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LUKE nº 168 Enero 2016

María Villar

Poemas de "la velocidad del silencio".

troyanas

Ilustración: ©ardiluzu

LÁGRIMAS Y SOCAVONES

¡Con qué facilidad se quiebra la luz!
Es entonces, cuando la mirada se petrifica,
cuando rechinan los dientes,
que surge desde todos los rincones,
una ventolera de silencio
capaz de aplacar cualquier sueño posible.

Y llega la oscuridad,
esa a la que le sobra
la memoria de la fuente y su murmullo
que mana aunque nadie la escuche;
o aquella del llanto oculto,
vergonzoso las más de las veces.

Es duro comprobar la fama
que ha adquirido la violencia,
asistir al incremento de la frialdad,
la anestesia de las conciencias,
mismo ver a los inmensos árboles
abriéndose las venas en pleno parque.

Parecería que nuestras rebeliones
se han vuelto rancias,
que la moda más chic son las muertes,
con ánimo de molestar,
mientras los zorros se revuelcan de felicidad
en los tapices de sus madrigueras
con aire acondicionado y música ambiental.

Hay hartazgo de tanta intemperie intranquila,
de tanto pan en el horizonte
cuando el hambre brama
sin saber de fronteras.

A este tiempo le sobran lágrimas y socavones,
le faltan hogares llenos de abrazos y un plato caliente.


ELLOS, NOSOTROS

Estábamos todos,
ellos, nosotros,
en medio de la arena,
asistiendo al ritual de la música
en el templo de la vida.

Hambrientos de paraísos,
los susurros nos hacían gozar del viento,
y de la voz acariciando nuestras caras.
Nuestro cielo era el mundo,
sin límites para la gloria.

Sólo algunas paredes
contenían los pulsos rebosantes de latidos
mientras subía la noche
en cantos que iban más y más lejos.

No supimos si se desmadró el minutero,
si los instantes se desenrollaron,
demasiado aprisa,
o si todo sucedió a cámara lenta.

Cuando quisimos darnos cuenta
se nos había hecho demasiado pronto.

Algo estalló.
Se desprendieron las últimas plumas,
las guardianas de matices personales,
nuestras luces y sombras.
Y entró el caos
escupiendo sangre porque no.

Nos vi el corazón rojo,
abierto de par en par,
y supe que este barco partía
en medio de un mar turbulento
que, de repente, no comprendí.

Allí quedamos todos,
ellos, nosotros,
para siempre en silencio,
en medio de la nada más absurda.