ARTE: "¿Non plus circa: la pintura del silencio" luis arturo hernández

AARÓN SLOBODJ:

(A propósito de La última obra de AARÓN SLOBODJ, de J. C. Fernandes, Devir, 2005.)

38 “cuadros para una exposición” –con sus consiguientes títulos ¿atribuidos al azar?- constituyen esta paradójica muestra de una obra maestra de Aarón Slobodj, en la galería itinerante Devir de Barcelona, de un viejo pionero del arte del caos y la destrucción –lo que los críticos han llamado el “arte del desvanecimiento” o de la imperceptibilidad-.

Y decimos paradójica porque, presentando los rasgos de estilo del cómic figurativo de J.C. Fernandes –nacido en 1964-, ofrece la recopilación de una obra dispersa del artista armenio Aarón Slobodj, una colección de 38 postales que, como precursor del Mail-Art, hiciera llegar a otros tantos destinatarios ¿aleatorios? en todas las direcciones de los 7 mares, antes de arrojarse al vacío del océano.

La colección constituye, pues, un cubo de Rubik bidimensional –donde el paisaje de destino daría su tercera dimensión- y en el que el espectador habrá de casar –si está por la labor- la “reproducción” de los cuadros en tamaño postal con los títulos esparcidos al azar, como fichas de dominó –ha afirmado un crítico-, en la libreta que es la exposición.

En la línea de Un fragmento de mi corazón -performance artística en la que el propio Slobodj compusiera, en la misma sala de exposiciones, una retícula con las invitaciones dirigidas a los espectadores, que formaban en sí parte imprescindible de la instalación-, el puzzle de Big Bang –que así se titula la exposición- son las pavesas -viradas a sepia- de la explosión global –que a da a luz al comisario Fernandes y se la niega a Slobodj-, de la extinción de un artista de la “pintura del silencio” que parece invitar a su público a aportar su gramito de arena -su tostada postal quemada al sol- en una mob –happening de la incineración, de la destrucción de la gran Mobby Dick del viejo Arte monumental-.

Última broma –de humor negro- del artista que hace de su testamento otro coherente ejercicio de Entropía –en su viaje final al Trópico-, de autodestrucción merced al tropo de la atomización -sin psicotrópico alguno-, pidiendo al público interactividad póstuma.

Y el catálogo que acoge la exposición portátil a modo de envoltorio, cáscara o estuche, no pasa de ser, finalmente, un pretexto, con su prólogo y epílogo, como narrativa breve en/cubierta –de la última singladura de Slobodj-. “La literatura como pretexto del arte” (Buscar en LITERATURA: La quinta columna), parafraseando al postestructuralisto pope de la crítica como arte conceptual.

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