• LA POESIA SI ES QUE EXISTE (kepa murua)
• LEER A OSCURAS (borja de miguel)
• EL QUINTACOLUMNISTA: Odisea bufa sin anagnóresis (luis arturo hernández)
• CARTAS DEL NORTE: El triunfo de la brevedad (jose luis garcía fernández)

LA POESÍA SI ES QUE EXISTE (kepa murua)
Hay un momento en la vida en que el hombre son los ojos llorando, el pulso cansino, el sentimiento a flor de piel, un instante en que se duda de todo porque el vacío nos llama como un grito que nos persigue al abismo de las cosas inútiles que bordean la locura. Porque la nada nos ciega y oculta las cosas y nos separa de las personas que con su alegría y presencia nos daban vida y nos daban luz. Con sus sombras un desgarro que se pierde en el infinito en el momento en que solos nos vamos quedando ciegos. Es un momento estremecedor, estás solo y crees que tampoco tiene remedio, un momento terrible, has perdido la esperanza y crees que nunca volverás a encontrarla, ni aquí ni allá, ni entre los escombros de lo que un día fuiste antes de que la oscuridad te alcanzara con su altura. Es un túnel que camina a un ritmo trepidante envolviéndote tus pasos, un mal sueño que intuyes no terminará con el paso de las horas ni los días. Pero no es una pesadilla en el presente ni un regreso del pasado oscuro, es la vida que se te mete dentro con sus dientes y colmillos afilados llamando a la locura con tu nombre. Al principio la cabeza estalla, viaja por los aires, se dispersa y pierde el rumbo. Más tarde con dolor comienza la calma, con paciencia el abandono, con temor el coraje a la palabra encontrada, a la palabra dada frente al respeto que busca uno por sentirse aliviado ante tantos zarpazos de muerte. Se respira con el primer balbuceo, se recobra el ánimo con el minúsculo eco de un corazón herido, se siente uno vivo y se desea respirar abarcando todo el sentido de la vida siendo como éramos antes de que comenzara el infierno e incluso siendo mejores de lo que pretendíamos serlo antes de que el infierno acabara con nosotos. Es la palabra en la lengua, el beso en los labios, el tacto buscando la ternura, el silencio rodeando la comprensión infinita como si no hubiese pasado nada más que lo que debía haber sido en el momento preciso. Cuando la poesía llama al hombre con su desgarro al rojo vivo y la vida se confunde entre las piernas en un momento en que la sombra de nuestro andar huye de nuestro lado, el hombre siente cómo la esperanza son sus ojos llorando, alcanzando con su mirada un nuevo camino.
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LEER A OSCURAS (borja de miguel)
El poeta y el tiempo

La voz de Marina Tsvietáieva suena fuerte en este libro. Segura de sus reflexiones (ya podían otros trabajar tanto las ideas antes de expresarlas) se atreve con todo, confía en su razonamiento, sabe que lo que dice puede herir (diría, incluso, que quiere que hiera) pero a la vez es irreprochable. Un pulso contra aquellos que injustamente irrumpen en el mundo de la literatura sin amarlo. “Pero la posesión por el arte existe, ya que, en un número infinitamente mayor al del poeta, existe el falso-poeta, el esteta que se atraganta de arte y no de los elementos, un ser muerto para Dios y para los hombres – pero muerto en vano.”

No sólo crítica, otras veces utiliza su increíble capacidad de análisis para desenredar los aspectos más complejos del arte y la creación. Fascinada por ese proceso inasible, investiga su propia experiencia, estudia a aquellos que considera genios (los contemporáneos: los que crean el propio tiempo y no simplemente lo reflejan), a Goethe, a Pushkin... Y las conclusiones a las que llega son sorprendentes, brillantes. No basta con ver adentro, hay que ver más allá, desintegrar hasta un determinado último átomo a partir del cual reconstruir la idea. Según leo no queda en mí la menor duda; media hora después no soy capaz de llegar por mí mismo a esas precisas conclusiones que ella muestra con tanta claridad. Releo. Y a pesar de ser ensayos, son poesía. De la “cerebralidad” consigue su eficacia. Del alma: el calor y la vida; siempre más poeta que teórica (aunque rechazando la no-reflexión), sabe que es la esencia lo que realmente se necesita. “Cuando recito un poema sobre el mar y un marinero –que no comprende ni una palabra de poesía- me corrige, le estoy agradecida.” “En todo lo que no es el alma necesito – de los otros.”

