• LA POESIA SI ES QUE EXISTE (kepa murua)
• LEER A OSCURAS (borja de miguel sanz)
• La hora de la mudanza (prieto avedillo)
• EL QUINTACOLUMNISTA (luis arturo hernández)

LA POESÍA SI ES QUE EXISTE (kepa murua)
Los sucesos vividos anteriormente nos sirven para interpretar la sociedad y el mundo que nos rodea. La historia tiene su lenguaje, su interpretación, y a veces, su oscuro misterio si se prolonga como una metáfora o un tópico que nos define y arrastra con el paso del tiempo. Tiene pese a todo sus sombras y sus luces. La más cercana puede resultar peligrosa si no podemos reconocernos con ella a nuestros semejantes, y la más lejana, la que se olvida antes, puede que quede como un pretexto de la memoria colectiva que desde el origen se confunde con la locura de nuestro tiempo. Pero la historia, variable y cambiante por momentos, con mil sucesos distintos y desconocidos en su devenir, termina repitiéndose como una conclusión inevitable en los contenidos.

Lees los sucesos de antaño y porque son otros los protagonistas crees que la historia no te pertenece. Analizas las fotografías de un viejo álbum familiar y parece que el tiempo se ha detenido irreconocible. Juzgas las distintas interpretaciones que se hacían de las noticias del momento y constatas que aquel hombre se equivocaba con su premonición ante un futuro incierto, como te equivocarías tú si te atrevieses a encerrar en una sola frase la frágil realidad que te rodea en vida. Así es el desafío de la historia. Nos exige retratarnos como hijos de nuestro tiempo, pero sin que apenas seamos conscientes del ligero desplazamiento al que fuimos sometidos nos separa del pasado y nos impide ver con claridad el futuro. La historia es traicionera y le gusta jugar con el hombre.

Sólo las pasiones, los sentimientos, las sensaciones no han cambiado. La ira se siente como antes, la soledad es la misma, la verdad y la mentira adquieren por momentos otro significado, y como el infierno ya no existe y la confusión es eterna, nadie se reconoce ahora en los hechos que impulsaron la historia reciente. La dificultad de interpretar con calma las sensaciones contradictorias que nos invaden cuando sometemos el pensamiento a una única idea, nos lleva a creer que vivimos tiempos nuevos y sorprendentes, cuando en realidad sólo cambia el íntimo caos del envoltorio, y la historia se repite una vez más riéndose de la inteligencia que la vida guarda en nosotros. La historia existe en nuestos errores y convive con nosotros cuando creemos que no existe. Se repite y se aparece a menudo, pero con un disfraz diferente parece que nunca la hemos visto antes. Como la poesía, agazapada y confundida con el entorno, se descubre cuando menos te la esperas.
LEER A OSCURAS (borja de miguel sanz)
El último soplo de Clarice Lispector

Éste es un libro que sólo pueden permitírselo algunos grandes escritores. Un libro de autores interesados en el propio proceso de creación y no sólo en la ficción creada. Clarice Lispector (brasileña), tras escribir obras como La pasión según GH, La hora de la estrella, Lazos de Familia o Felicidad clandestina, sigue planteándose las mismas cuestiones en una interesante visión de sí misma. Estructurado en cuatro apartados, el texto evoluciona en un ambiente que roza la irrealidad. Experimenta con la forma, busca la novedad y la eficacia, y constantemente consigue sorprender al lector.

En este libro (póstumo) Clarice Lispector nos da las que han venido siendo sus claves, sus obsesiones, sus intereses durante toda su obra. Nos muestra su visión de la Escritura y del proceso de creación. A través de un Autor ficticio que inventa un personaje (Ángela) aparentemente opuesto a sí mismo, nos explica sus reflexiones sobre la realidad, las verdades de las ficciones y su verosimilitud, la racionalidad y la irracionalidad en la Escritura, la relación entre sentimiento y palabra, el lenguaje… Bien advierte ella que éste no es un libro para ajenos al mundo de la Escritura. Lo que ella se plantea es hacer “a propósito un libro muy malo para apartar a los profanos que quieren "entretenerse". Pero un pequeño grupo verá que ese entretenimiento es superficial y entrarán en lo que verdaderamente escribo, y que no es "malo" ni "bueno"”. “Este es un libro silencioso. Y habla, habla en voz baja”. Un libro íntimo. Una “búsqueda de la veracidad íntima de la vida”. “Si no cuento cuál es el secreto de la vida es porque aún no lo he aprendido”. “Esto no es una lamentación, es el grito de un ave de rapiña”. Clarice Lispector no se lamenta; lucha. Lucha por entender. Lucha por encontrar una forma sin artificio, sencilla y desnuda. “Quiero escribir un movimiento puro”. Un libro repleto de frases brillantes, repleto de “palabras que ocultan otras, las verdaderas”. Un libro que abarca espléndidamente la verdad que Clarice Lispector ha ido creando a través de los años.

