Enero 2001

Desde dentro

mari carmen imedio
De tapones y embudos

Una fotógrafa quiere aliviar el hambre de una mujer en medio de una ciudad asolada por la guerra. El soldado que está a su lado le dice que lo deje estar porque, de hacerlo, los demás verán el pan que la joven quiere darle a la mujer y se pelearán por quitárselo de las manos. De vuelta a casa, Fernando, el editor de Raquel, quiere que una de las fotos que ella le trae (una imagen de aquella mujer) sea portada en el próximo número de su revista. Ella le pide que no utilice esa foto, que no la publique; le dice que esa foto es suya. Él la convence haciéndole ver el cometido de despertador de conciencias que tiene su trabajo, tan lleno de sensibilidad. Raquel accede a la propuesta del editor. Y gana el premio a la reportera del año (1).

“Es la ley del tapón y el embudo. Te dejas arrastrar por el embudo y te involucras hasta donde tu cuerpo puede, y en ese momento pones el tapón para no ver más allá, para no caer en la botella. O te dejas arrastrar demasiado y te involucras del todo. Entonces caes en la botella y el tapón se cierra sobre ti. Ya no hay vuelta atrás. Es la ley del tapón y el embudo. Nunca crees en ella hasta que la experimentas. El tapón siempre cierra la botella, ésa es su función. Y tú decides dónde te quedas” (2).

Una ley que hemos inventado para ayudarnos a mantenernos en pie. Somos nosotros quienes le ponemos límite a nuestra presencia en el mundo. “Tú decides tu grado de implicación” (3). Decimos dónde y cuándo dejamos de sentirnos afectados por cuanto vemos y por lo que pasa alrededor. Si notamos que empezamos a caer en una botella -la de la solidaridad, por ejemplo-, no tenemos más que poner el tapón; así interrumpiremos el viaje descendente y evitaremos quedar encerrados en ella. Si vemos y nos involucramos más de lo que se entiende es políticamente correcto, entre tanto compromiso quizá no nos demos cuenta de que ya estamos demasiado dentro, de que hemos ido demasiado lejos en nuestros deberes como ciudadanos del mundo. Y, después de haber respirado el interior de la botella, no podremos salir; no sólo porque el tapón habrá caído más arriba de donde nosotros nos encontramos; también porque no resulta fácil olvidar las realidades que contiene la botella.

La vida está ahí, dentro. En el peor de los casos, sólo es cuestión de caer y caer hasta encontrarla, sentirla y hacerla nuestra. Para luego morir, y nacer de nuevo, y caer en otras botellas. “No quiero morir sin tener cicatrices” (4).


(1) Sinopsis de Alma en blanco y negro, una de las seis obras de teatro que componen Actores perennes, de José Javier Abellán Castillo.
(2) Fragmento de Alma en blanco y negro.
(3) Frase incluida en el guión de El club de la lucha, filme dirigido por David Fincher y protagonizado por Helena Bonham Carter, Edward Norton y Brad Pitt en 1999.
(4) Frase incluida en el guión de El club de la lucha

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