Dura e insobornable (a veces indignada), o enternecida por los versos de un niño de cuatro años o una monja de clausura, Tsvietáieva siempre escribe desde la mayor sinceridad y sus textos parecen oírse en vez de leerse. Para ella la poesía no son fuegos de artificio con los que deslumbrar al lector, sino una serie de respuestas sugeridas a las que cada uno deberá contraponer sus preguntas (“¿Para qué contarme qué quería hacer en un determinado poema – yo? Es mejor que me enseñes qué has podido tomar de él – tú”).

Escritos entre 1.926 y 1.932, estos textos de Marina Tsvietáieva resisten al tiempo y son entendidos por ella como sus hijos, “hijos nuestros mayores que nosotros, porque vivirán más tiempo y más allá que nosotros. Nuestros mayores del futuro. Por eso a veces nos son ajenos.”

Un derroche de fuerza magníficamente direccionada, un libro de referencia, después de casi setenta años estos textos siguen tan vivos como entonces. El lector obtendrá de ellos tanto como de sí pueda dar.

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EL QUINTACOLUMNISTA (luis arturo hernández)
Odisea bufa sin anagnóresis

(Reseña de La ignorancia, de Milan Kundera).

A lo largo de su obra ensayística -ya en su Teoría de la novela y posteriormente en Los testamentos traicionados-, Milan Kundera ha explorado las fronteras que median entre la épica antigua y la novela moderna, rastreando sus particularidades.

La ausencia de los dioses -y la “muerte de Dios”a partir de Nietzsche- no privará, sin embargo, a la novela contemporánea de la fatalidad de un “destino” ineludible, condicionado no ya por fuerzas sobrenaturales, sino por el Poder de los Hombres: un determinismo trágico, tal y como lo han mostrado el pensador y crítico húngaro György Lukács en su teorización de la “novela épica” o, para el género dramático, en lengua castellana, Alfonso Sastre o Buero Vallejo. La epopeya resultante, muy a pesar suyo, no podrá ser sino grotesca en esta época de las paradojas terminales.

Y así, como si se tratara de poner en práctica por enésima vez su teoría poética, Kundera traza en La ignorancia -su última novela- un temporal y “grácil bucle” que enlaza la emigración de los disidentes tras la invasión de Checoslovaquia por la URSS con la peripecia del regreso a Ítaca de Ulises en la Odisea de Homero.El estalinismo se presenta aquí como el poder fáctico que determina inexorablemente el exilio de los “emigrados” -como ha venido sucediendo en Europa desde 1789 a 1989, en palabras de un Kundera aquejado de cierta numerología eurocentrista, en virtud del 2 y su periodización histórica en 20 y 200-, pero con la particularidad de que los protagonistas de La ignorancia, Irena y Josef, lo hacen voluntariamente y su retorno resulta forzado por circunstancias ajenas a su voluntad -relativismo del Individuo e ironía de la Historia, señas de identidad de la novela moderna desde el Quijote-, y puesto en abismo por el motivo temático -tema musical- de la biografía de Schönberg, y desarrollado de forma expositivo-argumentativa en los pasajes de la novela-ensayo donde el autor-narrador integrará la ontogénesis en la filogénesis.

Una parodia postmoderna, en definitiva, irónica y paradójica -”Todo el mundo se equivoca acerca del porvenir”-, de la antigua e irrepetible Odisea mediterránea.