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La hora de la mudanza (Prieto Avedillo)
Ayudé al escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez a hacer su mudanza de Salamanca a Madrid. De alguna manera quería acercarse al mercado editorial desde allí. Y lo cierto es que no mucho tiempo después pudo ver su segunda novela publicada, El libro de Esther (Lengua de Trapo). La víspera del gran día me acerqué a su casa, y pude comprobar que se le presentaba un verdadero problema: en dos años había acumulado tal cantidad de libros y revistas que superaban a su equipaje y el de su mujer juntos.

No sin cierta pena debía distribuir y deshacerse de los libros menos necesarios. Pero ¿cuál era el criterio de selección? ¿El precio de los volúmenes?, ¿la imposibilidad de encontrarlos de nuevo?, ¿el valor sentimental?, ¿quizá el espacio que ocupaban?, ¿el peso...?

Hay cosas realmente irrecuperables, y entre ellas los momentos de lectura. En el fondo, en el tipo de sociedad en la que nos movemos, tendemos a acumular y poseer libros, discos, revistas, entradas de un cine, fotografías, disquetes de ordenador que nunca recuerdas qué contienen. Algunas cosas son fácilmente consultables o reutilizables, pero otras no dejan de ser objetos improbables, fetiches, caprichos...

Entre unas cervezas sacábamos preguntas. ¿Cuántas veces volvemos a leer un libro? ¿Cuándo una consulta se convierte en relectura?. ¿Qué cantidad de libros son susceptibles de sernos útiles en el futuro? ¿Y si reducimos estas cuestiones al ámbito de la novela? ¿Cuántas novelas has leído dos veces en tu vida? ¿Y en los últimos dos años? ¿Cuántas novelas tienes intención de releer? ¿Y en los próximos dos años? ¿Cuántos son los libros de tu vida?

Entre otras cervezas más machacábamos las soluciones. ¡Viva la relectura! Los únicos buenos libros son los que aguantan una relectura independientemente del estado de ánimo del lector y de su paso del tiempo.

Como el cura y el barbero mandamos un montón de libros a una escasa biblioteca, otras a mis estanterías, y otros a las casas de otros amigos. Pero, así y todo, los libros que trasladamos fueron excesivos.

Al terminar, cuando ya habíamos descargado todo, no se me ocurrió más que un comentario: “No sé qué vas a hacer cuando vuelvas a Venezuela”.

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EL QUINTACOLUMNISTA (luis arturo hernández)
Si M.Kundera se hubiera aplicado el cuento de aquel proverbio machadiano que reza: “El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas;/ es ojo porque te ve”, se podría hacer ahorrado su última novela, La identidad, aunque quizá habría intentado dar respuesta a la pregunta sobre la existencia que es-en su teoría poética- toda novela, con “La enajenación”, por no decir “La alienación”,de resonancias más marxistas.

Al igual que en aquel brevísimo relato de Cortázar en que un periódico vuelve a ser un montón de hojas impresas en cuanto el eventual lector deja de hojearlo, la identidad de los personajes viene dada en la última novela de Milan Kundera por la mirada de los otros -su conciencia de ser parece configurarse desde el exterior-y la pérdida de esos puntos de vista difuminará la realidad virtual de la protagonista arrojándola a la angustia existencial que amenaza con disolver su ser en el no ser.

