• El caballo de Troya: La rutina (amado gómez ugarte)
• El paso: La belleza del mundo (josé marzo)
Discursos del tiempo (roberto luis lastre)

EL CABALLO DE TROYA (amado gómez ugarte)
La rutina

Vivimos, nos movemos, deambulamos de rutina en rutina, para acabar regresando a la primera rutina y comenzar de nuevo, como si fuéramos un aburrido programa de ordenador. La vida consiste en repetirse cada día hasta la repetición final, y quién sabe si el más allá no se reduce a reiterarse en lo ya vivido y verse obligado a vivirlo de nuevo hasta el infinito. De manera que la vida sea ciertamente eterna en su propia y monótona repetición.

La televisión es un espejo del alma reincidente de nuestra sociedad: cada cuatro días nos repiten las mismas películas, nos repiten los concursos y toda serie o programa que se precie. Y cuando alguna fórmula televisiva obtiene cierto éxito, todos la copian indisimuladamente y nos la repiten como si nos ofrecieran una novedad. Parece ser que la gracia del asunto consiste en ver siempre lo mismo, imaginando que es otra cosa. Incluso los servicios informativos de todas las cadenas, que aparentan diferencias de forma, son en el fondo idénticos desde hace años. Tomemos un triste, pero real ejemplo: ETA mata una y otra vez, los políticos lo condenan, excepto esas sanguijuelas de EH, los partidos nacionalistas vascos dicen que hay que negociar con los asesinos (no dicen claramente qué), los no nacionalistas dicen que los nacionalistas se equivocan, porque mientras ETA mate no se puede negociar, luego se ofrecen unas imágenes del entierro con algunos rostros compungidos y masas de buenas gentes mostrando su repulsa, y unos días o semanas después ETA reinicia la rutina volviendo a matar. Y nosotros frente a la pantalla, viendo las mismas imágenes repetidas cientos de veces, y soñando crédulos (o quizá cómodos) que el mundo avanza.

Si el bueno de Descartes levantara la cabeza de su tumba, retocaría su famoso axioma y tal vez, sin pensárselo mucho diría: <<Me repito, luego existo>>. Y es que nuestra existencia se reduce a caminar en círculo, sin pensar demasiado, tropezando constantemente en las mismas piedras y dejándonos llevar de la inercia para seguir andando, como si nos pasásemos la vida tirando de una noria o persiguiendo las agujas de ese reloj imaginario, pero ineludible, que marca nuestro tiempo y nuestro destino. El hombre se ampara en la mediocridad de su existencia, en la seguridad de lo malo conocido, para ocultar su propia mediocridad entre la masa, como se esconde un pino en un bosque de pinos o un grano de arena en el desierto. Por eso están ya pensando en hacer clones humanos y que finalmente todos seamos uno. Y aquel que se sale de la norma, de la parsimonia de lo habitual, ortodoxo, tradicional y repetido, acaba encerrado dentro de sí, de su propia mente, o en un manicomio, que viene a ser lo mismo. Ejemplos de ello hay de sobra en el ámbito del arte y la literatura. Sin embargo, los rutinarios, inmovilistas, asentados en la conveniencia de lo dogmático, suelen prosperar en sus oficios; y si el suyo es la política, es habitual que su inmovilismo les lleve lejos. De ello hay también notables ejemplos.

Ya no existen, como antaño, diferentes ideologías. Sólo una: engordar la banca. Y que los beneficios del gran capital sean cada vez más desmesurados. Sea quien sea el que gobierna, todo va bien si los ricos se enriquecen cada vez más, ad infinitum. Y para ello debe haber, y si no se fabrican en serie, como ovejitas clónicas, un montón de parados dispuestos a trabajar más barato y sin ninguna estabilidad laboral. Es la eterna rutina del más voraz capitalismo, tan antigua como el pecado, que marca las clases sociales a sangre y fuego, y que ahora nos venden disfrazada con la piel de cordero de la economía neoliberal.

Lo gracioso es que hay quien sueña que cambiando de ciudad, de piso, de coche o de pareja, está dando un giro a su vida y saliéndose de la rutina. Craso error, pues la rutina no está en lo que nos rodea, sino dentro de nosotros mismos. Viaja con nosotros instalada como un "chip" en nuestro rutinario cerebro.

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EL PASO (josé marzo)
La belleza del mundo

Decimos que un rostro es bonito si cumple las reglas del canon convencional: simetría facial, rasgos suaves, piel sana... Este juicio es independiente de nuestro gusto personal. Con ello demostramos estar muy bien educados y ser miembros cabales de nuestra civilización; apreciamos la belleza de ese rostro desde la misma distancia que nos separa de un cuadro. Y con la misma actitud, de pie y con las manos a la espalda, respetuosamente.

El arte debió de surgir como respuesta a la necesidad de la comunidad humana de constatar esta distancia, entre sus propios miembros y de todos ellos con la naturaleza, y, al mismo tiempo, de seguir manteniendo un vínculo. Frente a la vivencia primitiva, directa y perturbadora, el artista dibujó en la cueva un animal que podía ser desplazado, aumentado o disminuido, y que por último mataba con flechas de pintura.

En la naturaleza, el hombre era vulnerable y se sometía a ella. Con el arte, crea su propia realidad, una realidad que controla. Este proceso alcanza su máxima expresión en el siglo XX. En su versión extrema, el artista contemporáneo es un individuo que domina absolutamente su creación. Ya no le debe nada a la realidad, pues halla la inspiración en sí mismo, ni a las normas técnicas convencionales, que subvierte, ni siquiera a la comunidad formada por su público, que no le entiende. La distancia que lo separa de sus congéneres y de la naturaleza se ha vuelto por fin insalvable. En compensación, el público lo adora como a un tótem incomprensible, que posee raros poderes.