El contrapunto de las historias de Irena y Josef -dos desarraigados tras su vuelta al país de origen, porque tras el exilio para ellos “la vida está en otra parte”- es el principio estructurador que, extendiendo su polifonía a otras voces -N. y Milada, los “comunistas buenos”-, va desarrollando el tema de la “ignorancia” tomada en su sentido etimológico de “añoranza”, alternando el deseo de narrar su odisea por parte de Irena -el consabido olvido como la otra cara de la moneda: “dicen que la nostalgia es el olvido”- con la total falta de nostalgia -y su consiguiente memoria selectiva reservada para lo más negativo- de un Josef “vendido por sus hermanos”, y construyendo una trama de paralelismos y antítesis entre los proto/antagonistas cuya simetría trastrueca la irracionalidad -sueño de emigración o fantasía erótica-.

El reencuentro de ambos en un aeropuerto, en un relato plagado de deliberadas “coincidencias significativas” -” a cierta edad, las coincidencias pierden su magia, dejan de sorprender, pasan a ser triviales”-, confunde ambas historias, a la vez que generará por bipartición nuevas acciones secundarias que le sirven de contrapunto.

La ignorancia, tematizada siempre desde Irena -quien parece remedar a Ulises, desde el punto de vista del autor-, y enmarcada por el episodio de la fuga de Ulises de brazos de Calipso y la falta de reconocimiento inicial de aquél por Penélope -e Irena no será reconocida por un Josef al que ella ha recordado desde el primer día, en una nueva paradoja terminal del fin de siglo- se modaliza en el desenlace desde Josef, auténtico Ulises que tras una aventura con Calipso huye hacia su verdadera patria -el reino de Thule- en pos del recuerdo de una Penélope muerta que decidió conservar vivo. La imposibilidad de re/conocimiento o anagnóresis de los héroes

-la ignorancia, en fin-, confirma, en un final abierto, que “nadie conoce a nadie”.

Con un estilo que se despega en ocasiones, con rotundas imágenes poéticas, del grado cero de la escritura a que nos tenía acostumbrados, “incurriendo” incluso en la descripción paisajística, Kundera parece haber transvasado a la novela parte de su experiencia posterior a la “Restauración de terciopelo”, enjuiciando de manera agridulce el cambio de la lengua, el fetichismo del extranjero o la globalización, a la vez que relativiza la satanización del comunismo y los tópicos sobre el régimen -recuérdese, acerca de la memoria, que amnesia y amnistía tienen idéntico origen-.

A fines del siglo XX, a milenios de que el Mediterráneo de la Odisea se redujera al Dublín del Ulises de Joyce, tras comarcalizarse en La Mancha de El Quijote, y a punto de celebrarse el cumpleaños de la Odisea Espacial 2001 de Arthur Clarke - que proyectó hacia la conquista del Espacio la exploración agotada ya en la Tierra-, Milan Kundera amplía el espacio del periplo a una Europa que, paradójicamente y merced al Progreso -”La gigantesca escoba invisible que transforma, desfigura, borra paisajes, viene trabajando desde hace milenios, pero sus movimientos, antes lentos, apenas perceptibles, se han acelerado de tal manera que me pregunto si La Odisea sería hoy concebible”-, puede recorrerse en unas horas, insinuándose que no hay más epopeya que la que se vive en el laberinto del cerebro, ni viaje alguno que no sea el virtual que tiene lugar entre las cuatro paredes de una habitación, tal y como parece sugerirlo el océano doméstico de El retorno de Ulises de Giorgio de Chirico que ilustra la edición española -en su tan cacareada primicia mundial-, piélago metafísico entre el artificio del mar veneciano del Casanova de Fellini y el mar domesticado de La buhardilla -El muchacho amarillo- de Pérez Estrada.

