Marzo 2001

MATERIALES PARA UNA EXPEDICIÓN

Los textos de esta página pertenecen a un libro inédito de Pedro Ugarte titulado “Materiales para una expedición”, concebido y prolongado a lo largo de casi dos décadas de obstinadas condensaciones literarias.

1. TEORÍA DE LA BÚSQUEDA: Abril 2000
2. LA VUELTA AL RELOJ: Mayo 2000
3. DEMOCRACIA: Junio 2000
4. PALACIOS: Julio 2000
5. EL PREMIO Y EL POETA: Septiembre 2000
7. CARTOMANCIA: Octubre 2000
8. ANIVERSARIO: oviembre 2000
9. LECCIÓN DE PÓQUER: Diciembre 2000
10. MOMENTO DE INSPIRACIÓN: Enero 2001
158. CAUSA PERDIDA: Marzo 2000
1. TEORÍA DE LA BÚSQUEDA

Lleva años buscando algo que aún no sabe y que tal vez no encuentre nunca. A nadie ha conocido durante la larga búsqueda. En realidad, antes tampoco a nadie conocía. A nadie pudo anunciar su magna empresa; acaso él mismo no existía antes de iniciarla, y por eso en ella persevera.

La búsqueda se prolonga interminablemente y él no percibe medida alguna del tiempo. Se recuerda buscando desde el principio (lo cual significa una eternidad), sin embargo, nadie le indicó que buscara, nadie le pudo revelar el fin de sus pesquisas y para él todo se resuelve en vagas intuiciones.

La búsqueda se desarrolla sin ningún método o sistema. El se limita a divagar, guardando la secreta esperanza de asistir en algún momento a la revelación definitiva. Tal vez entonces sepa que ya está cumplida la tarea y sea eso suficiente. De momento, su fe sigue siendo inquebrantable y cada día la búsqueda parece más placentera, o acaso sólo más soportable. A veces reflexiona y no deja de inquietarse: su objetivo, piensa, no puede ser espacial ni temporal, porque el éxito de la búsqueda, entonces, en un tiempo infinito (plazo del que, por otra parte, no dispone) estaría asegurado, pero él presiente que eso no es así, que la suerte no está echada y que es su mano, tanteando torpemente, la que puede darle la victoria. No debe sin embargo detenerse mucho tiempo en estos pensamientos, la búsqueda requiere continuamente su atención para los avatares más nimios o más trascendentales (no sabe siquiera cuáles son los unos y cuáles los otros). Lo único cierto es esta búsqueda y a ella se aferra de forma total.

Durante breves momentos de tregua, piensa osadamente en el día del encuentro. Ha imaginado miles de veces cómo será el objeto de sus indagaciones. Le ha adjudicado las formas más dispares. Puede ser sublime o terrorífico. Cree que será siempre algo definitivo. También se pregunta qué pasará con él entonces, si recibirá una verdad insospechada, si se hará ángel o diablo, o si podrá huir a alguna parte.

Presiente, de todos modos, que la búsqueda no ha hecho más que empezar. Un largo camino espera pacientemente su paso. Él sabe que la búsqueda es lo que justifica su existencia y a ella se entregó desde el principio. A veces, sin embargo, le asaltan negras dudas: en medio de su infatigable labor, trata de palpar su propio cuerpo y no puede hacerlo. Una nube de humo le oculta de sí mismo. En esos momentos ni siquiera podría reconocerse. Se atreve a dudar. Tal vez él no tenga nada sino la búsqueda misma. Pero eso sería atroz.

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2. LA VUELTA AL RELOJ

Cuando penetra en la Biblioteca ve los volúmenes, innúmeros e inabarcables, que dormitan, como si fuera imposible reconocer el bullicio sordo de las palabras que en ellos aguarda. El viejo lector se distrae a veces con mapas amarillentos o juega con el reloj de arena que siempre lleva consigo. A veces también alza la cabeza y deja su vista fatigada sobre el techo, como aventurando conjeturas imposibles. Sin embargo, lo que trae al lector a la olvidada Biblioteca es algo muy concreto, quizá evidentísimo, que sabe que reconocerá si da con el volumen adecuado (Imaginemos, tal vez esté en su mente la historia que Suetonio escribió sobre la guerra de Crimea, en una ilocalizable versión árabe).

