Enero 2001

enrique gutiérrez ordorika
"Vanidades, muros e historias"

Los seres humanos vivimos generalmente sin ser del todo conscientes de nuestras vivencias, por eso luego ocupamos gran parte de la existencia en explicarnos lo que fue o lo que no fue, muchas veces rastreando el rescoldo de algún viejo aroma con la intención de rescatar, como Proust, la esencia del tiempo perdido. Pero como siempre somos algo diferente de lo que fuimos, lo que hacemos es recrear el recuerdo y convertirlo en un sucedáneo del inquietante presente que se nos escurre como el agua entre las manos. O dicho de otra manera, sublimamos el relato y le imaginamos consecuencias. Así el siglo que comienza se levanta sobre la interpretación de los éxitos y los fracasos del siglo que termina. Distinguirlos conlleva ejercitar una mirada más o menos política, o más o menos literaria, en la que ni la neutralidad ni las certezas existen.

Por eso, toda apreciación de la realidad a la que se aplica el calificativo de histórica, para darle significado de perennidad, no deja nunca de tener un cierto carácter irónico, que termina inevitablemente por someterla al péndulo de la polémica y a la revisión que dictan los retos y los conflictos de intereses del presente. De ahí que la preocupación del poder por la enseñanza de la historia sea casi siempre sinónimo de intento de fijar una única verdad, atribuyéndose en herencia las cualidades del antepasado al que se retrata con perfiles agraciados.

El que ocupa la cima del status quo quiere conservar su privilegio y para ello, en un mundo lleno de conflictos, tiene que desacreditar todo lo que lo cuestione, construyendo un relato en el que se afirme que nos encontramos en la mejor de las situaciones posibles. Los apologistas del actual orden mundial son gentes que pasean por la orilla de la playa sin mojarse más allá de los tobillos, miran el horizonte desde la seguridad de la tierra firme, vilipendiando a los que se aventuraron en el océano a la búsqueda de nuevos mundos, mientras aguardan los restos que devuelve el mar para abastecer su negocio de traficantes de naufragios.

Su mirada suele ser tan imparcial como la de aquel mítico sabio llamado Anacarsis que hicieran suyo los cínicos; del que se cuenta que fue enviado por un rey escita a tierras helenas para aprender de los usos griegos y cuando regresó informó al monarca de que estos se hallaban demasiado ocupados como para realizar alguna actividad intelectual, y que sólo los espartanos eran capaces de mantener un diálogo inteligente.

Por poner un ejemplo, Tom Wolfe, el conocido autor de La hoguera de las vanidades, ha publicado, hace relativamente poco, un ensayo en el que reivindica el liderazgo mundial de los Estados Unidos a la vez que satiriza sobre los viejos intelectuales que se mantienen críticos con algunos modos del imperio yanqui – Noan Chomsky, Gore Vidal, Howard Zinn, Marvin Harris, entre otros-, a los que califica de Tontos ocupados en devaneos abstrusos con los que se engañan a sí mismos. Sostiene Tom Wolfe que Estados Unidos es la nación más poderosa, próspera y popular de todos los tiempos, y lo argumenta diciendo que, desde el punto de vista militar, podrían "hacer estallar el planeta con sólo manipular un par de llaves", o que llevaron a cabo "la hazaña técnica más pasmosa de la historia, rompiendo las ataduras de la gravedad y volando a la luna". O lo que él considera más asombroso, se transformaron "en el país soñado por los socialistas utópicos del XIX: un El Dorado donde el trabajador medio tendría libertad política e individual, el dinero y el tiempo libre para realizarse como mejor le pareciese".

El encomillado es textual aunque no pertenece al primer capítulo de su novela sobre las vanidades, titulado El amo del mundo. Alguien dirá que se trata de un simple ejercicio de puntos de vista.

Como señala Eduardo Galeano en La escuela del mundo al revés, desde el punto de vista de los Estados Unidos, es justo que en Washington haya un inmenso muro de mármol con los nombres grabados de todos los norteamericanos caídos en Vietnam. Desde el punto de vista de los vietnamitas que perecieron bajo la intervención norteamericana, allí faltan sesenta muros.

De todo esto se desprende una indicación para padres que acostumbran a dormir con un cuento a sus hijos: se recomienda disminuir el énfasis dramático y las muestras de extrañeza al pronunciar frases como ¡Qué orejas y qué dientes más grandes tienes!, ya que, según parece, en las venideras producciones Disney de Caperucita roja, el papel de El Lobo lo hará un cordero.

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