LUKE nº 180 septiembre-octubre 2017

Enrique Gutiérrez Ordorika

Ulaan Baatar

Mungugur ¿dónde enterraste los cuentos que te llevaron a perseguir aquellos tesoros? ...

cruzar
Foto: ©ardiluzu

“¡Noches calurosas!
¡Estrellas ajenas!..."

Alexandr Pushkin (El viaje a Arzrun)

Kumis

La flecha corre más rápido que el caballo del darga en la fiesta del doi, pero antes asoman siempre su hocico los sueños. Onguirán busca el sol y llueve, llueve... ¡Buenos presagios! No se desbocará su montura, no le arrastrará hasta el confín en el que no existe retorno.
Mungugur ¿dónde enterraste los cuentos que te llevaron a perseguir aquellos tesoros? ¿La pezuña dejó un rastro que pueda seguirse? Aún lloras el pecado de tu ignorancia, aún ansías más de lo que tienes... Eres hombre al que la piedad ahoga. La piedad es una piedra muy grande para un mortal, una llave que puede abrir la puerta a muchos precipicios. La piedad es un pecado inofensivo para el rayo y el trueno, quién sabe si para alguno más de los dioses. ¿No oyes el cántico de los triunfadores? Un trago de vítores ebrios no puede apagar la sed de toda su amargura.
Hay montones de desmemoriados que olvidan el camino que vuelve a casa. Sardakpan, el del cuento, hace hogueras en la cima del Altai. El sol seguirá amaneciendo para los que beben el aragi.

Ulaan Baatar

Sujai Batar monta yegua de hormigón sobre la ciudad que no quiso ser ciudad; su esperanza descansa en la sutileza perpetua del perímetro montañoso que vigila su recinto. Hay un lama que trata de disimular el hacinamiento de demasiados dioses en un templo en ruinas. A lo lejos, se oye el ruido que hace un cuatrimotor cayendo a tierra. Entre los nómadas comienzan a oírse voces de ancianos que ponen en duda que sean sagrados todos los pájaros. Maidar, el dios sonriente, nos da la bienvenida. Somos profanadores que vamos a comprar postales del último paraíso... Los mismos que haremos rico al vendedor de velas.

Batyujat

El alba carga de nuevo la vieja luminosidad, el universo gira ausente a nuestras decisiones, abona nuestro mito de Hamlet. Oigo un nombre impronunciable que me deletrean con torpeza, e intento inútilmente decir Batyujat, como si fuera el conjuro mágico que me va a aliviar la importancia del mundo, para que la franqueza se adueñe pacíficamente de lo sencillo y el oído capte el silbido del aliento que nutre la caricia de la humilde brizna de hierba.

Hadak

Ronda tu yurta un perro rabioso -¡maldito Hara Ghisem!- al que no espantan los insultos... Trae un pañuelo azul claro que ofrecerte. La abuela corta ramas de yrgai para el látigo, pero el perro trepa a la cima de la colina y aúlla con melancolía a las aguas de la catarata. Hay luna llena en el ocaso y jóvenes que abusan de los prodigios cuando nace un edelweis al lado del camino.