• El caballo de Troya: La aspirina (amado gómez ugarte)
• El paso: Literatura consciente (josé marzo)
Arqueología y memoria de la ilusión (enrique gutiérrez ordorika)

EL CABALLO DE TROYA (amado gómez ugarte)
La aspirina
Las preguntas sin respuesta atormentan a quien se las hace. Mucho antes de que el bueno de Descartes nos recordase que pensábamos, luego existíamos, la gente ya se andaba preguntando quiénes demonios éramos, de dónde coño veníamos y adónde puñetas íbamos. Y algunos espabilados se planteaban si nuestra vida tenía en realidad algún sentido, siendo como somos unos seres insignificantes, limitados y absurdos, habitantes de un minúsculo rincón del universo, aterrados por nuestra propia soledad, y rodeados de infinito, oscuridad y muerte. Las religiones surgieron para dar respuesta fácil a todas las preguntas. Pero el hombre, maldita sea, piensa, y no se conforma con creer lo que no ve y tener fe ciega en argumentos que son más propios de una novela decimonónica (la Biblia) que de un tratado de filosofía. Además, de ese descreimiento surgió el progreso. Porque si por la Santa Madre Iglesia fuera, aún seguiríamos creyendo a rajatabla que la Tierra es una superficie plana situada en el mismo centro del universo. Por suerte hay gente que prefiere asumir la incomodidad de la verdad, antes que quedarse anclados en la conveniencia de la mentira. La buena literatura también ha dado rienda suelta al pensamiento, ha buscado en el interior del hombre un sentido a todos esos actos inconexos que conforman la existencia humana. Unamuno, Malraux, Cortázar, Sábato... Todos ellos (y muchos más) aportan su particular perspectiva sobre el irresoluble problema, aportan su humanismo personal al conjunto de la creación narrativa. Como dijo Sartre: "Todos somos escritores metafísicos. Porque la metafísica no es una discusión estéril, sino un esfuerzo vivo sobre la condición humana".

Claro que, a pesar de Descartes, me temo que tanto lo de pensar como lo de existir no son valores indivisibles, sino que tienen su gradación y su degradación. No piensan ni existen del mismo modo todos los que dicen que piensan y presumen que existen. Además, que ya se sabe que ni piensan todos los que existen, ni existen todos los que piensan. La masa amorfa de ciudadanos, votantes, consumidores y usuarios, no necesita pensar ni existir, porque ya hay quien piensa y existe por ellos. Desde la política, la religión, la moda o la cultura, al ciudadano se le maneja a conveniencia de los intereses financieros de los poderosos. Alguien decide que un lienzo manchado de un color azul monocorde (como pinta una pared cualquier pintor de brocha gorda) es arte, y se expone con toda suntuosidad en el museo Guggenheim. A un editor le entra en gana publicar basura, adornada por el marketing de la contraportada con la foto de una bella señorita (que es la autora), o de un bello niñato (que es el autor), y ya tiene un bestseller. Un modisto decide hacer camisas transparentes (o sea, innecesarias, como la camisa de la felicidad) y las pasarelas se llenan de señoritas que visten sin ir vestidas, que debe ser algo así como el "vivo sin vivir en mí", de santa Teresa. De modo que, cuanto más manejable es la sociedad, menos necesidad de pensar se crea en el individuo, que prefiere ser conducido en rebaño por los caminos oficiales.

El que estoy seguro de que sí piensa, y mucho, es el pobre lehendakari del Gobierno vasco, el señor Ibarretxe, al que imagino con el mentón apoyado sobre el puño, como cierta estatua de Rodin, haciendo cálculos (biliares, incluso) del lío en que se ha metido, con Arzalluz y Otegi por encima, gobernándole con estricta disciplina nacionalista, y al borde de sus pies un inmenso vacío en el que poder precipitarse en cualquier momento. Pero en fin, para eso se inventaron las aspirinas. Para aliviar, no las dudas existenciales, sino las jaquecas que producen. En 1893, el químico alemán Félix Hoffman sintetizó el derivado acetilo del ácido salicílico, ahí comenzó la cosa. Desde entonces la aspirina ha beneficiado a la humanidad, y parece ser que es buena para todo, desde el corazón hasta el cáncer rectal, la diabetes, las cataratas y el envejecimiento de la piel. Aunque, también es cierto que ha perjudicado notablemente a las mujeres frígidas, que se vieron privadas de su recurso más habitual: el dolor de cabeza. Sus maridos cogieron la costumbre de acercarse a la habitación armados de la aspirina y el vaso de agua. Pero fuera como fuese, ya no podría imaginarse un mundo sin aspirinas. Pensar es un ejercicio individual y doloroso, y sólo caben dos recursos, la aspirina o integrarse al rebaño. Usemos la aspirina.

