LUKE nº 180 septiembre-octubre 2017

Ramón García Mateos

Romance de Melisenda de Antonio Tello

romance de melisenda

Romance de Melisenda es un libro de múltiples resonancias literarias, cargado de guiños al lector, con referencias y juegos intertextuales, al que podríamos calificar, aun a riesgo de caer en la pedantería de lo obvio –que es la peor de las afectaciones–, de metaliteratura. Romance de Melisenda es una invitación a recorrer los caminos de la literatura y su proyección sobre la realidad: desde la oscura edad media hasta nuestro propio presente.

Ya el mismo título nos invita a pasear por las riberas de la tradición y al juego peripatético, por ejemplo, de discernir entre Melisendas, Melisendras y Melisandas, lo que nos lleva a dos personajes bien distintos: la Melisanda enamorada de Peleas, de la ópera de Claude Debussy y Maeterlinck, aquella que cantara Pablo Neruda: “a la sombra de los laureles / Melisanda se está muriendo”; y la Melisenda hija del imperante Carlos y esposa de don Gaiferos, que vale por decir Walter o Guillermo de Aquitania. Basta tomar la cita cervantina que abre el libro de Antonio Tello para cerciorarnos de que nuestra Melisenda es la princesa carolingia y que, de los distintos romances en que aparece (verbigracia: “Melisenda sale de los baños” o “Melisenda insomne”), aquí nos referimos al “Romance de Gaiferos y Melisenda”, muy popular en el siglo XVI: conservamos una versión de un pliego suelto impreso por Jacobo Croraberger en Sevilla, entre 1511-1515 (Rodriguez-Moñino, A., Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI), 1970) y fue impreso en Silvas, Florestas y Cancioneros varios con el título “Romance de don Gaiferos que trata de cómo sacó a su esposa que estaba en tierra de moros”.

Su gran difusión y larga andadura (el romance sigue vivo en la tradición oral moderna, tanto peninsular como sefardí) posibilitó que, ya en el siglo XVI, fuese objeto de numerosas glosas, tanto en octavas como en romances nuevos. Precisamente de una de esas glosas, unas Octavas de don Gayferos, publicadas a finales del siglo XVI, parte Maese Pedro, en la segunda parte de El Quijote, para iniciar su Retablo:

Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa es sacada al pie de la letra de las corónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes y de los muchachos por esas calles. Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza; y vean vuesas mercedes allí cómo está jugando a las tablas don Gaiferos, según aquello que se canta:

Jugando está a las tablas don Gaiferos,
que ya de Melisendra está olvidado.

Y con esta cita cervantina se abre nuestro Romance de Melisenda que alude, pues, al viejo romance carolingio que narra como don Gaiferos (Walter o Guillermo de Aquitania) libera a Melisenda, cautiva del moro en Zaragoza, y por el que desfilan los personajes habituales de esta saga épica: el emperador Carlomagno, padre de Melisenda, el mítico don Roldán y su esposa doña Alda, Oliveros y Durandarte, don Beltrán… En algunas glosas del romance (como la de las octavas quijotescas) se interpreta el juego de tablas inicial como el símbolo del olvido de Melisenda por parte de Gaiferos.

Y todo esto sin haber hojeado siquiera el libro. Únicamente con el título. Y si los enamorados de la literatura rozábamos ya la felicidad sólo con eso, cuando nos adentramos en la letra impresa caemos de bruces en brazos del asombro: Antonio Tello elabora un relato bicéfalo de claro aliento poético y, como ya apuntábamos anteriormente, de múltiples resonancias literarias. Partiendo de la narración romancística se teje una trama de ficción, y sin embargo fidelísima a los hechos históricos, que tiende puentes entre el mito y la realidad o entre diferentes realidades. En primera persona o en tercera permanentemente evocativa, la bella y malmaridada Melisenda es la veta madre que aglutina todos los hilos del telar narrativo. Y poético. Porque el Romance de Melisenda se entona a dos voces, dos voces que refieren la misma historia pero con distinta melodía, lo que las convierte, paradójicamente, en dos historias distintas. Dos voces que vendrían a ser las dos caras del romance: el relato épico y sus contrapuntos líricos, de manera que, si seguimos con nuestro juego de elucubraciones literarias, podríamos decir que el Romance de Melisenda se desdobla en el Cantar de Melisenda y el Poema de Melisenda.

