• El caballo de Troya: El presente inmediato (amado gómez ugarte)
• El paso: El individualismo ingenuo (josé marzo)
El juego de espejos (enrique gutiérrez ordorika)

EL CABALLO DE TROYA (amado gómez ugarte)
El presente inmediato

Aquellos bellos versos de Machado, de sus "Proverbios y cantares", que explicaban que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, se han quedado obsoletos y no resultan representativos de la mentalidad del hombre actual. Nosotros no queremos pasar, queremos quedarnos, quedarnos para siempre. Queremos permanecer eternamente en el presente. Es al tiempo al que le hacemos transcurrir ahora muy deprisa. Los avances en las ciencias y la tecnología se suceden en forma vertiginosa, dejando atrás todo lo que atropellan a su paso. Un nuevo libro y su autor tienen un mes escaso de plazo para triunfar, si no serán pronto expulsados del paraíso del mercado y sustituidos por la próxima novedad editorial. Lo mismo sucede con cualquier programa de ordenador, con una película de cine o con todo artilugio o mecanismo recién inventado.

La sociedad actual vive en y del presente. Nos entregamos con denuedo a la inmediatez de la existencia, el hoy, el ahora mismo. Aquellos senderos que antaño guiaban al hombre dirigiendo su vida a pasos cortos, a través de la religión o la pura razón, son ahora carreteras cortadas, vías muertas por las que sólo deambulan los caminantes perdidos en sus propias nostalgias. Incluso los irreductibles y torturados ateos (a los que les preocupaba más la existencia o no de Dios que a los propios creyentes) han sido sustituidos por apacibles y felices agnósticos, casados por la iglesia y con los niños haciendo la primera comunión vestidos de almirantes. Ha muerto la tradición, tal vez para bien (el homo sapiens ha sido sustituido por la mujer lista), han quebrado las ideologías y los sueños sociales, y el pragmatismo de las cifras (de ventas, de audiencia, de votos) ha desbancado al idealismo humanista de las letras. Y Bill Gates sigue empeñado en enterrar definitivamente a Gutenberg.

Ya no sirve de nada detenerse a soñar despiertos ni gastar el alma en disquisiciones filosóficas o culturales. Es el cuerpo el que cuenta. La psique ha sido devorada por el soma lo mismo que el pez grande se come al chico. Aquella metáfora-ciudad, llamada Utopía, que diseñó Tomás Moro según los antiguos planos de "La República" de Platón, ha sido demolida y sobre sus derruidos muros hemos levantado nuestro nuevo mundo, material, tangible y verdadero.

Vivimos para el momento inmediato, el instante, como insectos de vida breve, ávidos consumidores del néctar de la flor del presente. Estamos a la última moda, cambiamos de apartamento, de muebles, de coche, de amigos, de pareja. Nos estiramos la piel si envejece, dejamos de fumar y de comer, gastamos horas y horas de vida en el gimnasio, haciendo tontos, cansados y hasta peligrosos ejercicios físicos, para tratar de mantener el cuerpo en aparente y engañosa hermosura y buena forma. Cualquier cosa antes de aceptar que el tiempo transcurre inexorable a través de nosotros, dejándonos atrás en el camino, como se dejan atrás las huellas olvidadas.

Buscamos nuestra propia verdad individual, nuestra propia y absoluta conveniencia como única norma de conducta, como ya preconizó André Gide en su tiempo, para significar que había llegado a su conclusión, a su naufragio, a su derrota, el ideal humanista de la vida heredado de Goethe. Somos, en definitiva, un producto de nuestra época. Pero no nos resignamos a ser un producto perecedero, con fecha de caducidad. Pretendemos eternizarnos en el presente, como si ese presente fuese una magnitud inamovible y no un simple engranaje en la cadena que hace avanzar, metódica e imparablemente, el curso de la existencia sobre la esfera de todos los relojes.

Razón tenía aquel poeta o filósofo que, tras subirse a una colina a observar el devenir del mundo, dejó escritos unos versos que decían que el hombre huye de su propia condena de ser nada, soñándose absolutamente todo, y haciendo del hoy un hoy de siempre y de su propia vida, vida eterna, como si todos los hombres fueran uno, y uno fuera el hombre que representa todos los presentes del hombre.

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EL PASO (josé marzo)
El individualismo ingenuo

La expresión “Sé tú mismo”, tan difundida en el último tercio del siglo XX, resume el concepto contemporáneo de individuo, al menos en su versión convencional. Presupone la existencia de agentes que coaccionan al individuo, tales como la educación, la familia, el Estado, la empresa o el sindicato, y también la certeza de que el individuo puede ser “él mismo”, independizarse de todos estos factores coactivos. No nos explica cómo puede conseguirse tal cosa, pero, como todo ideal, es irreprochable. De acuerdo con una interpretación absoluta, tendríamos a un individuo que habría soltado las amarras de la sociedad y que viviría en la naturaleza, con lo cual simplemente habría sustituido las coerciones sociales por el imperio de la necesidad biológica. O bien, siguiendo una interpretación moderada, optimista y liberal, si cada uno de nosotros fuera “uno mismo”, la sociedad se convertiría entonces en un conjunto armónico de individuos, unidos por un contrato con el sólo fin utilitarista de cubrirse ciertas necesidades, como techo o comida, y de intercambiar bienes manufacturados, como calzado y ropa.

