LUKE nº 179 julio-agosto 2017

Jose Acevedo

Metamorfosis y otros relatos

Metamorfosis

JUNTOS

Veinticuatro de mayo de dos mil catorce.
Parece que fue ayer cuando se encontraron en aquel bar cercano a la estación. Cuando ella se levantó de su asiento, se acercó a Carlos con decisión y le estampó un intenso beso en los labios, sin decir ni una sola palabra, desapareciendo en busca del cuarto de baño, reapareciendo minutos después con el carmín retocado, con la sonrisa recién estrenada, cogiéndole de la mano para iniciar un paseo interminable que aún perdura hoy.
Aquel día recorrieron las callejuelas y las plazas del centro de la ciudad. Después, los arenales de la playa de Bolonia hasta la misma cima de la duna. También los de Sancti Petri, los de la playa de la Victoria, los de Zahora, los de Zahara de los Atunes… recorriendo la costa de la provincia, impregnándose de puestas de sol inigualables, sin soltarse uno del otro, jugueteando en las cristalinas aguas, juntando sus cuerpos completamente desnudos en los rincones solitarios de las paradisiacas calas, buscando sus lenguas para dejar atrapadas sus almas en su auto de fe.
Sin dejar de caminar juntos en ningún momento.
Las callejuelas con olor a especias de Estámbul, los balcones de ropa tendida con sabor a saudade de la Alfama, la mirada perdida sobre los rascacielos sin fin de la Quinta Avenida, el sentimiento de pertenencia en los paraísos de la Isla de Skye, las imágenes aprehendidas en los libros de historia en Roma, la foto de su rincón de deseo desde lo alto de la Medina de Tánger, las poesías impregnando sus nombres en las inclinadas calles de Montmartre, el calor desprendido de sus cuerpos mezclado con el aroma de las Ramblas… Cercanía, proximidad, inmediación, contigüidad, confinidad.
En la adversidad de la rutina que envuelve a los seres humanos, de las penalidades del duro camino. Dificultades superadas a base de dedicación, consagración, sacrificio, abnegación… sentimientos compartidos en todo su trayecto: sacando la cabeza del agua, respirando debajo de la almohada, alimentando el día a día con miles de imágenes incluso futuras, a la hija que llegaron a criar juntos, a los secretos por desvelar, a las enfermedades superadas mediante la ilusión de nuevos despertares, sin dejar de buscarse bajo las mantas, en el asiento trasero del coche, encerrados en un baño público, mediante el juego de la provocación y la respuesta inmediata, como eternos adolescentes sin pudor movidos por la adoración absoluta hacia la otra persona, aunque los años pasen para todos, sin abandonar la entrega, el afán de gustar al otro, el encender constantemente la pasión que les mantiene unidos, superando los males de los vivos en una cama de hospital con sábanas teñidas de rosa y estampadas con corazones. Volviendo a la calle, sin importar que el sol luzca allá arriba, ventee con todas sus fuerzas o diluvien lágrimas de seres desamparados caídos en la desgracia de la realidad que nos circunda.
Veinticuatro de mayo de dos mil catorce, sentados en la orilla, con los pies humedecidos por las olas, con la mirada fija en el horizonte viendo la bruma cubriendo los perfiles de Tánger. Igual que la primera vez que lo disfrutaron juntos. Hoy hace sesenta años.


