nº 182: enero-febrero 2018

Los perros al sol

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los perros al sol

FICHA DEL LIBRO

Los perros al sol
Arte Activo ediciones, 2017
Colección MENHIR
ISBN: 978-8-947186-9-4

Preguntas a Roberto Lastre a propósito de su último libro: Los perros al sol
Por Catalina Garcés

CG: Los perros al sol, es un poemario de nostalgias, pero también de amistad, de amor y sobre todo de familia, del vínculo con la tierra en la que se nace. En esta medida, ¿consideras que este es un libro diferente, nuevo para ti, o ya has trabajado estos temas en los libros anteriores?

RL: En el año 2003 una novela El tiempo de la vida ya no me domina, estuvo entre las diez finalistas del Premio Internacional “Fernando Lara”. La historia de esta obra resume veinte años de la historia de Cuba, entre el año 1958 y el 1978. La escribí a principios de mi exilio, mientras trabajaba a tiempo parcial en la Universidad del País Vasco. Fue un parto de cuarentaicinco días. Desde la mañana hasta el anochecer escribía casi sin parar, sin embargo, su historia tenía muchos años, desde el año 1978.

Antes había escrito dos novelas que también desarrollaban sendas historias relacionadas con la Cuba que yo viví; pero nunca pude escribir poemas relacionados con las circunstancias de mi vida en mi país. La poesía se encubre aunque se muestra y el intérprete está casi siempre mirando a otra parte donde no está la poesía. En mi poemario de 2010, Vapor del vacío, ya me atreví a interpretar la poesía que se va sedimentando en la memoria. Tres poemas recogieron algo de la poesía que la nostalgia y el amor por mi familia, habían dejado en mi presente; pero no ha sido hasta hoy, o ayer mismo, en el año 2017, que me he sentido un capaz intérprete de esa poesía de la memoria. Los perros al sol es como un inventario de ausencias, de faltas. Es tan cercano que no lo habría podido escribir antes. Para traducir al lenguaje esta poesía tan concentrada en los recuerdos se necesita mucho tiempo de ejercicio, aunque yo sigo siendo un practicante.

CG: ¿Crees que es posible aventurarse a pensar, qué hubiera sido de esa Habana sin la Revolución, qué sería de ella ahora?

RL: En Los perros al sol, La Habana es quizás un sujeto poético. La ciudad conduce y se oculta como una dama de luz, se muestra y sonríe como en un retrato antiguo. La Habana es una ciudad que se mete en la vida de su gente. Nadie puede vivir sin ella después de habitarla y conocerla; pero mi generación vivió una Habana que se desvestía. Disfrutamos la ciudad que se iba, la que únicamente era pasado. Nosotros vivíamos en el pasado de La Habana. No había nada nuevo que entusiasmara o negara esa ciudad que ya no era, pero seguía siendo. Se podía borrar todo, afearlo todo con edificios uniformes y horribles, con el descuido y la oxidación de las columnas, con la basura esparcida en sus calles..., pero La Habana era ya la gran bella ciudad antes del desastre y se impuso a sus destructores.

Si no hubiera habido esa revolución social, la ciudad no hubiera sufrido tanto; aunque tampoco la hubiéramos conocido tanto. Conocemos más lo que amenaza con extinguirse. Así que buscábamos cada rincón de La Habana, no fuera a ser que desapareciera ella, la gran bella ciudad del Océano Atlántico, como iban desapareciendo sus bares y sus salas de cine, sus tiendas y sus viejas mansiones.

No sé si todo lo que se fue yendo, si todo lo que se fue cerrando, hubiese permanecido o seguiría abierto; pero es seguro que las ciudades las construyen sus habitantes y mi bella ciudad en manos de sus gentes habría mantenido su esplendor de siempre, aunque no sé si hubiera podido mantener su aire melancólico. La melancolía se la hemos dejado los que huimos de ella con el temor de no volver a andar por sus calles. Es increíble, pero La Habana tiene hoy la belleza de la ausencia. Todo lo ausente cubre paredes y calles como el musgo y los líquenes que sustituyen la pintura de los muros centenarios.

CG: A pesar de la escasez, del miedo y de las familias separadas porque, como tú, algunos de sus miembros tuvieron que marcharse, ¿hay algo que la Habana nunca haya perdido, que haya permanecido intacto?

RL: La Habana nunca fue una ciudad estancada o cerrada. Su historia es la de la modificación, expansión, modernización... No nos sorprendíamos cuando cerraban algún comercio o sitio, ni cuando se creaban instalaciones nuevas en las viejas o espacios nuevos y útiles, porque esa era la inercia de la ciudad, como una sierpe que muda de piel y no pierde su naturaleza ni su aspecto.