El viejo lector trabaja con fanática paciencia. Nada podría distraerle, en su inmensa soledad, de la tarea. La bibliotecaria se muestra solícita con él, le trae los libros que pide y es incluso amable.

El viejo lector recorre miles de líneas y toma algunas notas. De vez en cuando da la vuelta a su reloj y la arena, confundida, vuelve a deslizarse silenciosamente. A veces levanta la cabeza y se ve solo en el inmenso salón de lectura.

Sólo él sabe qué hermoso es el camino y qué cierta la derrota.

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3. DEMOCRACIA

Esa mujer a la que me refiero forma parte de esos círculos conservadores que tan incómodos se encuentran explicitando su ideología como confirmándola con cada uno de sus actos. En mi pequeño país, al menos, esos círculos se aposentan casi siempre en áreas residenciales muy concretas y eso, posiblemente, los delata. Esa mujer, con la llegada de la democracia, sufrió cierta conmoción interior nunca resuelta del todo. Pero ella tenía una irreductible conciencia de su ciudadanía de modo que, ante la más mínima perturbación, gustaba de exclamar: "¿Es esto la democracia?". Así, si en su automóvil la sancionaban con una multa, espetaba airada al agente de turno: "¿Es esto la democracia?". O si había obras a la entrada de su casa que dificultaban el acceso, preguntaba a los peones sudorosos: "¿Y esto es la democracia?".

"Pero, oiga, ¿es esto la democracia?", terminará diciendo acaso, en su lecho de muerte, mirando desesperadamente hacia ninguna parte, donde acaso Alguien pueda decirle que sí.

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4. PALACIOS

Es como si cada uno de nosotros fuera un palacio de infinitas habitaciones. De él se abren al exterior cientos de ventanas. Fachadas fastuosas contrastan con otras devastadas por los incendios. A su estructura pertenecen amplios salones y también bodegas húmedas y oscuras. En sus paredes cuelgan tapices y magníficas pinturas, pero también oculta corredores ya tapiados donde hace tiempo se cometieron crímenes horribles. Hay en él una capilla iluminada, y una sala destrozada donde aún permanecen los restos de una orgía: copas derribadas, esperma y sangre resbalando por las paredes. En el palacio hay silencios y murmullos. Hay desvanes donde la memoria acumula miles de objetos rescatados del olvido. Hay fríos zaguanes y vitrinas llenas de porcelanas diminutas, despensas repletas de incomprensibles artilugios, cachivaches que no sirven para nada. Por supuesto que mucha gente conoce ese palacio. Es tan grande que quienes viven a su alrededor no podrían ignorarlo. Pero unos apenas atravesaron el vestíbulo. Otros tan solo lo imaginan, apoyados en la verja del jardín. Otros accedieron por la ventana a una habitación cerrada con llave. Otros sólo mancharon sus pies en la carbonera. Hay demasiadas ventanas, demasiados pasillos, demasiadas estancias olvidadas. Unos querrán juzgarlo por un insignificante adorno que vieron en el techo. Alguien que apenas recorrió uno de sus pisos ignorará el resto del palacio. Quien contempló la capilla adivinó un indudable dogmatismo. Pero quien sólo registró una habitación repleta de obscenidades tiene también formado un juicio sumario acerca de su propietario. Se abrieron muchas de las ventanas, y nunca se abrieron para los mismos huéspedes. A menudo se sufrió la insolencia de groseros invitados. Pero también hay cuartos candados a los que jamás ha entrado nadie, cuartos donde yacen olvidados bellas estatuas y monstruos lentos y viscosos. Hay cuartos (y hay lechos) que conocieron un solo invitado, y habitaciones de convencional decoración que más o menos todos frecuentan. El propietario del palacio se sorprende de que a veces le juzguen por el estado de las cuadras, o por el entresuelo, o por una viga carcomida. El también podría aducir en su favor ciertas cortinas que cuida con esmero, o la luminosidad de la solana. Nadie podría hacerse una idea fiel de todo lo que hay en el palacio. Pero ¿quién soportaría un viaje tan largo, de manos del anfitrión, por sus desiertos y sus selvas? Ese viaje duraría toda una vida y aun así no sería suficiente. De todas formas, el propietario del palacio también confiesa que ni siquiera él conoce al completo el laberinto donde vive. Hay estancias que sin duda le pertenecen aunque no se hace una idea cierta de ellas, otras que le esperan con su puerta franca, otras, imaginarias, que sólo transita en sueños, otras que no hollará nunca. Todo esto le da miedo pero a veces (sólo a veces) le parece también una misteriosa forma de esperanza.