En efecto, la mirada se convierte en motivo recurrente de la historia de la pareja protagonista - de la inquietud que provoca en ella dejar de ser observada a la queja contra el parpadeo por parte de él- y será esta ausencia -tan estrechamente ligada a la inquietud de ella por haber dejado ser objeto de deseo- el desencadenante de la acción, y la tentativa de él por aunar en sí mismo - en esa identificación de amor y matrimonio que Denis de Rougemont postula para el europeo contemporáneo en El Amor y Occidente- la condición de marido y amante, el origen de un conflicto sentimental que, de manera tan lírica, había formulado hace más de dos decenios la cantautora española Cecilia en aquella canción titulada Un ramito de violetas.

Las consecuencias extremas de un “malentendido”, motivo tan frecuente en la obra de Kundera -ya desde La broma- como “camusiano” -por la permutación de espacios entre el paisaje francés de Cyrano de Bergerac y el escenario checo del drama de Camus-, constituyen el desarrollo de la trama, sucesión de desencuentros cuyo relato irá modalizando el narrador omnisciente desde sendos puntos de vista, mediante un contrapunto que ofrece con su juego de perspectivas el juego erótico.

Desde el punto de vista estructural, la ruptura de la pareja formada por Chantal y Jan-Marc -cuya onomástica típica constituye un signo más del “afrancesamiento” de la novelística del escritor checo desde La lentitud- se corresponde a la ruptura en la forma de expresión y, mientras la novela de amor mantiene un tempo lento, el relato adquiere un tiempo interior vertiginoso en la huida de Chantal y búsqueda por parte de Jan-Marc que desembocan en un relato libertino, con bastantes ribetes filosóficos y pretensiones metafísicas, características todas ellas de la literatura del XVIII francés y en particular de la obra de Diderot, el autor predilecto de Kundera.

Desde su proverbial estilo transparente, gélido y desnudo, que reserva los tropos para el discurso de los personajes -como ocurría con el Jaromil de La vida está en otra parte o el Goethe de La inmortalidad, sin ir más lejos-, Kundera imprimirá en La identidad un giro a sus tradicionales relaciones entre realidad y ficción. Si bien es cierto que la casualidad que rige los encuentros y la funcionalidad de todos los personajes episódicos convertidos en secundarios, la geometría caracterizadora de los principales mediante el esquematismo de simetrías y antítesis reiteradas no dejan al lector la menor duda sobre la condición “novelesca” de lo narrado -con el correspondiente tributo de complicidad que el narrador-autor exige para su relato-, el desenlace de La identidad deja en suspenso las fronteras entre lo imaginario y lo real en un final de “nivola” -”¿En qué momento preciso lo real se convirtió en irreal, la realidad en ensoñación?”-, que parece corresponderse a la difuminación de la barrera entre lo objetivo y lo subjetivo -”¿Dónde estaba la frontera?”-, entre la mirada y lo mirado -reforzando en un quiebro final la verosimilitud poética- y, por extensión, entre la literatura checa y la francesa -”¿Dónde está la frontera?”-.

No se comprende la virulencia con que la crítica occidental ha arremetido contra esta novela -si no es por el desenlace, que reencuentra en el amor la única vía para la resurrección de la identidad, tras el descenso al purgatorio de la enajenación en la orgía londinense-, pues se reconoce buena parte de las señas de identidad de la narrativa del checo y, sin alcanzar la complejidad estructural ni la trascendencia de La inmortalidad, constituye un juguete narrativo sobre la insoportable levedad del ser -del subgénero de La lentitud- al que no sería necesario restar mérito hoy si no se hubieran encumbrado ayer tantas obras anteriores por razones ideológicas.

Kundera no ofrece, pues, en francés -su lengua literaria de adopción-, ni más ni menos que antes, sino más de lo mismo.Y La identidad, por tanto, ídem de ídem.

Oto de Aquisgrán (julia otxoa)
Cuentan que el emperador Oto de Aquisgrán era tan sumamente perfeccionista que, acometiéndole una vez un agudo ataque de melancolía profundísima, y decidiendo en medio de tristes delirios acabar con su vida, tuvo tan extremado cuidado en dejar bien acabados y atados los asuntos de la corte

que antes de pasar a mejor vida, pasó años y años despachando con sus consejeros, firmando tratados y recibiendo en mil audiencias. Hasta que al fin, todo en orden, el pobre emperador Oto ya muy anciano y enfermo desde su lecho de muerte, no recordaba realmente el extraño motivo que le había tenido toda su vida sumido en aquel delirante y frenético ritmo de trabajo, no conocido jamás en ninguna corte imperial.

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