• El caballo de Troya: La gripe
• El paso: Los senderos de la experiencia

EL CABALLO DE TROYA (amado gómez ugarte)
"La gripe"
El caballo de Troya
Todos los años, por estas fechas, fiel a su cita, como una de esas amantes de balneario, tan literarias y románticas, llega la gripe. Viene vaporosa y sutil, deslizándose sobre el aire, con prisas por encontrarnos y hacernos suyos. No espera ni a que lleguemos al dormitorio. Allá donde nos atrapa, nos rodea con sus amorosos brazos y nos da ese primer beso, de fuego, que nos anuncia que ya no podremos librarnos de ella fácilmente.

La gripe es una compañera de cama ardorosa y subyugante que nos esquilma el cuerpo con frenesí, agotando nuestra vitalidad y dejándonos en un estado lamentable de extenuación. La gripe es promiscua e insaciable y su apetito desordenado es capaz de arrastrar a la cama a toda la familia, a toda la vecindad, a medio país. La gripe es socialista de verdad, no hace distingos entre clases sociales, ideologías, razas, sexos, idiomas ni religiones. Ella, en su ecuanimidad, lo mismo se trajina a un joven y ágil parado que a un maduro y barrigudo empresario, a una trajeada componente de una mesa de postulación contra el cáncer que a una desarrapada repartidora de octavillas subversivas. La gripe nos tumba a todos por igual sobre el tálamo febril y nos devora con sus ardores de pies a cabeza, nos aplica su estricta disciplina, convirtiéndonos en juguetes de su capricho. Es fogosa, vehemente, apasionada con sus conquistas. No te suelta hasta que casi acaba contigo.

Por eso a los viejos les vacunan contra la gripe. Para evitarles ese pecado de la carne, que si se complica puede pasar de venial a mortal. Ya tienen bastantes emociones fuertes nuestros abueletes con la fosilizada concupiscencia de los viajes del Imserso a Benidorm, donde han montado para ellos un paraíso de tres estrellas en el que pueden, por un módico precio, olvidarse de los encontrados años y recobrar los perdidos sueños. La gripe es como esa mujer joven de un escritor viejo o ese hombre joven de una escritora vieja: se lleva en cuatro días de cama las rentas materiales e intelectuales de toda una vida. Y lo más gracioso de todo es que, como en todas las historias de seducción y conquista, solemos caer en la arrogancia de afirmar que hemos pillado la gripe, cuando es siempre la gripe la que nos pilla a nosotros.

Lo bueno de la gripe es que te aleja por unos días del mundanal ruido, de la barbarie urbana, de la prisa, del trajín de calles y vehículos, y te permite seguir la escondida senda interior por donde transitan, solitarios y tranquilos, los pensamientos. Te mantiene absorto en las oscilaciones del termómetro y desentendido de los vaivenes de la política, los terribles sucesos que acontecen y las preocupaciones laborales. Ocupa tu atención en la sintomatología propia de la enfermedad, haciéndote olvidar los crecientes síntomas de intolerancia y fanatismo que presenta nuestra sociedad. Te distrae de la feroz realidad cotidiana para pasearte por ensoñados parajes febriles, donde no existen guerras, ni se suceden con asiduidad actos violentos de hombres contra mujeres, ni se enquistan las cifras de parados, ni tu equipo de fútbol lleva camino de descenso, ni la cultura es un valor en declive que va siendo deglutido por el marketing de lo meramente superficial, ni se te aparece (dispuesto a darte órdenes) un tipo que dice ser tu jefe, ni te preocupa la hipoteca del piso, ni el colegio de los niños, ni...

La gripe se apodera de nosotros, en cuerpo y espíritu, lo mismo que uno de esos amores tormentosos de novela rosa, que tan malamente bien escribe Corín Tellado, y nos transforma en personajes principales de la historia. Somos los protagonistas de una pasión desenfrenada que nos mantiene día y noche pegados a ella en la cama, ajenos al resto del mundo, sin fuerzas para abandonarla, como si de una nueva luna de miel se tratase. Y una luna de miel, aunque sea un poco febril y acatarrada, es siempre bienvenida. Pensándolo bien, la gripe no es tan mala.

