LUKE nº 176 enero-febrero 2017

Isabel Bono

Fuego

Una casa en Bleturge
Autor:Isabel Bono
Sello:Siruela
Colección:Nuevos Tiempos 361
ISBN:978-84-16964-22-2
Edición:1ª, 2017
Páginas:212

portada bleturge

Él colocó dos sillas en la terraza delante de la planta de romero, se agachó y encendió una cerilla. La planta seca ardió al instante. Yo me levanté y me escondí en un rincón, agachada, donde el humo no pudiera ahumarme la ropa. Mientras el fuego subía yo pensaba en los vecinos, en sus sábanas tendidas en sus hijos durmiendo con las ventanas abiertas. Al cabo de unos segundos la humanidad entera, sus tristes trapos y hasta sus hijos recién nacidos dejaron de existir. El fuego y yo. Las llamas nos hacen desear otra vida, pensé.

Renunciando cada uno a sus sueños miramos aquellas llamas.

Cuando sólo quedaba el esqueleto negro con las puntas encendidas crepitando, él se agachó de nuevo intentando prender lo que quedaba, pero el aire apagó la cerilla, y yo, en silencio, como si rezara, le pedí a la oscuridad que no dejara que volviera a arder, que no volviera el fuego. Después de cuatro intentos él lo dejó por imposible.

Quise estar lejos, buscar una habitación a oscuras, pero las puntas de las ramas seguían vivas, luciérnagas naranjas en los huecos de un verano que terminaba, y no podía dejarlas allí, brillando para nadie. El mismo aire que había apagado las cerillas, ahora alentaba las puntas del romero, las hacía respirar, apagarse y encenderse. Boqueaban como los peces marrones del río. Poco a poco fueron perdiendo el ánimo, el deseo, la respiración.

Mañana, pensé, el romero calcinado parecerá un coral negro, un ser vivo que nadie supo cuidar.

Un hijo muere y la vida continúa. Continuar significa seguir en pie para cuidar de otros que aún quedan en pie.

Este libro cuenta la vida de un matrimonio con hijos. Un hijo que ya no está y una hija en apariencia inmadura. El hijo que murió es el eje en torno al que gira la historia de esta familia que se desgasta. Se desgastan la complicidad y la ternura. Pero no se acaban, sin embargo, el odio soterrado ni el dolor. La hija se siente culpable desde niña y su padre se lo recuerda con cada gesto. Los padres cargan por separado con un vacío que cada cual resuelve a su modo. Él, intentando olvidar el pasado, aferrándose al presente sin futuro que le proporcionan algunas tardes de hotel. Ella, cuidando de un padre que se muere y tratando de comprender a una hija que le recuerda demasiado a su hermana; una soledad inmensa tan solo aliviada por los paréntesis que le ofrecen las visitas al hospital y el trayecto en el tren de cercanías. Es entonces cuando sueña con un lugar donde todo sucede lentamente, donde no es necesario recibir ni dar explicaciones: una casa en Bleturge.

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