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CARTAS DEL NORTE (jose luis garcía fernández)
El triunfo de la brevedad

Que el relato corto, y más en concreto el ultracorto, está de enhorabuena tras la reciente concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras al escritor guatemalteco Augusto Monterroso, resulta evidente toda vez que estas alturas todos los diarios de este país se habrán empeñado en reproducir hasta la saciedad lo que a decir de muchos se considera como el más corto de la historia de la literatura. Vayan por delante mis felicitaciones para el galardonado así como mi negativa a incluirlo en este artículo. Porque decir que Augusto Monterroso debe toda su popularidad literaria al hecho de haber escrito el que posiblemente sea el cuento corto más corto, y si acaso más enigmático, de la historia de la literatura, no deja de ser un mero ejercicio de puerilidad que no hace sino ocultar las merecidas cualidades literarias de un autor a caballo entre el realismo mágico de Gabriel García Márquez y la literatura fantástica genuinamente latinoamericana de Juan Rulfo. Desgraciadamente, algo que espero ahora la concesión del Príncipe de Asturias se encargue de paliar, Monterroso es más conocido en España por ser el marido de Bárbara Jacobs que por sus relatos. (Si acaso tan sólo, por ser el autor del manido relato al que me refería anteriormente).

Lo cierto es que después de su famoso relato, y de alguna que otra Antología que algún avispado crítico ha querido comparar con la inefable Antología del cuento fantástico de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Monterroso se ve continuamente sometido a un voluntario ostracismo que corre parejo con su exilio, Sólo de vez en cuando parece querer salir a flote y nos cede gratuitamente nuevas entregas de relatos que algunos seguidores devoramos con entusiasmo. Y más recientemente, y bueno será el recordarlo, se nos presentó de nuevo en sociedad de la mano de una estupenda colección de artículos literarios que en algunos casos pasan por ser auténticos tratados del cuento breve, cuando no cuentos en sí mismos. Por sus páginas desfilan los fantasmas de Rulfo cogidos a su creador de la mano, el espíritu de Borges, presente en varios textos bien de una forma directa, bien a través de su Aleph, y sus lecturas preferidas entre las que descubrí con gran agrado Los ejercicios de estilo de Raymond Queneau, obra que leí en mi adolescencia y que tengo a bien no extraviar ni prestar a los amigos. (Algo, por otra parte que no hago con ningún libro, ya que soy un ferviente defensor de la máxima Hay dos clases de idiotas: los que prestan libros, y los que los devuelven).

Sin embargo, y aún manteniéndome en mi compromiso de no transcribir el relato Monterrosino, resulta curioso comprobar como aquel dinosaurio fofo y acaso un tanto distraído (al menos así es como yo siempre lo quise ver) se convierte progresivamente en un unicornio de la mano de Mario Vargas Llosa, con lo cual, aquel relato aparentemente inofensivo muta sobre su propia existencia y se transforma en otro totalmente diferente que diría: Cuando despertó, el unicornio todavía estaba allí. Y según parece, no ha sido el genial escritor peruano el único encargado de revisar tan peculiar ejercicio literario. También Carlos Fuentes decidió un buen día acudir a la zoología para convertirlo en un cocodrilo. Monterroso, como no podía ser de otro modo, dedica algunos de sus finos e irónicos comentarios a hablar de esto, convirtiendo su cuento en una perpetua renovación del género literario por extensión. Y hay que decir que gracias a él, el relato ultracorto vive uno de esos momentos considerados como dulces, merced sobretodo a los buenos quehaceres de insignes mecenas como El Círculo Cultural Faroni, club cultural nacido bajo los inestimables auspicios del inolvidable protagonista de la novela Juegos de la edad tardía de Luis Landero, y que anualmente convoca un Certamen de Relatos Ultracortos que nunca deben de superar las quince líneas.

La literatura es, o debería de ser, un lugar de encuentro. Encuentro de autores con autores, de autores con lectores, de lectores con lectores y de lectores con autores. Monterroso, homenajeando a sus lecturas preferidas, ha sabido "traducir" como nadie esas premisas, configurándose como un escritor de referencia inexcusable en este comienzo de siglo globalizador. Porque, ¿acaso no hemos tenido en alguna ocasión delante de nuestros ojos un dinosaurio cuando nos despertábamos en la mañana?.

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