CONTINUO NOCTURNO

Hace años que habito un destino,
un lugar que nadie conoce,
aunque hablen de él como si fuese suyo.

Mientras, yo sigo así,
aquí,
tan llena de dudas y pensamientos
como de certidumbres y hechos.
Solapando el dolor propio con el ajeno,
despreciando la realización de mi propia vida,
intentando comprender mi latido,
la consecución de una voz única,
mi respiración, mi rostro hoy.

Tengo necesidad de un espejo
que no rehúya mi corazón,
que no tema enfrentarse
a la justicia del cuerpo,
a la sencillez de la mente,
al silencio de la paz.

Aspiro a levantar mis brazos
para encontrar otros inquietos como los míos,
sin saber si las sombras dejarán crecer los días,
si la frescura del cielo apagará o encenderá
el resplandor del fuego diario,
o si el cansancio sabrá del frío.

En este continuo nocturno
sigue la lluvia pisándome la piel,
moviendo su humedad sobre la noche,
sobre la sonrisa de la oscuridad,
para que nada cambie otra vez.


TIEMPO

Hay días que no entran en mi vida,
relojes sin agujas,
que no son, ni sé nombrar.
Quieren aparentar silencios entre sol y sol
para escribir notas de libertad
en un pentagrama de oxígeno.

El tiempo tiene su propio cansancio,
el de los días de su tertulia entre bambalinas,
capaz de crear grandezas de los nadies,
miradas que se clavan en el papel de la pared,
para vivir, o destruir y huir.
Incluso capaz de soportar
las vidas escondidas tras una puerta cerrada
en tránsito de escribir su propia historia,
sólo una más dentro de la historia general de las historias.

Un pétalo en un mar de pétalos:
somos todo,
somos nada.

Apenas un segundo contenido entre otros dos,
y así en un infinito de años,
cansado el minuto de ver,
una y otra vez,
la sucesión de sus colores,
el sabor igual de los dulces y los ácidos,
los olores que ya no pueden más
de tanto desaparecer evanescentes...

Luz que se sucede a sí misma,
hasta el evo,
allí dónde todo y nada caben a la vez,
el principio y fin de todo.
El lugar en que somos únicos o copias nuestras,
las mismas que empiezan a vivir
en aquel mismo minuto que hemos dejado atrás,
aunque con otra arruga.

Ese tiempo del que nadie ha vuelto
para constatar si su eternidad es buena o grande,
si mi casa-tu casa está en ella
y ella en nuestra casa,
es inmune a los años del mundo
mientras intentamos vivir.