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LUKE nº 168 Enero 2016

Vicente Huici

Crónicas con fecha. Una tarde en Espinosa de los Monteros recordando a Braudel

El "Bar El esquí" pudiera parecer un lugar muy ajeno a la definición clásica del locus amoenus, y, sin embargo, al calor de las cinco de la tarde, bajo los porches de la plaza, con un suave viento norte, dan ganas de emular palabras bíblicas y pedir con los ojos entornados que nos hagan unas tiendas para pasar allí toda la noche-« ¡Rabbí! ¡Qué bueno sería quedarnos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» (Mc, 09,4)

Con todo, Manuela dice que esto ya no es lo que era, una vez que el empedrado ha sido sustituido por la losa y las casas funcionales se recrecen entre los antiguos palacios de los monteros reales. Pero, como se suele decir, el que tuvo retuvo, y entre calles todavía se atisba la nobleza del lugar. Además también se puede comer y muy bien- lo hemos hecho en el Torre Berrueza con excelente resultado- y comprar unas pastas italianas o unos sobaos en "La dolce vita". Y todavía puede uno refrescarse, descalzándose y caminando entre las pedregosas orillas del río Trueba, o tenderse bajo la alta chopera para echar una cumplida siesta.

Aun así, en cualquier caso, la amenidad idílica del lugar proviene sobre todo de su carácter rural, del olor a vaca que todavía emana de algunas pocas cuadras, olor que como cualquier otro olor omnipotente y desconsiderado pone los pelos de punta a cualquier habitante urbano. Sí, en el campo, las revoluciones de uno y otro signo pasan como las tormentas de verano y tan sólo cambian algunos nombres de calles o las inscripciones en las fachadas de las iglesias -algunas, por cierto, tampoco cambian y evocan tiempos de héroes caídos por Dios y por España en la última guerra civil, acaso para compensar la barrida que el ejército francés hizo por estos lares en noviembre de 1808; pero aquí todos se conocen más o menos y saben a qué atenerse.

Y así, bajo estos arcos, el tiempo adquiere una deriva circular que evoca la sucesión de las estaciones y las circunvoluciones de los astros, un tiempo lento, casi estático que obliga a cerrar los ojos y a escucharlo quedamente. Probablemente en un lugar parecido se le ocurrió a Ferdinand Braudel el concepto historiográfico de "larga duración" que tanta aplicación ha demostrado y que ha puesto los pelos de punta a más de un historiador político y politizado.

Volveremos luego al tiempo del reloj, al cronos lineal, burgués y ciudadano, pero llevaremos dentro la impronta silenciosa del pasiego, mitad por mitad animal y humano, serio, severo, recio y mal pagado. Y también irá con nosotros la sombra del atento montero, como si reposando luego en la paz en nuestro dormitorio urbano, todavía pudiéramos ser protegidos a escudo y espada como lo fueron los reyes castellanos desde hace más de mil años.