Marzo 2001

juan carlos prieto
El monumento y su entorno

Cuando H. Focillon escribía que la arquitectura no absorbe todas las fuerzas vivas de la Edad Media, pero es la propia arquitectura quien las subordina y las determina, nos daba pie a realizar una serie de reflexiones en torno a lo que pudiera ser un estudio serio del monumento en todas sus facetas.

El acercamiento a un monumento debe producirse a través de toda una serie análisis de distintas aspectos – o fuerzas vivas- que corresponden a diferentes disciplinas. Es evidente pensar que el edificio, ya sea una pequeña ermita, como una gran catedral, un castillo medieval o un palacio renacentista o barroco, en si mismo constituye la base, el núcleo del desarrollo de cualquier programa artístico, y por tanto deberá estudiarse como auténtico protagonista. Pero además hay que recordar que la historia hoy nos presenta una serie de edificios o restos, que sin haberse concebido con la idea de trascender como referencias artísticas, desde las obras de ingeniería, hasta los enterramientos, trazados como las vías romanas o las cañadas y un largo etcétera – sin olvidar que el concepto de obra de arte es una concepción moderna- hoy han trascendido como auténticos hitos monumentales. Los primeros además puede que sirvan como auténticos contenedores de bienes muebles de relevancia, pinturas murales, lienzos, tapices, retablos, pilas bautismales y orfebrería apuntalan el interés por un edificio, e incluso pueden convertirse en los puntos de mayor importancia, por encima del propio edificio. Los segundos pueden atesorar elementos constructivos, materiales, sistemas, geometrías y trazados que los hagan especialmente singulares.

En ambos casos cada edificio viene precedido por unos antecedentes históricos, una evolución constructiva – casi nunca un edifico se construye en una sola fase- y un devenir histórico que le lleva a encontrarse en distintos grados de conservación o de uso, que son imprescindibles conocer y de los que creo que ahora hay más o menos conciencia.

Pero lo que en estos momentos sigue sin plantearse con seriedad, ni sin ella, es la relación del edificio con su entorno y con las circunstancias que le rodean, que no dejan de ser también fuerzas vivas, aunque en estos momentos están absolutamente moribundas.

Desde el siglo XVIII, lo ha estudiado muy bien J. Maderuelo, algunos filósofos han realizado estudios sobre las categorías estéticas vinculadas a la relación entre monumento y paisaje, estableciendo distintos niveles entre lo sublime y lo pintoresco. Atribuyéndole a lo sublime una serie de cualidades como la oscuridad, el poder, la privación, la soledad o el silencio, la inmensidad y la infinitud y a lo pintoresco buscando métodos para entender los entornos, para interpretarlos y considerarlos en términos estéticos, encontrando un concepto que se ocupa principalmente de la relación de cambio que produce una distancia estética entre el espectador y el monumento con el paisaje que le rodea.

Parece que en estos dos últimos siglos no hemos avanzado nada, pues aunque se han ido sucediendo toda una suerte de corrientes filosóficas que han derivado en corrientes artísticas al respecto, es cierto que la atención dedicada a la conservación de los espacios de relación directa con el monumento se obvian por completo, así que los de relación indirecta o circunstancial ni si quiera se consideran.

En el mejor de los casos a los monumentos se les dota de espacios de protección que se gradúan con unos criterios peregrinos como el tamaño del edificio o sus visuales y no desde el estudio serio y documentado de lo que el hecho de construir un edificio ha influido, mediatizado, subordinado y determinado un espacio determinado.

Cuando se critica la incorrecta musealización de obras de arte donde se presentan fuera de contexto o incorrectamente catalogadas o conservadas, e incluso deficientemente expuestas, no nos damos cuenta que a una mayor escala los monumentos se presentan en un gran museo que es el territorio donde se han perdido todas las referencias históricas, se han descontextualizado dentro de tramas urbanas o carreteras absurdas trazadas en aras de una modernidad poco moderna, de zonas contaminadas o de áreas rurales cuya vocación es desbocarse urbanísticamante.

En definitiva la arquitectura ha abandonado la capacidad de relación con el medio, natural o urbano, midiéndose con carreteras y tendidos eléctricos o aerogeneradores, y no con el hombre y su paisaje.

Juan Carlos Prieto
Arquitecto
Director de la Fundación Sta.María la Real
Centro de Estudios del Románico

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