• El caballo de Troya: La hoja caída
• El paso: El movimiento

EL CABALLO DE TROYA (amado gómez ugarte)
"La hoja caída"
El caballo de Troya
El símbolo del otoño es la hoja caída, y la hoja caída no es sino la metáfora de la transitoriedad de la vida. No se puede ser joven toda la vida, no se puede ser guapo toda la vida, no se puede ser feliz toda la vida. Si partimos de la premisa de que la vida es una exageración (una explosión, un éxtasis, una ráfaga de viento o de luz que atraviesa el eterno erial de la nada), podemos representarla como una curva esquemática determinada por valores variables. Y no hace falta ser Carl Gauss para saber que tras alcanzar el máximo grado de verticalidad la línea vuelve a inclinarse hacia lo horizontal. De modo que todo lo que sube, baja. El contrapunto de la florescencia de la primavera es la languidez del otoño. Y las hojas caen de los árboles y de los calendarios, y los pensamientos se hacen también viejos y se amarillean en la maceta hueca del cerebro. Como dijo el gran poeta Enrique Ruiz de la Serna: <<Si en ti muere una idea, para siempre/ arráncala de ti y échala al viento./ Porque son los cadáveres de ideas/ la estéril pompa del follaje muerto>>. Y precisamente, esas hojas muertas del otoño me recuerdan, por desgracia, a muchas de las papeletas que introducimos en las urnas en período electoral. Allí se pudren en inútil e infértil silencio. Tantas veces los políticos se olvidan de quienes les votaron, de por qué y para qué les votaron... Se limitan a apilar los votos bajo las asentaderas para hacerse más mullido el escaño.

Pero el otoño es mucho más que una estación del año comprendida entre su equinoccio y el siguiente solsticio. Más que una mórbida alfombra amarillenta o un perfil de ramas desnudas delineando la enmarañada silueta de cualquier parque. Es la aceptación de la madurez como camino y la confirmación de que ese camino es siempre de vuelta, de regreso hacia el insondable pozo del tiempo del que una vez brotamos, como el agua que siguiendo sus ciclos acaba siempre por volver al mar. Por eso el viejo se torna niño, el pasado nos persigue hasta el presente y el eco nos devuelve eternamente la pregunta, en un perpetuo e inexpugnable círculo cerrado. Por eso no hay respuesta ni salida y nos conformamos con perseguir con la mirada la estela incierta que va trazando la duda. Como el pobre (o tal vez rico) don Alonso Quijano que, tras vagabundear por otros sueños y otras tierras de su imaginación, retorna finalmente a su morada, recupera (o pierde) la cordura y termina con sus huesos en la impía realidad. Cosa que les sucede, así mismo, a nuestros abuelos y abuelas con los famosos viajes del Imserso, que en el otoño del almanaque y de la vida se convierten en personajes proustianos en busca del tiempo perdido, tratando en vano de evocar (incluso revivir) aquellos días irretornables en que no les dolía la espalda ni les temblaban las manos. Todo con tal de rastrear la inencontrable huella de la eterna primavera.

El otoño es ese espejo oscuro en que nadie quiere mirarse, por temor de hallarse frente a la verdad. Porque la verdad está también desnuda, como los árboles, y se empeña en convertir en simples recuerdos aquellos que fueron los mejores días.

Pero a pesar de todos los pesares, ver caer las hojas del otoño es un espectáculo sublime, melancólico y hermoso. Lástima que nunca cae la preciada hoja de aquella estatua de Eva, Afrodita, Venus, de la que todos los tontos soñadores permanecemos inútilmente enamorados...

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EL PASO (josé marzo)
"El movimiento"
El paso
Yo pertenezco a la rara estirpe de personas que, por vocación, cada día caminan un promedio de dos horas. Pero, salvo en el rasgo de la vocación, estos pasos en lo básico no me distinguen de los de cualquier mamífero terrestre. También una vaca camina mecánicamente, por ejemplo para desplazarse a la zona del prado donde el pasto es más abundante.

Un paso específicamente humano, aunque primitivo, es el simbólico. Enseguida acude a la mente el paso televisado que Neil Amstrong dio en la Luna el 21 de julio de 1969. En realidad, nada fundamental habría cambiado si Amstrong hubiera puesto en la Luna la cabeza y no el pie, o si se hubiera enredado al salir de la escotilla, cayendo de espaldas. Lo importante es que, tras miles de años de ciencia y política, la humanidad demostró en la segunda mitad del siglo XX haber adquirido conocimientos científicos y capacidad económica suficientes para lanzar una nave tripulada fuera de la Tierra, posarse en un satélite, recoger y enviar información y regresar.

Pero existe un tipo de paso humano que, además de sencillo, considero más inteligente y verdadero. Por ejemplo el paso que damos para situarnos en un lugar más adecuado desde el que observar y evaluar una escena. O el del hombre que penetra en la comisaría para acusarse de un asesinato. O el del niño que, a la entrada del colegio, decide irse al parque a jugar al fútbol. O el del soldado que durante la noche salta de su catre y deserta del ejército. No son pasos mecánicos, ni simbólicos, ni regulares, sino pasos concretos no previstos, que responden a una pluralidad de opciones, nacen de la inquietud y producen un cambio en la biografía de sus protagonistas, y a veces, excepcionalmente, en la historia universal.

Algunas personas consideran peligroso este ejercicio de inquietud. Tanto, que incluso se han creado sistemas filosóficos que pretendían negar la existencia de la pluralidad y del cambio, del movimiento.
Podemos afirmar que no lo han conseguido
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