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LUKE nº 175 diciembre 2016

Sergio Sánchez-Pando

Memoria de elefante

Memoria-de-elefante

Alguien dijo –no recuerdo quién- que la posición geográfica de Portugal como país ultraperiférico en Europa lo dejaba al margen de los intercambios artísticos, de la influencia de las vanguardias que germinaban en los puntos más calientes del continente ...

Alguien dijo –no recuerdo quién- que la posición geográfica de Portugal como país ultraperiférico en Europa lo dejaba al margen de los intercambios artísticos, de la influencia de las vanguardias que germinaban en los puntos más calientes del continente. A cambio, sus creadores crecían en libertad lo que con frecuencia se traducía en elevadas cotas de originalidad. En ello pensaba cuando decidí estrenarme por fin con una novela de uno de los escritores portugueses contemporáneos más veteranos y representativos: António Lobo Antunes, un autor que anticipaba complicado y que, siguiendo el consejo de un crítico, decidí abordar a través de su primera novela sabedor de que si en el primer intento fracasaba a estas alturas de la vida quizás ya no le concedería una segunda oportunidad.

Memoria de elefante, publicada originalmente en 1979 (disponible en Mondadori y Debolsillo, traducida por Mario Merlino), narra el transcurso de un día, un viernes, dese la perspectiva de un médico psiquiatra –la psiquiatría es la especialidad médica que estudió Lobo Antunes- que padece una profunda depresión. Asistimos a su rutina: su trabajo y su relación con los compañeros en el hospital, la consulta con un joven paciente acompañado de sus padres, la comida con un amigo, la salida de sus hijas del colegio a la que asiste de incógnito, el rato que pasa en un bar, su cita con el dentista, la terapia de grupo con su psicoanalista y, ya de noche, incapaz de regresar a la casa desnuda en la que vive solo, su visita al casino, todo ello envuelto en trayectos en coche por una ciudad, Lisboa, sometida a su instinto observador que la eleva a personaje de pleno derecho de la novela.

No obstante, es su mundo interior el que se erige en protagonista indiscutible a través de un discurso introspectivo, ensimismado, plagado de reflexiones, de observaciones, de reminiscencias, dudas y remordimientos, separado del otro, del exterior, por un límite bien nítido el cual interfiere a través de una trama, de un contacto con los otros reducido a la mínima expresión. La mente a la vez lúcida y confusa del psiquiatra llena la novela a través de un enfoque que puede recordar a Thomas Bernhard si bien Lobo Antunes se guarda de replicar el característico estilo del escritor austriaco.

Memoria de elefante resulta también deudora del Ulises de James Joyce, en la medida en que la narración transcurre durante un día en la vida cotidiana de su protagonista cuya escueta trama se expande a través de la febril actividad de su mente. Así, de forma aleatoria, nos familiarizamos con las circunstancias de su pasado: el abandono aún reciente de su hogar el cual se nos presenta como un hecho consumado sin atender a las razones que le llevaron a tomar tal decisión, el recuerdo vivo de la mujer abandonada a la que echa de menos y sin embargo por orgullo se resiste a contactar, la oprimente soledad, la sensación de desamparo, los recuerdos de su estancia como militar en Africa durante la guerra colonial, su bagaje familiar.

Es la historia de un hombre a la deriva, arrastrado hacia el vacío pero que de cara al exterior guarda las apariencias en la medida en que sigue cumpliendo de forma mecánica las funciones y los ritos de su vida cotidiana. Un hombre al que, víctima de sus propias carencias, acecha la locura como una amenaza indeterminada pero palpable, reconocible. Su sombra se transmite a través de la visión singular, original, que emana del discurso de su protagonista, presentado en tercera persona y sustentado en los recursos narrativos del autor. Un discurso florido, nutritivo, rico en metáforas y observaciones plenas de ingenio, que cubre todas las gamas emocionales desde la agresividad y el exabrupto hasta la inevitable tentación a la autocompasión. Sólo en última instancia se permite el autor un leve apunte de esperanza.

Una sólida primera novela, en definitiva, deudora de sus referentes a la hora de construir un marco en el que el talento y la personalidad de Lobo Antunes afloran como una invitación a insistir, a profundizar.