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LUKE nº 169 Febrero 2016

Javier Sánchez Menéndez

El libro de los indolentes (Sobre la poesía)

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Amar la poesía es un símbolo de indolencia, una dificultad que requiere soledad y silencio, sacrificio y entrega permanentes. Todo lo que un ser humano necesita para vivir se encuentra en la poesía, el género artístico por excelencia.

El libro de los indolentes.
Plaza y Valdés Editories, 2016.
ISBN: 978-84-16032-80-8.
Tamaño: 15 x 21 cm.
Páginas: 244.

Leer El libro de los indolentes es un viaje hacia un lugar desconocido en el que habitamos todos los días, un recinto fortificado y sin murallas, un río que mana verdad. El poeta José Luis Piquero ha dicho de esta obra: «Delicadeza y anatema, acierto y desenfoque, reflexión y divagación; todo ello encontrará el lector en este libro del desasosiego que rezuma vida y literatura, que irrita a veces y fascina casi siempre».

Para Platón existían los géneros supremos. Eran varios. Habla de ellos en el Filebo, en el Timeo y en el Sofista.
De todos hago propia la idea de contrario del Teeteto. La oposición es reflexión y comparación.
El amor infinito, los afanes, que escribiera Leopardi.
Tal vez recuerdo a dios porque estoy solo. Lo dijo Luis Rosales.
Los géneros supremos no son categorías, adoptan el nombre de estirpes, su éxito radica en la contradicción.

*

Mira el camino. No dejes de observarlo. Nunca apartes la vista, aunque azote la niebla. Esa ruta es misterio, una magia que evita la proporción y el éxito. La vía es la virtud. La única dirección a la armonía.
La poesía es el camino que nunca finaliza.

*

A pesar del buen tiempo van cayendo las hojas. Las piso y su ruido disimula el contacto con el suelo. Amanece pronto. El nublado cielo engaña. No es mediodía.
Disponemos de instantes. Solo de momentos donde el agua se transforma en una luz irreal. Entonces llega el mediodía.
Esa luz irreal es la muerte.

*

Aprendo del sol y de la luna, de la tierra y del cielo, del agua y de la arena. La importancia indudable nunca requiere explicación, precisa de humildad, de la iluminación que producen las cosas intermedias.
Nunca camino hacia la perfección, tampoco viajo al localismo definido por la inconsistencia.
La poesía es incorpórea, nunca le pongas nombre y apellidos. Disfrútala en silencio, en la más absoluta soledad, allí radica su dimensión y su pureza.
Aléjate de los maestros contemporáneos. Son indecibles e inoperantes. No poseen ni la sensibilidad ni el afecto. Son descriptivos, parciales y caducos.
No te consideres culpable y sé discreto. Las cosas intermedias son noéticas.

*

La armonía es el equilibrio entre la ética y la estética. El oboe barroco, Cicerón, Fausto de Goethe, el ideal de Spinoza, la retórica de Landino, las traducciones de Platón de Ficino, los estudios de Kristeller.
Todo guarda ahora relación. Observo los ojos del número 88 y veo en ellos la unidad entre la ciencia y la creencia, la más pura mesura. O como dice Leopardi: aparición angélica, / en la terrena estancia, / en la altura de todo el universo.
Sigo en el lecho, pero no habito allí. Estoy fuera. Tengo toda la vida entera ante mis ojos El pasado no está en la baraja de cartas que tenemos en las manos, es una absurda creencia, la ausencia de esperanza.
Las cartas por jugar solo permanecen en el presente, modulamos los deseos como hacemos lo propio con la poesía verdadera, aquella que no es mera sucesión de relatos, la que es primacía de nuestra existencia, la reminiscencia.
Vuelo con Rilke por los serrallos de Estambul. Me sigue el número 8.