Enero 2001

El quintacolumnista

luis arturo hernández
Arrecife coral negro

(Reseña de A medianoche llegan los muertos, de Eliseo Altunaga)

En 1998 desaparecía de muchos de los manuales escolares de literatura española de la antigua metrópoli la llamada “Generación del 98”, aquel fruto intelectual del nacionalismo español que se pretendió nacido de la abulia con que la España de la Restauración recibió el desastre colonial de un imperio que,como el Maine, tocaba fondo. Son abundantes las ediciones de obras relacionadas con la Guerra de Cuba, actuales y de la época, pero muy escasas las de autores contemporáneos que hayan relatado desde el otro lado del océano la Guerra de Independencia Cubana. Punto de vista ineludible porque, a fin de cuentas, la historia la escriben los vencedores.

Una de estas perlas es A medianoche llegan los muertos, de Eliseo Altunaga, y con la particularidad añadida de que el autor cubano aborda la materia épica desde la perspectiva de la población negra que participó en la insurrección y cuya cabeza visible fue el mulato Antonio Maceo. Lo cual la convierte en una perla cultivada.

Hay, de principio a fin, en la reconstrucción de la peripecia del General Maceo a la cabeza del Ejército Invasor desde Oriente -Santiago- a Occidente -La Habana-, por parte de Altunaga, una tensión dialéctica entre la documentación histórica y la imaginación que proporciona un oportuno distanciamiento respecto de los hechos y garantiza la autenticidad de la empresa acometida por El Escribano, ese presunto alter ego del autor, que en la recreación de esa crónica va tejiendo ante el lector un discurso metaliterario que, más allá de la espuma postmoderna de la metaficción, y sin envidiar en lo más mínimo a autores como Coover, maestro de esta corriente, acerca a la superficie de la historia el mar de fondo de la narrativa contemporánea.

Esta actitud crítica -y autocrítica del narrador desdoblado en segunda persona y convertido en interlocutor imaginario del autor- con respecto a la materia narrada, se hace extensiva al pulso dialógico que El Escribano mantiene con los personajes de la acción, desde el “Titán de Bronce”, de quien fue secretario en la campaña, al Capitán General español Martínez Campos o el hacendado Fico Castellanos, entre otras voces de los muertos que acuden, al caer la noche, al conjuro de la memoria.

Y con ese diálogo se trenzan, en la polifonía propia de la narrativa de manigua, las voces de las gentes del pueblo incorporado a la Guerra de Liberación Nacional y entre las que descuellan El Yerbero y Cacha, Sabicú y Beningó,Guaro Sabañón, Leonor y otras, que hablan en primera persona, emboscadas en la naturaleza del relato como los negros verdes, acompañados por omnipresencia de los orishas.El irresistible ascenso militar de Maceo, figura emblemática de una negritud a la que se pretendió reducir a carne de cañón de la insurrección de los criollos blancos, en el primer año de la guerra, reavivará el viejo duelo entre el libertador santiaguero y su antagonista por excelencia, Martínez Campos, entre intrigantes y conspiradores, en una novela que recorre el archipiélago de Cuba de este a oeste en su lucha por la soberanía como una masa coral, un coro de tragedia, un arrecife de coral negro.

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