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EL PASO (josé marzo)
Los senderos de la experiencia
El paso
He llegado a la conclusión de que los mejores frutos del humanismo se derivaron, en política, del desarrollo conjunto de los principios de la libertad y la igualdad, y en ética, de la combinación de dos actitudes, la rebeldía antijerárquica y la simpatía por los sojuzgados. Sería interesante intentar evaluar el daño producido, pese a sus buenas intenciones, por los líderes políticos que, como Lenin, insistiendo en la igualdad despreciaron la libertad, y por los moralistas populares que, como Jesús de Nazaret, bendijeron la simpatía por los sojuzgados pero condenaron la rebeldía.

El desconcierto actual de la izquierda procede en gran medida de su incapacidad para reconocerse en estos cuatro pilares y para estructurarlos. Cuando, tras la caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama publicó su famoso artículo, en un aspecto le hizo un favor, pero en otro la confundió aún más. Al decretar el fin de la historia, la izquierda más inquieta se sacudió la modorra y buscó el mecanismo que la relanzara. Pero al reabrir la herida del fin de las ideologías, la izquierda, movida por la misma reacción, pensó que debía recuperarlas, como si el resbaladizo concepto de ideología formara parte inseparable de su identidad. Esto la ha conducido a un callejón sin salida.

En principio, la ambigüedad del término debería hacernos dudar de su utilidad. Lo he leído empleado en el sentido de doctrina política o económica, lo que le otorgaría un carácter técnico. La doctrina del libre comercio, la de la colectivización de los medios de producción o la de la nacionalización de la industria serían por tanto ideologías. En otros casos, con ella se alude a un modelo de sociedad, lo que más propiamente sería un ideal o, si se trata de un modelo detallado y acabado, una utopía, al estilo de la de Tomás Moro. Está muy extendido su uso como estudio de símbolos y significantes en su relación con los sujetos y las significaciones, lo que en semiótica se designa con el término más preciso de pragmática. Yo lo he utilizado varias veces, siguiendo a Marx, como conjunto de ideas y valores con el que un colectivo enmascara sus verdaderos intereses. De acuerdo con este sentido, el neoliberalismo sería una ideología, pues es un ideario que, amparado en la libertad y la competitividad, está justificando el traspaso del poder económico a los oligopolios y a las grandes corporaciones, donde se anulan la competitividad y la libertad. Algunos autores proponen para referirse a este hecho la expresión, que yo considero demasiado vaga, de falsa conciencia. Y por último, se da un caso más vinculado con su etimología griega y con sus orígenes en los escritos de los idéologues franceses del siglo XIX, como Fourier, que significa ciencia de las ideas y que designa la expresión literaria del idealismo filosófico.

Conviene puntualizar que si bien el idealismo filosófico ha generado siempre un idealismo político y moral, la correspondencia no se invierte, pues es frecuente un idealismo moral y político en los partidarios del empirismo.

Estoy convencido de que la izquierda necesita reencontrar sus principios, interpretarlos y desarrollar discursos para la fundación de proyectos que cumplan la función de una idea reguladora, e incluso para la ideación, por quienes dispongan de una imaginación fértil, de una pluralidad de utopías, lo-que-no-está-en-ningún-sitio. Pero si, paralelamente, se lanzara de nuevo en brazos del idealismo filosófico, estaría dando la espalda a los logros de la biología, la física, la geología, la química, la antropología, la neurología, la psicología.., a todo lo que la humanidad ha comenzado a vislumbrar de la realidad gracias a la asunción de la teoría empírica del conocimiento.

En otras palabras, la izquierda, si quiere existir, deberá superar una disyuntiva: seguir deambulando como hasta ahora por el pantanoso terreno de la ideología o echar a andar, en dirección a los hermosos y huidizos ideales, por los senderos de la experiencia.

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