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5. EL PREMIO Y EL POETA

El simpático poeta había ido al hermoso ayuntamiento a recibir su premio. Todos estaban contentos: los padres del poeta, la novia del poeta, los amiguitos del poeta. Todos estaban muy contentos porque (decían) lo que el hábil poeta escribía era muy bonito. El sacerdote también había felicitado al joven poeta. La poesía, explicó el pío religioso, era algo bueno, era algo bonito. También los antiguos maestros del poeta le dijeron que hacía poesías muy bonitas.

El poeta, en efecto, recibió el merecido premio. El honrado jefe habló de lo que le gustaba la poesía. La poesía, llegó a pensar el agradecido poeta, era buena y todos le querían y sus poesías eran muy bonitas.

Era cierto que sus poesías hablaban un poco de la soledad, pero eso también era bueno (no la soledad, pero sí hablar de la soledad) porque lo decía con palabras muy bonitas y así encontrarían la solución entre todos.

El animoso poeta salió del ayuntamiento con su alegre premio, y el conserje amable le preguntó que qué tal la poesía, y él dijo que muy bonita, gracias, que no sabía ya.

Y corrió dispuesto a perderse entre los hombres.

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7. CARTOMANCIA

Hombres como Alejandro, o como César, jamás tolerarían tu insolencia. Observarían las cartas, escucharían tu augurio sombrío pero atraparían enseguida ese brazo que has dejado desprevenida sobre el tapete y lo retorcerían, y obligarían a que con tu mano libre buscaras apresuradamente en la baraja los signos que prometieran una fortuna deslumbrante.

Hombres como yo, en cambio, asisten silenciosamente al juego, pagan tu esotérico trabajo y se van luego, cabizbajos, a esperar que los naipes fatídicos se cumplan.

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8. ANIVERSARIO

Habían pasado exactamente diez años pero, ya que iban a reunirse de nuevo, quisieron que todo fuera como entonces, como en los viejos tiempos. De alguna forma, querían rememorar aquella fiesta íntima que todos recordaban con tanto agrado. La reunión estaba asegurada, todos prometieron asistir. Además, llevados de una arrebatadora nostalgia, quisieron reproducir aquella ocasión y decidieron cuidar hasta los más mínimos detalles. Buscaron la vieja vajilla, trataron de recordar lo que comieron aquel día. Se dieron las órdenes oportunas. Sin pensar que acaso exageraban, y aun imaginando que los demás harían lo mismo, cada uno se encargó de reencontrar la misma ropa que había llevado en aquella ocasión. Al fin llegó el día de la cita y los invitados (algunos de los cuales no se habían visto en todos esos años) acudieron, mostrando cierta emoción contenida. Comentaron entre risas cómo todos habían tenido la curiosa idea de procurarse la misma ropa que habían lucido hacía diez años en la fiesta.

