LUKE nº 180 septiembre-octubre 2017

Kerman Arzalluz

PRODUCCIONES LENTAS presenta: de lo peor lo mejor

Poco importa. Como manifestó James Franco, la considerada “Ciudadano Kane de las malas películas” es actualmente una película de culto, que lleva proyectándose más de una década por toda Norteamérica.

65 Zinemaldi

Sección Oficial: un repaso aleatorio.

Lástima de bagaje cultural…de su escasez en mi caso, claro, porque el fallo del jurado de la Sección Oficial de la 65ª edición del Zinemaldi donostiarra, brinda una ocasión pintiparada —que diría un cursi— para tirar de sentencia presocrática o aristotélica, incluso de algún aforismo de Cioran, y transmitir así de una manera elegante el mensaje que pone en valor esa Concha de Oro que acredita como mejor película a la que trata sobre la peor película de la historia. Seguro que la hay. Una de esas máximas de Séneca, que de un modo certero y brillante recogiera el mensaje que se puede deslizar de la película, sea este que toda experiencia se traduce en enseñanza, que el error es el mejor método de aprendizaje o que de algo malo puede surgir algo meritorio, que lo peor puede servir de inspiración, fundamento o punto de partida para alcanzar algo notable.

The room es la oruga fea y peluda. Como diría un crítico cinematográfico de un diario donostiarra “Un largometraje perpetrado por el destajista de turno. Una buena idea sería perdérsela”. Y The disaster artist, la agraciada mariposa, por obra y gracia evolutivas de James Franco.

Vaya por delante que el marchamo de “peor película de la historia” es tan inconmensurable como efectivo, ya que nos encontramos, por un lado, la imposibilidad de determinar con criterios razonables tal categorización; y por otro, una fórmula acertada de reclamo publicitario. Permítanme en este punto que haga una pequeña digresión y les confiese que hubo un tiempo en el que valoré seriamente que si algún día publicaba un libro de relatos, lo titularía Mis peores relatos –sigo pensando que es un buen título, efectista y efectivo, además de una honrada declaración de intenciones-.

Algunos dirán que The disaster artist nos muestra –y demuestra- el valor de la fe y la determinación, las que tuvo Tommy Wiseau para pelear por su proyecto y conseguir hacer The room pese a todo y todos; otros verán el vaso medio vacío y afirmarán que más bien se trata de una parodia sobre la ceguera, terquedad y/o narcisismo de un tipo sin el más mínimo talento que se empecinó en sacar adelante su historieta.

Poco importa. Como manifestó James Franco, la considerada “Ciudadano Kane de las malas películas” es actualmente una película de culto, que lleva proyectándose más de una década por toda Norteamérica.

Podríamos decir con la boca pequeña que no hubo sorpresa y ganó una de las favoritas, lo cual, paradójicamente, es una sorpresa en nuestro festival.

El autor es una película con dos momentazos para el recuerdo: la reprimenda brutal del profesor de literatura encarnado por el ubicuo Antonio De la Torre al alumno desaventajado –Javier Gutiérrez-; y ese desnudo integral del protagonista, que planta sus atributos sobre la mesa y, acto seguido, alza los brazos, la mirada y el grito al cielo, para pedir inspiración como indio sioux invocando la lluvia a manitú. Personajes bien perfilados, buenas y no tan buenas interpretaciones –en la parte positiva me quedo con Adelfa Calvo-, un desarrollo narrativo correcto, in crescendo, que nos va llevando de la mano cómodamente hasta un clímax coincidente con el final y, lo que es más importante en un relato –porque esta película trata de literatura y del proceso creativo-, un buen desenlace, con giro final inesperado pero bien traído, coherente y consecuente, para el que el espectador ha sido previamente preparado. Lo dicho, una película muy correcta, agradable de ver, con los únicos peros de alguna que otra interpretación floja y algo de lentitud a mitad de la propuesta. Un relato de manual. Recomendable.

Una especie de familia habla en última instancia del primer mundo y el segundo mundo, de las diferencias entre la próspera Europa u Occidente y la destartalada América del Sur, de ricos y pobres, de tener o no tener, del enorme salto al vacío que hay entre ser madre aquí o allá. Habla de embarazos, adopciones y de madres de alquiler; habla de corruptelas y pequeños chantajes –del todo perdonables, créanme-. Un película que da que pensar, de las que crecen con el tiempo en el subconsciente de los espectadores. Una propuesta dura y compleja, que el público femenino puede recibir/sentir amplificada, por razones obvias.

Love me not. Los dos motores que mueven el mundo: Dinero –poder- y sexo. Floja interpretación protagonista femenina, la película transita por lugares comunes y pretende ofrecernos un giro final llamativo que se ve venir. Mención aparte, esos planos fijos largos en silencio que algunos consideran la quintaesencia de la sofisticación y el sentido artístico -¡cuánto daño está haciendo la mala interpretación del concepto “minimalismo”!- y que causan tedio; y una excesivamente prolongada exhibición/recreación de la dominación física y sexual que de un modo menos explícito se podía haber sugerido con más habilidad.

Sollers point. Otra historia de tipos marginales recién salidos de la cárcel que intentan buscarse la vida y se topan con una realidad que frena en seco cualquier intento de rehabilitación y reinserción. La vida es dura, amigo, y termina fagocitando al joven protagonista a ese mundo del trapicheo y la delincuencia, que es el que conoce y en el que mejor se desenvuelve. No aporta nada nuevo.

Perlas: un par de apuntes.

En Tres anuncios a las afueras de Ebbing, Missouri, tenemos a una Frances McDormand y un Woody Harrelson en plena forma; y a un Sam Rockwell excelente. Interesante el planteamiento de esa madre movida por el odio, el rencor, la venganza, la determinación y el dolor, por la pérdida de una hija –violada y asesinada- y lo que ella entiende como desidia policial –que no es tal- ante un caso no resuelto y en vía muerta. El punto de originalidad con respecto a otros tantos largometrajes con la misma premisa argumental está en que el jefe de policía, a su vez, libra su propia batalla contra un cáncer que está acabando con él. Pero ello no va a enternecer –al menos en primera instancia- a esta madre-coraje, dura como ella sola.

El contrapunto a sendos dramas lo encontramos en unos diálogos muy logrados, en ocasiones brillantes, cargados de un humor a veces negro, a veces surrealista, de cuyo exponente máximo es el ayudante de sheriff encarnado por un caricaturesco Sam Rockwell que, por cierto, a pesar de su bisoñez y torpeza, nos muestra un claro ejemplo de epifanía. Tragicomedia pura y dura, divertida y con buenas interpretaciones. Y lo más importante, con ese “toque”, esa mirada desenfocada, periférica, tangencial, que hace que la historia no caiga en un lugar común.

Wonderstruck. ¡Uf! Cómo demontres hablo yo mal, o regular, de una película estadounidense de gran presupuesto y que cuenta, además, con esa diosa nívea y pelirroja que para mí es Julianne Moore. De esos extraños casos en los que parámetro a parámetro la valoración es positiva y, sin embargo, el resultado final no satisface. Un bello cuento inter o transgeneracional que a un servidor se le hizo pesado y carente de imaginación.

Más por sensaciones e intuición que movido por la razón –pues éste año la cobertura realizada ha sido menor-, y también por las opiniones recogidas, parece que el nivel medio de la Sección Oficial ha sido de aprobado y poco más, vamos, un allegro ma non troppo que dirían en música clásica. Y en Perlas, buenas películas pero ninguna propuesta extraordinaria como esa Elle del año pasado, que muchos aún celebramos.