CREACION

Talento

(1)

bingen sasiain

TALENTO


Don´t you think it´s time we started
doing what we always wanted?
One day we´re gonna get so high...
Lightouse Family.

Supongo que para los pocos parroquianos que paraban los viernes por la noche en el bar, Talento y yo éramos parte del paisaje, semejantes a las mugrientas jarras colgadas, a la ikurriña que los días señalados era retirada de detrás de la barra para ondear en el mástil de la puerta, iguales a las decenas de recuerdos más o menos revolucionarios, todos ellos trasnochados, que compartían las estanterías con las botellas. Era, es, un bar desvencijado, nada que ver con los pubs y disco-bares que lo rodeaban. El tiempo se había detenido allí hacía muchos años, el día en que el hermano del dueño –del jefe- saltó por los aires cuando la bomba que manipulaba le reventó en las manos. La música –siempre la misma- nunca rebasaba el volumen justo para mantener una conversación sin chillar. Nos gustaba.

Entrábamos, saludábamos, pedíamos dos jarras de cerveza, nos sentábamos en la mesa del fondo. Charlábamos, reíamos, silbábamos las archiconocidas canciones, bebíamos, nos levantábamos por turnos para llenar las jarras. Nunca supe si a partir de la quinta ronda siempre pagaba yo porque el alcohol embotaba tanto la memoria de Talento como daba alas a su imaginación, o simplemente era el precio a pagar por la generosidad de compartir sus preciadas reflexiones conmigo. De ser así, cada vez me parece un precio más bajo, más insignificante. Es triste beber solo. A medida que la cerveza iba atolondrando mi cerebro, en el suyo empezaba a asomar la lucidez más feroz. Ese era su gran talento. Sobrio era divertido, ocurrente, culto y socarrón. Borracho –si es que alguna vez llegó a estarlo- era único, un fenómeno de la naturaleza. Entornaba los ojos hacia su jarra, la asía con las dos manos y empezaba a divagar, con un hilo de voz monocorde que se volvía agudo en los momentos álgidos de sus disertaciones. Podía estar horas seguidas hablando. De hecho, solía hacerlo. Yo podía estar horas seguidas escuchándole. De hecho, lo hacía todos los viernes. Nunca me dijo cómo se llamaba. Decidí que Talento era un nombre más que apropiado, aunque nunca llegue a llamarlo así directamente.

Sonaban las mismas canciones de siempre, las del año en que el tiempo se paró entre aquellas cuatro paredes, las del día en que la bomba eligió a su víctima por el contacto de sus manos sudorosas. Corría la cerveza. A la hora de cerrar, el jefe nos ponía la última a cuenta de la casa antes de bajar la persiana y la música y ponerse a barrer.

(sigue)

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