Marzo 2001

javier mozas

Diario sobre la memoria

Recuerdo 2, miércoles 28 de junio de 2000

“El convoy del Juicio Final arrastra los restos de la historia, pero con el perentorio rumbo de arribar hasta la estación ‘termini’, donde cualquier suceso, cualquier instante, cualquier vivencia han de ser recordados, en el sentido en que sólo la memoria redime lo acaecido en el tiempo, incluido lo aterrador, que es lo incomprensible.”(6)

Visita a la exposición de la obra el Juicio Final de Anthony Caro
Hacía dos días, que en las nuevas salas del Museo de Bellas Artes de Bilbao, se podía contemplar la última obra escultórica de Anthony Caro. Comenzada en 1995, e instalada por primera vez en 1999, en los Antiguos Graneros de la Giudeca en Venecia, acudía a Bilbao ocupando ochocientos metros cuadrados de un museo que había organizado al mismo tiempo otra muestra con varios trabajos de Auguste Rodin.
Cuando entré en la zona de los nuevos espacios expositivos, el recorrido lógico invitaba a visitar primero la obra de Rodin y pasar después, en la primera planta y como término, al Juicio Final. La obra de Rodin, repartida por las nuevas salas, había perdido toda su fuerza evocadora. A causa de su difusión generalizada y del exagerado consumo de sus imágenes, el trabajo de Rodin se diluía en una serie de representaciones, que no van más allá de la fusión del objeto real con su símbolo. Su contemplación me provocaba una inevitable sensación de déjà-vu. Motivos como El pensador o El beso, concebidos para la Puerta del Infierno del Museo de Artes Decorativas de Paris –que nunca llegó a terminar–, son trabajos que sólo permiten una reflexión centrada en términos artísticos.
Por el contrario, el Juicio Final de Caro desborda esta categoría y se llena, además, de contenidos con referencias éticas, históricas, políticas y sociales. Pasar de Rodin a Caro fue como pasar de la luz, de una luz vacía a una sombra densa. La penumbra del espacio destinado al juicio sacro me intimidaba.
El conjunto del Juicio Final se compone de veinticinco episodios, la mayor parte de ellos dispuestos a ambos lados de un espacio central ocupado por las mesas del sacrificio y de las calaveras. Al inicio se encuentra El campanario, una construcción de traviesas de madera de la que cuelga una campana. Al final está La puerta del cielo animada por un coro de cuatro trompetas. Los materiales utilizados han sido: terracota –realizada en colaboración con el ceramista Hans Spinner, en Grasse, Francia–, acero, madera procedente de antiguas traviesas de tren, madera de roble y hormigón.
El Juicio Final constituye la respuesta de Anthony Caro a los horrores de la guerra de Kosovo, una invitación al examen de nuestra conciencia colectiva, a cuadrar el balance de la memoria del Hombre, ante el desastre que provocó el horror y la destrucción de un pueblo. Caro ha tratado de que el odio no devore al mundo y añadir una página a esa memoria visual del Juicio Final, que desde los tímpanos de las catedrales, hasta el techo de la Capilla Sixtina, nos advierte lo que nos espera–como los aromas sulfurosos de san Ignacio de Loyola–, y carga sobre nuestras espaldas el peso de nuestro trágico destino.

Notas

6 Artículo con el título Quo vadis?, escrito por Francisco Calvo Serraller, publicado en el catálogo El Juicio Final, Anthony Caro. Museo de Bellas Artes de Bilbao. Bilbao. 2000, p. 29

Javier Mozas
Arquitecto
Director de la revista de arquitectura "a+t"
www.aplust.net

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