Algunos consideran hermoso este ideal y se discuten sus posibles beneficios o perjuicios para la comunidad, pero en principio importa si es o no cierto el concepto de individuo sobre el que se apoya. En otras palabras, si el individuo es una entidad única, irrepetible y estable. La respuesta es afirmativa en varios aspectos. Cada uno de nosotros podría decir: “Yo soy único e irrepetible, pues sólo yo nací en el mismo segundo y en el mismo lugar y he vivido sucesivamente las experiencias que yo he vivido en cada segundo y lugar, sólo yo veo el mundo desde la posición desde que yo lo veo cuando lo veo y sólo yo pienso las cosas que yo pienso en el momento en que las pienso, donde las pienso y tal como las pienso”. Pero es negativa en otros aspectos. No es ni única ni irrepetible la mayoría de nuestra dotación genética, como tampoco lo son aquellos elementos que este individualismo ingenuo juzga siempre como coactivos, pero de los que podemos afirmar que contribuyen a formar, aunque de modo problemático y conflictivo, nuestra personalidad: la educación, la condición social, la patria, la cultura. Si no queremos ser injustos, cada uno de nosotros también ahora debería atreverse a decir: “Yo no soy el único que habla el idioma que yo hablo, ni el único asalariado del planeta, ni la única persona con pasaporte sueco”; o declarar: “Soy un trabajador sueco de origen italiano y hablo toscano”.

Pero en el tercer aspecto la fórmula “Sé tú mismo” pasa de ser inexacta a simplemente ridícula. Hagamos hincapié en el hecho de que no dice “busca tu camino” o “sigue tu camino”, sino simplemente “Sé tú mismo”. Su concepto de individuo posee las características de estable e inmutable. Así que, una vez liberado de los factores coercitivos, resurgiría un individuo perfecto y acabado, como la figura de madera escondida mágicamente en el tronco de un árbol, que un escultor talla y deja al descubierto. Se trata, en definitiva, de un individuo abiográfico, asocial, ahistórico y apolítico, cuyo mejor exponente sería el feto en la seguridad del líquido amniótico.

Llevada hasta sus últimas consecuencias, el “Sé tú mismo” es una expresión profundamente regresiva. Al contrario que la máxima medieval que nos exhortaba a conocernos, aceptarnos y superarnos, parece invitarnos a renunciar: “no te conozcas, no te aceptes, no te superes”.

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El juego de espejos (enrique gutiérrez ordorika)
La relación entre la realidad y la ficción es un asunto complejo que excede con mucho el campo de la literatura y que plantea, esencialmente, los mismos dilemas e interrogantes desde que el hombre es hombre, o lo que es lo mismo desde que alguien diferenció entre la vida y el sueño. Esta aparente insignificancia que enciende la luz de la conciencia, y con ella nos permite interrogarnos sobre lo que somos, ha alimentado la historia de las ideas sin que nadie haya conseguido dar con una conclusión definitiva. Y aunque se hicieron incluso intentos como el de "la filosofía de la identidad" de Scheling para fusionar ambos términos y así zanjar la polémica, lo cierto es que el asunto sigue en un lugar parecido al que comenzó o, si se quiere, muy cerca de donde lo dejaron las disputas de Parménides y Platón con las posiciones de aquel Heráclito de Efeso al que se llamaba "el oscuro".

No es de extrañar, por tanto, que algunas mañanas, al mirarnos en el espejo de nuestro lavabo, nos asalte la sensación de que el rostro que observamos es el de Gregorio Samsa, otra vez convertido en insecto; o el del rollizo Buck Mulligan, untando su brocha en la bacía llena de espuma; o el de Jean-Baptiste Grenouille, encorvándose para oler el perfume del frasco de colonia; o quizás el de Jaromil, riéndose de sí mismo al comprobar lo grotesca que resulta su estampa envuelta en sus anchos calzoncillos. Puede incluso que al mirar a los ojos sintamos que estamos viendo todos esos rostros a la vez. Porque aunque Elías Canetti mostrara su disgusto con Borges argumentando que éste no choca con la piedra sino que la reblandece, el escritor argentino -desde otro tiempo y una abundante e inconsciente distancia- le respondía sin saberlo que eso era "porque la literatura no es menos real que lo que se llama realidad".

Si viramos el espejo con la frase de Borges, el reflejo nos devuelve que la realidad no es menos ficticia que la misma ficción. Basta echar un vistazo a lo que sucede para comprobar que los polos han girado y se ha extendido el espectáculo. La farsa se ha adueñado también del patio de butacas; la televisión se ha convertido en una televisión dentro de otra televisión, dentro de otra televisión, dentro de otra televisión, así hasta el infinito, incluyendo en el paquete la sala de nuestra casa. Las editoriales buscan escritores que sean más importantes que sus historias; los productores cinematográficos promocionan sus películas con biografías de actores y actrices ante las cuales el personaje de cualquier film parece la caricatura de una simple alma en pena.

Todo, incluida, la intimidad se rige ahora por las reglas del show business A cada momento, a nuestro lado, suena una plaqueta que incluye la numeración de la escena marcada en un guión prefijado que nos convierte &Mac246;recordando el título de un poema de Sylvia Plath- en caminantes en tierra de nubes, o lo que es lo mismo en intérpretes de una existencia en la que los pies pierden el contacto con el suelo.

Posicionándonos del otro lado del espejo, una isla como aquella en la que enterró su tesoro el capitán Flint, carente coordenadas geográficas en mapa real alguno, resulta más verosímil que la imagen del país que muchos días nos ofrecen los periódicos.

Dice Helene Dorion que la luz guarda huellas de su ausencia; quizás el poder de la literatura consista en oponer la ficción a la vida ficticia aportando esa luz que, invisible en sí misma, caliente y haga visible el mundo. Quizás en el espejo que hay encima del lavabo nos aguarda todavía el rostro de un soñador que combate contra molinos que son gigantes; quizás Kurtz con sus tinieblas o Alicia con sus maravillas; quizás nosotros seamos todos.
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