Después de trece años sin volver, no hallé mi casa. Habían construido edificios y otras calles en mi barrio. Tuve que conocer vecinos nuevos y costumbres desconocidas. No obstante, a los pocos días emergió la imagen de la ciudad de mis recuerdos y fui recorriendo mis edades; pude reconocer los parques, plazas, esquinas y calzadas que pensaba imaginadas. La Habana está ahí. Es la resistente, la de siempre en su esencia cambiante. Y no es por su arquitectura, por su composición, sino por ser un asentamiento humano concebido para la alegría.

En mi libro echo de menos a La Habana que viví y a La Habana de Tres tristes tigres y creo que no es una añoranza propia del habanero ni mía, sino de cualquier ciudadano que experimenta que su ciudad ya no es la misma ni nunca será igual puesto que nosotros tampoco somos los mismos. La ciudad permanece, es la misma y volver a encontrarla es una dicha innombrable.

CG: Este libro lo escribes en la distancia, desde tu experiencia como exiliado, ¿cuál crees que será la percepción de estos poemas para un lector cubano que no haya salido nunca de su tierra?

No importa si no has salido de tu tierra. Los poemas de Los perros al sol son interpretaciones mías de la ciudad que recuerdo o que miro en la distancia, pero el lector de allí necesita (lo sé) ver su realidad con distancia, recordar desde el recuerdo de otro, sentir con el sentimiento de otros, hallar su ser en la metáfora. Eso nos fue salvando de la inercia, del secuestro del futuro y de la condena del pasado durante muchos años.

Hoy habrá menos lectores que antes de mi exilio en 1998, y no sé cuáles son sus lecturas actualmente; pero este poemario puede ser bien apreciado y también despreciado por ideología. La ideología es una deformación de la conciencia y quema todo lo que no sea suyo o afín. Ha sido la ideología y no la aventura misma lo que ha truncado o frustrado o condenado de antemano toda alternativa socio-política, todo propósito de cambio.

CG: De todas las fotografías que hacen parte de tu libro, ¿cuál te ha hecho falta o de cuál no has podido escribir?

RL: He interpretado la poesía de imágenes que recuerdo. Las fotografías son muchas en mi memoria. Las reproduzco y es un ejercicio sublime, buscando los detalles de imágenes que vi en fotografías hace mucho tiempo. El tiempo nunca es mucho. Las escenas vuelven a menudo, a veces casi intactas si es que el recuerdo es un reflejo puro de lo vivido.

Sólo he podido hacer poemas de algunas fotografías, pero tengo ahora mismo otras, muchas, que reclaman su manifestación, como una con mi primer amor y mi primer cónyuge y la madre de mi hijo. Es una foto de fiesta de fin de año y ella estaba embarazada y se ve tan bella. Nunca fue tan bella como en su tiempo de embarazo. He pensado que debo escribir sobre la poesía de ese acontecimiento que es vivir la posibilidad de una nueva existencia y toda la poesía que segrega la ilusión.

CG: En “Juegos al escondido” dices: salíamos de casa escondidos, / entrábamos a los lugares públicos / a escondernos, ¿de qué se escondían?, ¿de qué ya no te escondes ahora?

RL: El grave problema que produjo “la sociedad comunista” fue la idea de crear a “un Hombre nuevo”. El “nuevo” no podía pensar como el “viejo” ni en lo viejo. Eso sería “diversionismo ideológico” que te condenaba a no tener futuro, ningún futuro en el sistema. Lo entrecomillo porque es el punto de ignición. El “Hombre nuevo” necesitaba ser verificado, comprobado en su “pureza” por el poder político-ideológico. Era como estar a prueba siempre. Y si estamos a prueba hay un evaluador, un juez perenne que señala con el dedo índice. Es un panóptico, donde al sentirte vigilado reproduces la vigilancia, te inhibes, te auto-censuras.

El problema fue que la “sociedad comunista” nunca destruyó la racionalidad burguesa, sino que la enmascaró con la “meritocracia”. (Sigo poniendo comillas). Y cuando nos descubríamos “pecadores ideológicos” a cada rato, herederos de una racionalidad prohibida y nunca sustituida, nos escondíamos. Nada de decir lo que se quiere decir. La vida social era como un juego a los escondidos. Ni siquiera podías confiar en amigos. Lo viví.

Ya no me escondo. Los utópicos de hoy en Europa ignoran que pueden ser utópicos y rebeldes y anti-sistema públicamente, porque no hace falta esconderse tanto. Esa libertad es una conquista histórica y con algunas utopías podría anularse. Deberíamos mirar a la historia. Ningún proyecto de cambio social puede generar ruina y censura. Ya no me escondo ni para decir esto: No se puede jugar con el pueblo, no se puede experimentar con el pueblo, no se puede USAR al pueblo para una ideología. Las ideologías son “el opio del pueblo”. (También el fútbol).

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ISSN: 1578-8644

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