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LUKE nº 169 Febrero 2016

Claudia Capel

Jardín poético: IX

Lo que duele como una flor es lo que la poesía cuenta a través del corazón del poeta, el instante que late en el recuerdo y en la intuición al mismo tiempo.

claudia capel

IX.- Duele como una flor

En las flores hay ausencias, rituales del amor y la muerte, espinas, cuchillos de perfume, vacíos invisibles, cicatrices.

Cada poeta cultiva su dolor, lo escribe, lo esconde, le pone pétalos y paisajes con pájaros y sombras que nadie más ve, un dolor que se cura cuando florece.

Wislawa usa los dedos, lo toca, lo muestra con las manos abiertas y lo entierra: “Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo / el primero. / Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa. / Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo”.

El tiempo que duele no pasa igual que el tiempo, no tiene la misma forma ni el mismo color, las horas huelen a vidas enteras, las noches no duran igual que la luna.

“Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia / a serenar la sien del pensamiento” dice Miguel Hernández en El rayo que no cesa, en esa sin noción del tiempo, en toda pérdida que es la ausencia. “Flores de telarañas / de mis tristezas recojo”.

Todo es anterior a la muerte pero cuando la muerte llega, en cualquiera de sus formas, todo es para siempre, el amor, la infancia, la madre, el momento, como el poema de Hernández: Al doloroso trato de la espina, al fatal desaliento de la rosa y a la acción corrosiva de la muerte.

La acción corrosiva de la muerte es lo que se marchita en el jardín, lo que desaparece aunque todavía existe, lo efímero que Emily Dickinson cuenta del cielo y del verano, del aire y la poesía: Ver el cielo en verano / es Poesía, aunque no esté escrito en ningún libro / Los verdaderos poemas huyen.

El dolor presentido del poeta, ese miedo y esa inspiración, la premonición lírica del jardín: En mi flor me he escondido, dice Emily, para que, al deslizarme de tu vaso/ tú, sin saberlo, sientas/ casi la soledad que te he dejado.

Lo que duele como una flor es lo que la poesía cuenta a través del corazón del poeta, el instante que late en el recuerdo y en la intuición al mismo tiempo.

Federico en su Diván de Gacelas y Casidas habla del siempre-siempre en su jardín de agonías y del cuerpo fugitivo. “No te lleves tu recuerdo//Algunas veces el viento /es un tulipán de miedo/es un tulipán enfermo”. Federico con su rosa, sus espinas, sus dolores brillantes y su pena, el que se ha perdido muchas veces por el mar, con el oído lleno de flores recién cortadas, es una tragedia y una felicidad, huele a sangre y a aire.

Las flores del amor y de la muerte y todas las flores que pasan por nuestra vida en forma de momento, de cuchillo, de risa, de dolor, de miedo son el perfume que nunca se olvida, el siempre-siempre, esa esencia que la poesía intenta atrapar de los instantes para que sean eternos.

Salvatore Quasimodo vio una mujer caída entre las flores cuando murió su madre. “Se adivinaba la estación oculta/en la ansiedad de la nocturna lluvia,/en el vaivén celeste de las nubes/como ligeras cunas ondulantes.../ Había muerto YO”.

Lo que duele como una flor no se parece a ningún otro dolor y eso es lo que escribe el poeta.

La flor dolor es lo que Frida Kahlo escribió en su autorretrato con collar de espinas y colibrí, cada pétalo hueso de sus colores y sus cartas de amor: Mereces un amor que se lleve las mentiras, que te traiga la ilusión, el café y la poesía.