Con difícil emoción se sentaron todos bajo las sombrillas y contemplaron ante sí el idéntico refrigerio. Fue entonces cuando, de forma furtiva, se miraron: aún jóvenes, habían envejecido notoriamente. Un sombrío presagio recorrió las mentes de todos. Se sabían impotentes para recordar las palabras que hacía diez años se dijeron, los gestos que se cruzaron.

Conmocionados, aturdidos, decidieron permanecer inmóviles y en silencio, conteniéndose, hasta que la noche les diera un evidente pretexto para escapar.

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9. LECCIÓN DE PÓQUER

¿Y si te preguntan por qué te sientas en la mesa y pones unas tranquilas manos sobre el tapete verde? Entonces la verdad. Sólo la verdad. Mírales con prevención porque también ellos son jugadores y sólo quieren saber con qué entras. Pero, de todas formas, la verdad (porque será lo último que esperan). Explica que no entiendes el juego, que no sabes mover las cartas, que ni siquiera conoces el valor de tus naipes.

Exhibe esa ignorancia infinita sobre el tapete verde donde se mueven tus manos (crúzalas incluso, ante sus miradas prevenidas, con el mayor desinterés). No conoces el juego, ni las cartas, ni cuáles son las tuyas, ni cómo moverlas para sacar de ellas el máximo provecho. Pero tú lo dices y les miras fijamente, y ellos pensarán: "No puede ser. Es demasiado astuto".

Y así, tarde o temprano, tirarán las cartas, y tú las recogerás, y partirás hacia otra mesa donde seguir jugando esa partida interminable, que no has buscado, que no te gusta, pero a la que te debes sin remedio, hasta que, cuando todo haya terminado, alguien encuentre sobre tu cuerpo una baraja completa que el viento irá desparramando casi sin querer.

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10. MOMENTO DE INSPIRACION

El insoportable llanto de un niño llenando la oscuridad de este patio interior. Y yo, con la ventana abierta, tratando de escribir.

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158. CAUSA PERDIDA

Extendida la revolución, ocupados por soldados sediciosos los edificios oficiales, apenas tuvieron tiempo los leales de salvar al rey y conducirlo hasta la misma frontera. Regresaron luego a la capital, sólo para comprobar que la confusión iba creciendo, cómo distintos cabecillas prosperaban al calor de la anarquía, cómo las milicias y los comités revolucionarios competían ahora por el poder, en medio de una guerra civil que sólo hacía un alto cuando había oportunidad de ahorcar o fusilar a algún monárquico.

Los leales procuraron concentrar las fuerzas del gobierno, planear una resistencia organizada. Su sorpresa fue comprobar que eso era imposible. Lustrosos generales del ejército se arrancaban los galones y declaraban su fe en la revolución. Los serviles y ambiciosos ministros de otro tiempo hablaban ahora de la antigua tiranía. Los capitalistas que un día compitieron por acceder a palacio habían huido discretamente hacía tiempo o sostenían a las facciones menos radicales de aquellas que ocupaban la calle. La iglesia seguía su costumbre y, olvidando el respeto con que la había tratado la antigua monarquía, negociaba su propia supervivencia.

Ahora, en el aeródromo, perplejos, aturdidos, invadidos por una decepción romántica e idiota, los leales contemplan en medio de la niebla cómo una avioneta surge pesadamente del hangar. Alguien consigue que el motor despierte, que las hélices comiencen a girar. Hay tropas exaltadas que les buscan afanosamente y pronto deberán subir a aquella vieja máquina. En su interior, a lo largo del viaje, comienzan a interrogarse con los ojos, escrutando cada uno en los demás si ya han aparecido esos rasgos que identifican a los expatriados. Se sienten unidos para siempre, aunque saben que el tiempo y el azar les alejarán a los unos de los otros, que sobrevivirán en ciudades distintas, sometidos a la oscuridad de buhardillas y viejos callejones, atrapados en el confinamiento de otras lenguas y costumbres, aguardando la muerte a solas.

Hay una belleza luminosa, intolerable, en ese amanecer que lucha por abrirse paso entre las nubes.

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