nº 182: enero-febrero 2018

Microrelatos

Asier Susaeta

Asier Susaeta

Nací en Vitoria-Gasteiz en 1978, soy ingeniero industrial y empecé a escribir microrrelatos en 2015. Desde entonces he aparecido en diversas antologías: Microvuelos (2017), de la web de escritura “Esta Noche te Cuento” o la selección de obras del Microconcurs 2016-2017, convocado por la Biblioteca de Barberà del Vallès. Recientemente he ganado del concurso de microrrelatos “Ganarás la luz” organizado por Escuela de Escritores, Ayuntamiento de Madrid y la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas. También tengo un blog donde publico algunos de mis relatos.

EL ORDEN DE LAS COSAS

Me hacía preguntas constantemente, supongo que como tú. Como todo el mundo. Unas eran recurrentes (si de mayor te parecerías a tu madre, en qué año acabaríamos de pagar la hipoteca, cuándo conseguiría mi Atleti, por fin, una Champions…), pero de un tiempo a esta parte, otras, más circunstanciales, empezaron a asaltar mi cabeza: ¿cuántas camas tiene el Ramón y Cajal?, ¿ganarás la luz de un nuevo día?, ¿deberíamos donar tus órganos?, ¿cuánto tardará mi cuerpo en caer desde el balcón?

He averiguado que las nuevas se resuelven antes y que algunas de sus respuestas están en la Wikipedia.

CHIVO EXPIATORIO

Sacamos la figura de la sacristía de noche, aprovechando que Fran era monaguillo y había escamoteado un juego de llaves. La transportamos en la parte trasera de la furgoneta del padre de Roque y llegamos a la nave de trigo abandonada cuando ya amanecía. Tras apoyarla contra la tapia, observamos aquella escultura fuera de la iglesia por primera vez en nuestra vida: la corona de espinas, las llagas que parecían sangrar de verdad y los ojos tristes que nos miraban desde lo alto. Esos que todo lo veían. Marcos, situado a mi lado, siempre era el más valiente y fue el primero en tomar un canto del suelo. Dijo que lo había visto hacer en una película, en un cine de barrio de Barcelona, y el resto lo imitamos. Como un pelotón de fusilamiento, elevamos cada uno nuestro brazo más desarrollado, empuñando la piedra con la mano que sofocaba los bofetones de nuestras madres. Esa misma mano impía con la que pecábamos.

LA RESERVA

Entierra la azada, sin ganas, con la convicción de que cualquier avance será borrado por la noche y la tierra sustituida por otra nueva. Aunque tiene que continuar labrando, el grupo tras la cristalera le observa, así que levanta los brazos, inspira, hunde de nuevo la herramienta y se limpia el sudor de la frente con un gesto estudiado. “Oh”, “argg”, o “mirad, está transpirando” escucha entre el sonido de flashes. Pero la atención dura poco, el guía indica a la visita de las cuatro que, en breves momentos, comenzará el número estrella en el pajar.

SALDO POSITIVO

Siempre que me han preguntado si he visto algún dragón o un ángel extraviado yo he respondido que no, aunque nadie sabe que solo he conocido a cuatro hombres buenos que no alcanzaron los treinta y a once mujeres que vendieron a su hijo por un precio razonable. En estos siglos he tenido todas las conversaciones posibles y he comprobado que ellos se muestran confiados si las brasas de una hoguera se reflejan en sus ojos. Ellas, sin embargo, se han ido alejando del fuego, cada vez huelen más a jabón y les encanta que les hable acerca de mi mapa de cicatrices: “ésta es de las cruzadas”, “la firma que me dejó la guillotina” o “de ahí brotaban mis alas”, les confieso ya sin temblor en mi voz. La verdad es hoy la mejor de las mentiras. Ni siquiera sé ni por qué me esfuerzo en vestirme como ellos. Podría exhibirme tal y como soy. Pero esta tarde aún guardaré las formas, elegiré una camisa verde, pantalones vaqueros, unos zapatos del cuarenta y tres, el punto del parque hacia el que señalan todas las veletas; una madre que primero ría y luego dude.

SIMULACROS

Otra vez suenan las sirenas, sacando al pueblo entero de su letargo. Sus habitantes corren a reunirse en el búnker y allí esperan a que el alcalde dé la orden para regresar a sus hogares, o al Teleclub, donde comentan lo importante que fue construir ese refugio. Cuando esto ocurre, las parejas hacen el amor como si fuese su última oportunidad, los niños juegan hasta tarde en la calle y los viejos devoran la novela que tienen entre manos; todos celebran estar vivos y se prometen no volver a olvidar lo afortunados que son, aunque la guerra haya acabado hace años.

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© 2018 Luke

ISSN: 1578-8644

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