HASTA MAÑANA, ELENA

Para Covadonga

Después de tantas metamorfosis sufridas; de tantos vaivenes en el lugar y en el tiempo; de tantas juventudes vividas, sentidas y abrazadas; de tantas Lucías encontradas presentes y olvidadas en la memoria; de tantas luces y sombras en un total de cuarenta y ocho; de tantos momentos presenciados en primera y tercera persona a lo largo de las páginas de mi vida, de la de otros… Parece que el reloj del tiempo le ha dado por pararse en un punto determinado, no sé con qué objetivo, pero intentaré entenderlo abriéndole las puertas al corazón y a la ilusión una vez más.
Carlos me había invitado a la presentación de su nuevo libro. Además de él, allí estábamos la mayor parte de sus seguidores, incluso alguien más. La casualidad a la que volvía a enfrentarme, la que me puso delante de ella, tan desconocida hasta aquella hora exacta de la tarde cordobesa. La saludé, se sentó a mi lado, abrimos conversaciones que nos alejaban de las otras tantas personas con las que compartíamos mesa y cervezas, en la que Carlos intentaba imponer su conversación sobre su Anabel, sobre su Carla, sobre sus tierras del sur. Yo, simplemente, me dejaba enamorar por la cercanía de esa alguien más, por su sonrisa, por sus palabras, ajeno a todo lo demás. Debió parecer un mundo, pero el tiempo se me fue volando, por mucho que intentara prolongarlo, por mucho que camináramos diez minutos después bajo la noche de la ciudad, junto a una maceta, junto al libro de Carlos, en el interior de su coche, sin dejar de hablar, sin dejar de sentir.
Aquel trayecto corto hasta mi hotel fue de esos momentos que nunca olvidamos, los que esperamos para un final feliz en una película, aunque nunca llegue a suceder del todo, que siempre deseamos que se prolongue, que suceda lo que esperamos, el final feliz, el abrazo de los cuerpos que se despiden sintiéndose más unidos que nunca, para no volver a separarse, la proximidad de dos labios que se despiden para volver a encontrarse pronto, el pellizco profundo que nos atrapa definitivamente y nos deja heridos de sentimientos.
Entonces no sabía su significado. Días después tampoco. Aunque sigo emocionándome al recordar el momento, al prolongarlo en el tiempo, al construir con él mi propia película con su propio final. Esta mañana me he atrevido a confesárselo a ella, que ella interprete, que ella haga lo que quiera.
También he llamado a Carlos, le he contado ese estado de embriaguez en el que me encuentro desde aquella tarde. Me ha pedido sinceridad, me ha pedido atrevimiento, me ha pedido que abra mi ilusión al presente de la vida, cerrar las puertas a las cuarenta y tantas sombras de mi existencia, escribir con sus palabras la nueva historia que ahora comienza, la que yo sea capaz de componer.
Nos veremos muy pronto. Eso espero.
Hasta mañana, Elena.

acevedo Jose Acevedo, actualmente afincado en Jerez de la Frontera (Cádiz), nació en Sevilla en 1965. Cursa estudios de Filosofía y Trabajo Social, profesión esta última, que viene ejerciendo desde 1991. Sus primeros trabajo públicos fueron como director y editor de la revista musical independiente Visiones Atormentadas (1984-1986), colaborando en aquella época para las emisoras de radio Cadena Ser y Radio Popular. En el año 2000 publica algunos poemas sueltos y su relato “Flor de otoño” en el libro de relatos compartidos “Instantes Mágicos” bajo la coordinación del escritor José Carlos Carmona. Ha compuesto letras de canciones para el grupo musical Besos Robados y traducido narrativa francesa no editada en España. En diciembre de 2013, Ediciones Carena publica su “Relatos para la tortura de un abandonado doméstico , once relatos, once formas de narrar el abandono desde distintos puntos de vista, con un ambiente único que sólo proporciona la desolación más absoluta, la incomprensión ante lo inesperado, la tristeza del adiós definitivo.” El último de sus relatos, “Ruptura”, abre paso a su primera novela, “Carlos y alguien más” (Ediciones Carena, 2015), una larga y densa historia de amor, de belleza, de maltrato, donde el autor tiene el placer de conocer a Carlos, una persona que le sigue acompañando desde entonces. En diciembre de 2016, Ediciones Carena publica su “Metamorfosis y otros relatos, 49+1 sombras”, cuarenta y nueve historias ilustradas, hiladas a partir de la mujer, de una mujer nacida del hombre para generar esperanza algún día.

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