nº 184: mayo-junio 2018

El esqueleto ardiendo

Jesús Aguilar Marina

el esqueleto ardiendo

BIOGRAFIA:

Jesús Aguilar Marina, Madrid (1945). Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Su trabajo, "Pájaros de la luz y la lluvia" (El Desvelo Ed.), ganó el Premio Gerardo Diego 2014. Sus colaboraciones poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.

POETICA:

La poesía de Jesús Aguilar Marina, que aspira a universalizarse desde la reivindicación del yo, es la de un moralista que basa su sistema en la razón y el conocimiento. El hombre superior aprende incansablemente con el fin de realizar sus principios. La vida del hombre moral es una verificación del orden moral del universo. La ley moral equivale a cultura, a excelencia.

Su poesía es la obra de un autor que atesora plurales lecturas de todas las épocas, cuyos motivos sabe reelaborar y modernizar mediante el uso de símbolos tradicionales. Una obra de renovado clasicismo, puesto al día gracias al dominio formal y a la nobleza expresiva, tanto en los poemas extensos como en los breves, que destacan, en ambos casos, por su intensidad y distinción.

SATURNO EN CAPRICORNIO

Esas lenguas que cortan como espada,
esas sombras deformes o esos pasos
que se afanan grotescos bajo el peso
de sus patas de lobo, no escapan de la muerte,
a ella rinden su espíritu glacial,
su destino de súcubos que habitan
entre foscos emblemas saturninos
junto a los manantiales de la nada y la noche.
Ángeles enlutados hunden en ellos sus espuelas,
atraviesan la carne con sus picas
y asedian columbarios donde crecen las zarzas,
donde frías auroras iluminan el tedio,
las ondas de furor y de cólera con un alfanje
azul. Pasto de tigres y de perros, nadie
ha de llorar la sangre que por la hierba corre
herida por la herrumbre, cubierta por el liquen,
por las ciegas lombrices de la tumba.
Nadie que no conozca su verdad,
los vientos que lo azotan, y se cargue
con sus obras y culpas, escuchará la voz
de las valkirias ni escribirá los salmos de los dioses,
versos de barro al fin, insomnes, moribundos,
que confiesan secretas imposturas y falsas
lealtades, cincelados en tropeles de brumas,
sin testigos, llegados de un palacio de fango,
del silencio que crece, concebidos
entre jazmines fieramente tristes.


TAN SOLO

El hombre llega inerte desde reinos borrosos,
exhibe su penuria, su despojada arcilla,
ronda por los alcores, cosecha desconsuelos,
padece los caprichos de un azar displicente.
Cuenta las horas muertas con sus lívidos pasos,
cruza, confuso y solo, lentos días vacíos,
oculta sus temores tras las máscaras frívolas.

Precaria vanidad sin alas ni jazmines,
efímera materia hacia el yerto horizonte,
oración enlutada, perecedera púrpura,
despojo tentador para los gavilanes.

El hombre es un enigma que yace en la penumbra,
un ritual de conjuras, temblores y torpezas,
un tiempo fugitivo que quiere infinitud.
Tiene un tropel de pájaros ahogados en el pecho,
cúmulos de ceniza, espinas y mordazas,
vanas obstinaciones en conmover al viento,
anhela ser un dios y es tan solo su náusea.


SUEÑOS A LA ORILLA DEL MAR

Tarde lenta de otoño -con su luz moribunda-
en las islas del Sur, donde mis torpes sueños
me llevaron buscando la fortuna
de aquellos que nacieron inmortales.
Tarde lenta y dorada que se extiende
por los crepusculares terebintos,
por la espesura de la herida, por la poblada
ausencia de los monstruos fabulosos
que no hallé, y en la que la memoria
parece disponerse para la eternidad.

Tarde lenta y vacía que me acerca
las lámparas huidizas del poniente,
que insiste recordándome el saqueo
de las horas burladas, vulgar viajero, al fin,
entre la gris comparsa de viajeros,
explorador común que nada descubrió;
fútil sombra que, lejos de su casa,
conoció la nostalgia buscando vanos mitos,
y que, frágil, lloró ante la belleza
-como ahora- de las tardes dolientes.

Una sed desdichada fue conmigo
por las piedras de las noches extrañas;
su fiebre fue la fuente de unos versos esquivos
que no supe escribir, y que ya no es posible
rescatar de los pozos secretos donde espera
la blanca estrella de la desnuda poesía.
Ahora evoco la arena del camino
bajo el débil perfume de un sol rojo,
y oigo, breves, las canciones de un pájaro,
el desvelo de los sueños esclavos.

La vida, ese incierto destino que nos roba
justicia e inocencia y como astuta circe
nos seduce, me ha ofrecido más penas
que alegrías, pero tampoco en eso
me distingo del resto de los hombres,
de los que vi salir entre las tumbas
sin enmendar sus yerros, de los bultos
quebrantados que quedaron allí,
bajo la lluvia de las playas solas,
fardos negros y fríos en el alba.

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© 2018 Luke

ISSN: 1578-8644

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