LUKE nº 176 enero-febrero 2017

Sergio Sánchez-Pando

Una imagen vale más que mil palabras.

Roberto Bolaño

Me gusta cómo escribe Roberto Bolaño pero tampoco soy un gran fan. He leído varios libros suyos: "Estrella distante" fue el primero, me pareció una buena obra para meter el morro y como me gustó, poco a poco he ido leyendo otros:

"Nocturno de Chile", "Los detectives salvajes", "Una novelita lumpen". Me atrae su capacidad de fabular, un poco al modo de esas personas verbosas que te envuelven con su discurso, con el tono de su voz y es como si te hipnotizaran porque les escuchas y a veces te desentiendes de lo que dicen porque a lo mejor ni te interesa pero te han atrapado con su musicalidad contagiosa, con su imperiosa necesidad de comunicarse, y por ello quieres que sigan hablando. Así me pasa un poco con Bolaño. Me captura con su prosa, a menudo febril, y me dejo enredar con sus fabulaciones pero tan pronto le acabo de leer me desentiendo de sus historias y de sus personajes. No me deja poso. Siento que divaga, se dispersa, y no identifico con claridad el tratamiento de los conflictos humanos que me interesan.

Ahora, estoy leyendo "Llamadas telefónicas". Es un libro de relatos que, en su día, cuando se publicó en 1997, ya me lo recomendó un amigo aunque entonces no le hice caso. De este libro lo que más me ha llamado la atención –al menos por el momento, cuando llevo completado dos tercios del mismo- es la foto de Roberto Bolaño que aparece en la solapa de la portada. Y esto es así por varias razones. En primer lugar, el escenario en el que aparece retratado es la esquina de una cocina. Me inclino a pensar que es la cocina de la casa en la que vivía entonces. De ella se aprecian varios utensilios para cocinar que cuelgan de la pared recubierta de baldosas blancas a la altura de su cabeza: un colador de tamaño grande, un par de cazuelas pequeñas, un rallador, un sacacorchos, todos ellos justo encima de las bandejas dispuestas de canto. Se adivina también la presencia de un calentador de butano en el extremo alto de la foto, del que sólo se aprecia la parte inferior.

Roberto Bolaño aparece sentado en una actitud relajada, informal, acorde con una escena doméstica, el brazo apoyado en la encimera y la mano sobre un vaso vacío. Llama la atención su aspecto descuidado: la sombra de la barba incipiente, el cabello alborotado, las cejas desordenadas, su vestimenta “de andar por casa” y, sobre todo, sus ojos entrecerrados que otorgan a su rostro un aspecto cansado que alguien también podría interpretar como “alegre”. Uno de esos semblantes captados con un gesto poco favorecedor que a menudo impulsan al fotógrafo a “sacar otra por si acaso”.

Me pregunto qué es lo que llevaría a Roberto Bolaño a elegir precisamente esa foto para la que fue su segunda novela publicada por Anagrama. ¿Sería una especie de pose por parte del escritor chileno, una declaración de intenciones respecto de su tipo de vida entonces? La esquina de una cocina que se adivina de aspecto humilde como marco idóneo para alguien habituado a vivir en la precariedad –así también los propios personajes de los relatos de Llamadas telefónicas-, que no parece tener pretensiones de tipo material, como si estuviéramos ante alguien más próximo a Bukowski que a esos escritores que cuidan su imagen y a menudo lucen elegantemente trajeados. Porque lo cierto es que a Bolaño no le hubiera costado el menor esfuerzo procurarse un retrato más aséptico. No parece casualidad, por tanto, la elección de la foto sino que con ella parece transmitir un mensaje.

Me pregunto también cuál sería la reacción de la editorial al recibir semejante foto a modo de presentación por parte del autor del libro. Si la aceptarían de buen grado o si tratarían de convencerle para que la cambiara por otra. Por aquel entonces Bolaño aún no era un escritor conocido y por ello dudo sobre su capacidad para imponer sus decisiones a los responsables de una editorial como Anagrama que había decidido apostar por él. ¿Porfiaría a fin de que aceptaran esa foto?, ¿se vería obligado a justificar ante la editorial su decisión?, ¿la aceptarían encantados?, incluso quién sabe, ¿le animarían a que eligiera una foto feísta que fuera a tono con el contenido del libro?

La foto está sacada por el hijo de Roberto Bolaño, Lautaro, al menos su nombre así consta en la solapa junto al símbolo que reconoce los derechos de autor. Según su madre, Lautaro tenía 13 años al morir su padre en 2003 y según he comprobado en una entrevista en mayo de 2008 tenía 17. Por lo tanto, teniendo en cuenta que Llamadas telefónicas fue publicado en 1997, la foto en cuestión sólo pudo ser sacada, como muy tarde, cuando Lautaro Bolaño tenía ¡7 años! Y eso que por aquel entonces aún no se llevaban las cámaras digitales y mucho menos los móviles y demás parafernalia. A eso le llamo yo un signo inequívoco de precocidad artística. Recién salido del jardín de infancia ver tu foto ya publicada en el libro de una editorial prestigiosa. Todo ello me invita a pensar que, de puertas afuera, en los inicios de su carrera Roberto Bolaño se veía a sí mismo como un personaje. Lo extraño, por tanto, sería que no se desdoblara entre los que pueblan sus novelas. Hubiera sido interesante conocer la evolución del mismo a raíz de su éxito. Tampoco descarto la posibilidad de que la foto no la sacara Lautaro y, por alguna razón, se le adjudicara a él. Claro que esa hipótesis pertenece a la ficción y no parece aconsejable enredarse en ella antes incluso de abordar el primer párrafo del primer relato de un libro si bien admito que, al menos por el momento, es la historia de Llamadas telefónicas que más me ha llegado y eso que, al igual que las otras, tiene un final abierto cuando a mí me gustan más bien cerrados.

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