Dentro de miles de millones de años no sólo se habrá extinguido la especie humana, sino también las huellas de todo lo que hemos creado y el mismo sol que despunta cada mañana. El hombre actual ha alcanzado la conciencia de la provisionalidad e incertidumbre de todo lo que existe. ¿No es paradójico que el artista responda refugiándose en lo que es aún más efímero, él mismo? No digo que me parezca ni bien ni mal, pero en un universo que se nos escapa, a este ejercicio de absolutismo subjetivo lo llamamos “el arte por el arte”.

Desde el lado del espectador, parece que hemos cumplido con nuestro destino, el de ser una humanidad deshumanizada, que consume un arte que no le causa placer ni gozo, porque ya no es un arte bello. Hemos llevado hasta sus últimas conclusiones un vicio viejo, el de creer que las cosas son bellas por sí mismas, verdaderas por sí mismas, o que simplemente son en sí mismas, desconectadas de lo demás. Pero ¿alguien puede afirmar que algo existe, es verdadero o bello hasta que no lo conoce, hasta que no lo entiende, hasta que no lo siente?

Yo he sentido en varias ocasiones la belleza perturbadora de cosas y de obras: los labios de una mujer, el aroma de un bosque, un movimiento musical, una frase, una pintura, una roca... y este sentimiento ha ido siempre envuelto en un atisbo de comunión, en la superación de la distancia que separaba a mi imaginación, mi pensamiento y mis sentidos, de la persona, la cosa o la obra. No entiendo el arte que no me conmueve, bien la inteligencia, bien la sensibilidad, y el arte que me hace gozar no me distancia ni me proporciona una ilusoria estabilidad, sino que por el contrario protesta contra las barreras y refleja la fluidez del mundo. Por eso pienso que en el buen arte conviven el impulso de dominar la realidad y distanciarla y la necesidad de establecer con ella un vínculo nuevo y distinto, la de detener su curso y la de expresarlo, y es trágico y cómico a la vez, placentero y doloroso. Algunas cosas son tan hermosas, que duelen.

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DISCURSOS DEL TIEMPO (roberto luis lastre)
PRIMER DISCURSO: LA LÍNEA O EL CÍRCULO

"Sólo en la opinión existe lo amargo, lo dulce, lo frío, lo caliente... en la realidad sólo hay átomos y vacío". Esta frase de Demócrito de Efesos tiene la perplejidad de lo evidente que, sin embargo, no es. ¿Hasta qué punto las cosas en las que creemos y nuestro pasado mismo, no son una invención nuestra? La duda que nos propone la pregunta nos lleva a pensar en el tiempo como ilusión que produce realidad.

Los Mayas veían el tiempo como un círculo cuando llegaron los europeos que medían el tiempo como una línea recta. Sólo con eso la comprensión se hizo imposible para siempre. Los recién llegados, impotentes ante el misterio de la exactitud, impusieron su calendario y su visión lineal del tiempo, no era posible que un círculo cegara a una recta.

Si el tiempo es circular, como también se dio cuenta Nietzche, siempre es probable el retorno y el pasado trasciende, es un tiempo recuperable y su importancia es superior a la que pueda tener la anticipación, que ni siquiera es tangible y no tiene testigos ni referencias. Si el tiempo es circular nunca se perderá la identidad, la cultura, el misterio, la prueba de existir, la magia de ser aquí y ahora. Pero si el tiempo es lineal sólo se puede ir hacia el futuro, sólo se puede vivir en la anticipación perenne. Nada vale ahora si no es para el devenir. "Todo lo que es es devenir", había dicho Sócrates. Así, dejamos de estar en presente, el ahora reciente es únicamente el sueño, dejamos de habitar infinitos instantes y el valor único del ser es su hipoteca.

Quizás ni una ni otra visión del tiempo nos libere de la domesticación, ya estamos domesticados por la ilusión de no ver. Los del tiempo circular vuelven la cara al mañana, porque no existe, no se ve, no se toca, no se sabe y no se puede saber qué contiene, los del tiempo lineal vuelven la cara al pasado, porque ni siquiera es rentable. Los primeros no ven la
duración del tiempo, sino su intensidad, los segundos no ven el tiempo, sino su ausencia.

SEGUNDO DISCURSO: RELOJ

Un reloj de arena es como una bailarina egipcia que no tiene ombligo. Es posible acariciar sus bordes; pero la ausencia de ombligo sorprende y el acto no tiene lascivia. Es el tacto puro, el placer único de tocar la belleza y la eternidad de un instante.

A falta de ombligo se ve cómo fluye la vida de su cabeza a los pies y luego de sus pies a la cabeza, porque es una ilusión desvanecida al ponerla de revés; ella siempre está de pie y no deja de mover el vientre como un áspid eterno ante la flauta encubridora del misterio. Su sangre deliciosa, casi polvo de oro, marcará los minutos que uno quiera contar.

Al final, cuando nos vamos, ella, la bailarina egipcia sin ombligo, se queda hueca en su pecho y nadie la ve sufrir el abandono, porque su naturaleza es la ausencia, la soledad, el olvido, la prueba de la nada que nos hace a todos iguales. No hay música entonces ya, ni engaño; el tiempo es un invento inútil, la bailarina egipcia se equivocó de mundo.

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