CANTAR DE MELISENDA: El príncipe y trovador Alifonso de Asturias (que vendría a ser, históricamente, el futuro rey Alfonso II, de quien se sabe que mantuvo algún contacto con Carlomagno), enviado a Aquisgrán para salvaguardarlo de sus enemigos y completar su formación, relata, en bucle narrativo que pone en contacto el principio y el final de la historia, unos hechos acaecidos en el último cuarto del siglo VIII y de los que fue testigo y partícipe privilegiado: el supuesto rapto de Melisenda, la desidia de Guillermo (Walter o Gaiferos) –más proclive a la tierna compañía de Roldán que a la añoranza de su prometida–, los amores furtivos e ilícitos del misterioso Ahmed, el laudista árabe tan caro a Alifonso desde su encuentro camino de Aquisgrán, y la dulce Melisenda, condenados como víctimas necesarias de la ambición política y la estrategia militar, las mismas que ponen en relación el secuestro romancístico de la princesa y el episodio épico de Roncesvalles, muerte de Roldán incluida. Una historia de amor y fascinación que marcará inevitablemente el destino de su narrador, para quien tiene mucho de experiencia iniciática –es más, podría proponerse la lectura del texto como si de una bildungsroman o novela de formación se tratase–, porque el joven Alifonso es autor y actor de su propia existencia.

POEMA DE MELISENDA: Simultáneamente, una Melisenda contemporánea, profesora de literatura en la universidad, lee el Romance de Melisenda escrito por Alifonso de Asturias, materia para una de sus clases, y va dejando sus impresiones –en las que se amalgaman las vivencias personales y los ecos literarios– en violentas instantáneas con fulgor de materia poética. En realidad, la historia de la otra Melisenda, y de su Ahmed enamorado y su Guillermo amenazante y criminal, es un largo poema fragmentado en secuencias donde se funden lo narrativo y lo lírico en una atmósfera alucinada y onírica: una espiral repetitiva de sensaciones trágicas como trasunto del romance de Alifonso. La tragedia de ambas Melisendas es la misma, la de la mujer víctima del poder del hombre.

Ambos relatos se desarrollan paralelamente y tienen siempre algún elemento o referencia concreta que los conecta. El relato testifical de Alifonso es de sustancia épica, pero una épica que se fundamenta en la fuerza del lenguaje, son las palabras las que otorgan el tono heroico al romance: porque Antonio Tello, en figura de príncipe Astur, sabe que la literatura es lenguaje y sólo sobre la lengua se construye la buena literatura. Y no es baladí recordarlo en estos tiempos cuando muchos de los que se dicen escritores no saben juntar adjetivo y sustantivo y atentan, con frecuencia, contra la sintaxis y la gramática. Antonio Tello no sólo escribe bien (lo que debiera ser consustancial al escritor, como el valor al soldado) sino que, con reverencia, eleva el lenguaje a la categoría de protagonista. Por otra parte, el relato testimonial de la moderna Melisenda es de clara intención poética, no pretende reflejar la realidad, ni se conforma con interpretarla, necesita sentirla y así sus emociones, refulgentes en las palabras, reflejarán las emociones de todas las Melisendas que en el mundo y en la literatura han sido; Melisenda se convierte en símbolo de todas las víctimas – símbolo ahora, porque víctima lo fue siempre– y su voz, consecuentemente, en canto colectivo. Pero ambos relatos son el mismo, no lo olvidemos, el del amor frustrado por la fuerza del poder, sea el omnímodo poder político que emana de los designios divinos, sea el poder abusivo de quien confunde amor con posesión.

Estamos, en definitiva, ante un libro hermoso y embriagador. Un libro camaleónico que escapa de cualquier taxonomía: fíjense, sino: se titula Romance y se disfraza de novela –o al menos de relato narrativo– pero su aliento es poético y se publica en una editorial consagrada a la poesía. Y por si fuera poco, hace ficción de la ficción misma y la imbrica en un contexto histórico rigurosamente verídico, para crear un relato de estructura trabada y múltiples interrelaciones: El inicio de la narración de Alifonso se sitúa más allá del final de la historia, anticipándonos el futuro y dando a lo narrado un carácter circular; la muchacha que, camino de Aquisgrán, es acosada por una turba fanática lleva en su vientre un hijo fruto de sus amores adúlteros: el mismo hijo y los mismos amores de las dos Melisendas; la música y los versos de Ahmed el Tudelano son el oráculo de la tragedia inevitable; mientras tanto, desde el presente de nuestra contemporaneidad, una mujer, casada con Guillermo y amante de Ahmed –como ven se riza el rizo de los personajes desdoblados–, evoca el relato de Alifonso y con él los poemas del Tudelano, e, incluso, cita de través algunos versos del mismo Antonio Tello. Entramado cervantino que da nuevo sentido a la cita quijotesca que abre el libro.

No quiero cansarles más. No es más que mi lectura y ustedes tendrán la suya, porque estoy convencido de que todos los presentes van a dejarse seducir por este magnífico regalo que nos ha hecho el maestro Antonio Tello.

Muchas gracias.