Enero 2001

javier mozas

Diario sobre la memoria

Recuerdo 3, sábado 8 de julio de 2000
Visita al campo de concentración de Buchenwald

“El campo de concentración de Buchenwald fue construido en julio de 1937 sobre la colina del Ettersberg en las cercanías de la ciudad de Weimar. Las tropas americanas lo liberaron el 11 de abril de 1945. A partir de 1951, en relación directa con la construcción de un monumento conmemorativo de la Organización Internacional Antifascista, el campo comenzó a ser demolido ”

Llegamos a Weimar por la tarde, sólo con tiempo para ir al hotel, situado al norte de la ciudad. El año anterior, Weimar había sido capital europea de la cultura, ya que coincidían el 250 aniversario del nacimiento de Goethe, el 80 aniversario de la República de Weimar y el décimo aniversario de la reunificación alemana. Fechas para el recuerdo y personajes para el álbum de fotos: Cranach, Goethe, Gropius, Hegel, Hitler, Humboldt, Kandinsky, Klee, Liszt, Mendelssohn, Napoleón, Paganini, Schiller, Tolstoi, van de Velde, Wagner. Todos ellos pasaron por Weimar, ciudad que puede decir que contiene entre sus muros la quintaesencia de la historia de Alemania.

Esa mañana decidimos dar una vuelta por la ciudad, antes de la visita al campo. Más que los edificios históricos, que son de un clasicismo aburrido, nos detuvimos en los barrios apartados del centro, donde todavía no había llegado esa fiebre que todo lo sanea y todo lo renueva, que quería volver a iluminar una ciudad tras casi sesenta años de tinieblas, para dejarla en perfecto estado de revista.

Las viviendas del Siedlung Landfried llamaron nuestra atención cuando pasamos a su lado. Nos estábamos poniendo en situación. Edificios de tres plantas, todos iguales, con una ordenación cuartelaria y revestidos con unas bastas ripias de madera. Me vino a la mente la escenografía de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial, con esa sensación tristeza y de pérdida de identidad que pesa sobre todos los personajes. Este siedlung es un verdadero escenario real para los recuerdos.

A Buchenwald llegamos en coche. Lo que quedaba era la carretera de acceso, algunos edificios y el portón monumental coronado por la torreta de control. Cruzamos la verja. Rocé con la mano las letras de la inscripción de hierro forjado de la reja de entrada: Jedem das seine, “A cada cual lo suyo”.

Hasta aquí, los recuerdos de cualquier visitante pueden ser los mismos. A partir de ese punto, la memoria del espectador, del padecedor y del perpetrador seguro que son necesariamente diferentes.

Semprún se lamentaba en su libro de que, en pocos años, ya no quedará ningún superviviente del campo, no habrá una memoria inmediata, “ya nadie sería capaz de decir, con palabras surgidas de la memoria carnal y no de una reconstrucción teórica, lo que habrán sido el hambre, el sueño, la angustia, la presencia cegadora del Mal absoluto. (...) Ya nadie tendría en su alma y en su cerebro, indeleble, el olor a carne quemada de los hornos crematorios. (...) ya nadie tendrá el recuerdo real de este olor. Será sólo una frase, una referencia literaria, una idea de olor. Inodoro, por lo tanto.”4

Yo estuve en Buchenwald y no olí nada, tampoco escuché el ruido de ningún tren.

Javier Mozas
Arquitecto
Director de la revista de arquitectura "a+t"
www.aplust.net

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