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EL PASO (josé marzo)
Literatura consciente
En conversación privada, un colega argumenta que, en una sociedad sana, la literatura de ficción no debería tratar la política, puesto que de ella se encargan ya los partidos, los sindicatos y los medios de información. Hay un elemento en esta frase que, instintivamente, me rebela, y enseguida observo que es el empleo del verbo “deber”, que mi propio colega no tarda en sustituir: “en una sociedad sana, la literatura no tendría por qué tratar la política”.

Estoy de acuerdo. En una sociedad sana, la literatura en efecto no tendría ninguna necesidad de tratar la política, porque de ella se encargan los partidos, los sindicatos, los periódicos... En una sociedad sana, pienso, la literatura tampoco tendría que tratar el sexo, porque de él ya se encargan los sexólogos y los educadores. Ni la religión, que cae bajo el dominio de los antropólogos y de los teólogos. Sucesivamente, del radio de acción de la literatura podríamos ir excluyendo la enseñanza, el trabajo, el amor, la tecnología, la moral, el deporte... En el último lugar de la lista, quizá deberíamos acabar mencionando aquello que es consustancial a la literatura, el lenguaje. A fin de cuentas, en una sociedad sana, del lenguaje pueden encargarse perfectamente los filólogos.

Nos encontraríamos, es cierto, en una sociedad sana, de donde habrían sido desterradas la enfermedad y la anomalía: una sociedad perfecta, acabada, cerrada, sin literatura.

Pero el argumento de mi colega parte de un vicio de principio, porque sin una literatura alerta, crítica y consciente, ¿cómo podríamos estar seguros de hallarnos en un mundo feliz y no simplemente en un mundo sin conciencia?

Claro que uno se pregunta por qué concedemos a la literatura la capacidad de alcanzar un nivel de conciencia más alto que la ciencia y que las demás artes. Encuentro un solo argumento, pero muy poderoso: la literatura permite integrar todos los planos de la realidad, desde la fantasía y las emociones hasta la experiencia y lo concreto, manteniendo la hegemonía del lenguaje, que es la herramienta y la expresión del pensamiento. De este modo, en la mejor literatura resuenan todos los ecos del hombre, se confunden y entran en conflicto, luchan, armonizados por la luz de la conciencia.

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Arqueología y memoria de la illusión (Enrique Gutiérrez Ordorika)
Ahora que los ángeles no existen o si lo hacen representan un número tan ínfimo que -como dice Wislawa Szymborska- no leen nuestras novelas sobre las ilusiones perdidas ni tampoco nuestros versos quejándonos del mundo, no nos queda más remedio que guardarnos de nosotros mismos. Las ilusiones son parientes de las quimeras, también seres alados, y cuando absolutizamos lo terreno -apelando a lo palpable y lo visible- el aire se queda sin su primigenio impulso. La imaginación es un viento provocado por una minúscula mariposa en vuelo hacia los estambres de un nenúfar que siempre está por descubrir.

Hay infinitas metáforas del paraíso, como de todo lugar imaginario. No es que el hombre tenga necesidad de creer en algo, sino que -como afirma Bernhard- siempre cree en algo, aunque sólo sea en una pensión de jubilación. En algún lugar del cerebro hay un tercer pulmón que exhala ese aliento, tan desasosegante como iluso, que diferencia al ser humano del mono. Aire, simple aire ilusionante, ninguna inteligencia.

Sin aire no existe posible Fuga de la Muerte. Nosotros provenimos de un siglo en el que la asfixia cambió de nombre en Auschwitz y la esperanza -desaparecido Dios y enferma la historia- se refugió en el estrecho habitáculo de la huida y la mirada irónica. Somos archipiélagos de microscópicas islas disparando flechas contra la razón única del globalizado continente; soledades dispersas que dibujan caminos erráticos en el aire porque allí no hay estrechez... Siguiendo con Paul Celan, quizás simples descendientes de aquellos por los que sangraba la cereza.

Kafka en El proceso dibujó el alma del mundo que les tocaba habitar a nuestros padres. Un mundo en el que la burocracia genera la violencia y se convierte en un poder irresistible ante el que cada ciudadano sólo es una cifra infinitesimal, que unas veces se siente inocente y otras culpable de su destino. Cuando se ha borrado la línea del horizonte, el cautivo es incapaz de soñar la fuga. Sin sueños, la mirada irónica se transforma en corrosivo cinismo que derrumba los pilares que sostienen el túnel preparado para la evasión. No hemos heredado muchas más certezas para el cruce de milenio.

Así que abundan los interrogantes y la literatura ya agotó sus funestas pretensiones de compararse con la verdad... La verdad no existe... Son las palabras las que, con frágiles ilusiones rescatadas de sueños en ruinas, esculpen el tiempo en el papel en blanco. Memoria y oxígeno para vivir y volver a soñar.
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