Signos en el silencio

Marysol Gómez

"Cuando muere un poeta hay siempre en algún sitio, un paisaje que misteriosamente se marchita y pierde el alma. Cuando muere un poeta hay siempre en algún rincón, olvidados, cuerdas de arpa, de guitarra, viejos muebles, cristales frágiles y goteras que dan plañidos casi humanos, que nadie escucha"
Andrés Eloy Blanco

Marcel Marceau

Y ahora, sin Marcel... ¿qué será del mundo?

Podría hablar de los exitosos números del mimo más famoso del siglo XX; quizás podría contarles acerca de su técnica corporal -especializada y perfecta-, la cual acogió a una inmensidad de jóvenes artistas de todas partes del mundo; o también pudiera enfocarme en la aparición de un personaje creado a corazón abierto en 1947: Bip, la mejor imagen de la esperanza de la posguerra.

Fueron muchos los puntos en el blanco que dio Marcel Marceau a lo largo de su obra y de su vida. Tantos, que se me hace imposible escoger uno y adentrarme en él. Su paso por el mundo significó la enseñanza para la humanidad de una nueva manera de decir y de comunicar, y ahora, con su lamentable deceso, los escritores y periodistas nos bombardearán con los ires y venires del maestro del silencio. La gente estará más al tanto de su camino recorrido y de lo que significó su labor postrada en las tablas de los escenarios de cada país. Paradójicamente, su arte sin palabras, dará mucho de qué hablar.

Probablemente en cualquier parte encontraremos reflexiones acerca de lo que significó su vida, su gran descubrimiento artístico y poético, su protesta muda del corazón. Sin embargo, yo sólo quisiera expresar lo que significará su muerte. La conmoción de la noticia me llevó a releer, a voltear y a redimensionar en mi mente mi tesis de grado, que lleva por título: El silencio y el gesto. Análisis comunicacional de la técnica puesta en práctica por Marcel Marceau, para la representación de su personaje Bip. Después de esto, sentí que tendría que hacer algo para alertarlos del peligro que se avecina. La muerte de Marceau es fácilmente comparable con la desgracia que pueda ocasionar el terremoto que venga de visita por unos segundos. El mensaje de un hombre que sobrevivió al holocausto, que llevó su arte a las cárceles y hasta la guerra de Vietnam, corre peligro de extinción a partir de hoy. ¿Quién le va a enseñar ahora a los delincuentes, a los soldados, a los promotores de guerra y a los lunáticos que el gesto también puede ser una opción de vida? Es una manera de acercarse al otro. De no tenerlo presente, el alma de la humanidad se seguirá derritiendo, y no será culpa del calentamiento global. Marcel Marceau le prestó atención a ese declive de la esencia humana, y aunque no lo detuvo, intentó aproximarse al público a través de una falsa superficialidad de sus actos, creando lazos con el espectador, haciéndole creer en el silencio, en la imagen y en la palabra no dicha. Ahora sólo quedarán escasos videos de sus representaciones y el recuerdo de quienes tuvieron el privilegio de presenciar su espectáculo, recibiendo el mensaje directamente desde su cuerpo.

Queda también la figura a través de la cual Marceau hizo arte y protesta: Bip, su emblemático personaje creado, probablemente, por la certeza de que el maestro no sería eterno, pero sí lo sería su legado. La inquietud y el peligro del cual quiero alertarles radican sobre una gran incertidumbre: ¿Dónde queda Bip? Quizás en el corazón de algunos pocos que tuvieron la oportunidad de conocerlo, pero aquellos que ni siquiera han nacido, ¿cómo sabrán que existía una opción de paz mucho más sencilla de la que estamos acostumbrados a reconocer? El lenguaje del alma comienza a desvanecerse con la muerte de Marceau; también el lenguaje del mundo. El mar se hace más bravo y los ríos se desbordan. Los cielos se tornan escépticos. Los colores empalidecen y el universo se siente más solo. En el cuerpo humano, el fenómeno también se manifiesta: las sangres se aglomeran, las mentes se confunden, las bocas se llenan de palabras huecas. Se abre un espacio para el desgarre y la crueldad. Sencillamente, estemos alerta. Para esta catástrofe, no hay refugio donde esconderse.