nº 185: septiembre-octubre 2018

Ana Freire

Fué la gota que rebasó el vaso

Freire

Sé lo que pienso, y me digo que tonta soy en dejar pasar el tiempo. Lo único que pretendo es que Esteban me valore; simplemente eso. ¡Y es tan difícil como sentirme querida! Parece imposible.
Ahí llega.

-¡Hola!
-¡Hola! ¿Cómo te fue?
-Como todos los días, un desastre.
-¿Se alivió tu rodilla?
-¡Nooo! cada vez está peor. Mañana iré al médico.
-Yo, tengo fiebre muy alta, y recién llamé al servicio de urgencia.
Con su mano derecha, toca mi frente.
-¡Sí! tenés fiebre… ¿Habrá cena?
-Aún no la termino.

Retiro del placar aéreo algunos ingredientes que necesito para terminarla.
La cocina es estrecha y con la mesa desplegada, más estrecha aún.
Él retiene el aire para pasar por el único espacio posible entre la mesa y yo.
La rabia crece en mí. Sólo con pedir permiso es suficiente. Sin expresar una palabra, dejo pasar el instante, y espero.
Aprendí a esperar, pero a veces pienso, ¿qué espero?
-¿Merendás?
Él intenta pasar de nuevo y me empuja. Ahora no inhala aire. Quiere pasar como si no me viera o lo que es peor como si yo no estuviera ahí.
Lo miro, y él me mira con aire de arrogancia, pero no dice nada. Lo correcto es que se disculpe.
Después del breve diálogo; él merienda, una merienda que yo le preparo a pesar de mi estado febril. Mientras hago las tostadas, también revuelvo la salsa.
Él sólo se sirve el café que yo había preparado hace unas horas.
Mi fiebre se agudiza y me siento muy débil.
Esteban va a cocinar la pasta seca aunque no le guste hacerlo.
Dejo la cena casi pronta. Sólo hay que revolver la salsa un poco más para servirla a las 21hs, como él quiere siempre.
No soporto más estar de pie, me voy a acostar.

En ese instante el portero me llama. El médico llegó y está subiendo. Yo misma le abro la puerta…
Me ausculta y me dice que debo hacer reposo. Me receta un medicamento por tres días. Apenas
se va el médico; se me presentan en imágenes todos mis futuros quehaceres domésticos. A partir
de mañana, y aunque esté sola y la fiebre ascienda a treinta y nueve grados deberé levantarme. Agotada me duermo.

Me despierto; Esteban ya se fue. Sé que me hubiera despertado si él hubiera tocado mi frente con su mano.
Supongo que regresará antes del mediodía con un almuerzo apetitoso, y luego de alimentarse volverá a irse.

-¡Me imagino cuánto te costó esto!
-Y ¡sí! es caro, pero algo debo comer.
-¡Pero no son dos porciones, no alcanza para los dos! ¿Y yo, qué voy a comer?... Bueno…no te preocupes tanto, tomo café con leche o una fruta. «Sabe que así ahorra dinero»
Pero mi rabia se acrecienta hasta llegar a ser una rabia gigantesca.
Él no dice nada. Nunca dice nada. Y yo siempre soy estúpida.
Me restablecí en pocos días, y otra vez estoy haciendo todas las tareas.
Antes de irse, me recuerda que tendremos una reunión formal en la noche, y que me vista elegante, y que esté pronta cuando él llegue.
Con calma termino de limpiar la cocina. Me preparo un té y lo tomo tranquila.
Reviso mi guardarropa, busco algo que me guste. Miro los vestidos uno por uno y recuerdo con disgusto que todos me los compré yo. Lo mismo me pasa cuando abro el alhajero, salvo la alianza, él no me regaló nada.
En esas reuniones, las esposas mencionan o muestran los diferentes obsequios de sus esposos. Yo guardo silencio y rezo para que no me pregunten nada. No me gusta mentir.
Es una hermosa noche de verano pero por mis venas corre frio. Un frio intenso que deja el desamor como una herida abierta en carne viva.

Elijo una solera que me gusta mucho.
Me miro al espejo y me veo muy bien, aunque nadie ve dentro de mí. Cuando él llega, ya estoy lista.

Descendemos del coche. Los anfitriones esperan felices en la puerta. ¡Cómo me gustaría que mi espera se pareciera a la de ellos!
Nos saludan y con gran gentileza nos invitan a entrar.
En la sala principal todos conversan, beben y ríen.
Una vez que los invitados nos sentamos a la mesa, el anfitrión desde la cabecera, expresa algunas palabras de bienvenida a los comensales. Eso me parece muy bien de su parte.
Termina de hablar el dueño de casa y Esteban se pone de pie. Toma su copa de champagne y al final dice: ¡Brindo por todos ustedes y por mi amada esposa!
Me indigno. Retiro mi silla con sumo cuidado. Ya de pie saludo y me marcho.

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© 2018 Luke

ISSN: 1578-8644

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