Marzo 2001

ARCO: Sus patologías

inés matute

El acontecimiento artístico más importante del mercado nacional – a mi juicio de un tono más jacarandoso que profesional- clausura su vigésima edición con lo que mis gargantas profundas definen como un aceptable volumen de ventas, un éxito de participación, un discreto invitado de honor (el Reino Unido: tres comisarios, 21 galerías de propuestas radicales, dictadura londinense) y un gran defecto: la feria sigue sin encontrarse la voz.

170.000 visitantes en la pasada edición, más de dos mil periodistas especializados registrados, 274 galerías - 105 españolas- 16.000 metros cuadrados de exposición sin contar con el open space y el más selecto elenco de galeristas, críticos de arte y coleccionistas, convierten a ARCO en la feria de arte más visitada del mundo, muy por encima de los tradicionales certámenes de Basilea o Chicago.
Para una servidora, que arrima la sardina al ascua de Kevin Power, la lectura de ARCO debe de realizarse en función a la mediocridad que empapa a la cultura española, al proceso de atrofia de la crítica, a la expansión de la amnesia y la irrelevancia y a una creciente incapacidad para cuestionarse el presente de las instituciones.

Si bien en sus inicios los mayores méritos de la feria fueron catapultar a unos cuantos artistas emergentes hacia las más altas cotas de la anécdota a base de hinchar precios, ayudar al masivo blanqueo de dinero abriendo nuevos mercados, favorecer el coleccionismo de empresa – selecciones hijas de muy aleatorios criterios- y situarnos en el mapa de Europa precisamente en un momento – los vacuos ochenta- en que nuestra máxima aspiración era sentirnos europeos, cabría preguntarse cuál es el papel de ARCO a las puertas del nuevo milenio. ¿Aspiramos acaso a convertirlo en mera plataforma de debate de la transvanguardia o en un mercado en el que sacar tajada del pánico al Euro? ¿Tiene sentido mantener la feria viva a través de subvenciones cuando el mercado nacional no tiene capacidad para afianzarla por sí solo? Entre compradores inseguros, galeristas timoratos o simplemente desorientados y artistas que se comportan como tigres domesticados, difícil será que este circo triunfe en sus tres pistas. O que no le crezcan los enanos.
Pero mejor será, antes de emitir juicios apresurados y hacer balance, pasear entre las obras y cambiar impresiones con los visitantes, aunque una tenga, después de una semana de sobredosis artística, una desasosegante impresión de hartazgo y déjá vu.

Lo bueno de la lealtad a ciertas ideas o a ciertas experiencias en el medio artístico es el reencuentro con las viejas glorias de los ochenta, Navarro Baldeweg en la Marlborough y Scully y Broto en la Carles Taché. Sicilia, siempre un regalo para los ojos, esta vez apadrinado por la francesa Chantal Crousel. Y para que la fiesta sea completa, García Sevilla del brazo de Miguel Marcos y Palazuelo junto a Soledad Lorenzo. Si lo que se buscan son piezas de museo, mejor acudir directamente a la galería Gmurzynska, en donde podremos encontrar algún Picasso, Miró o Malevich.
Cambiando de tercio, de un tiempo a esta parte vengo observando una invasiva intromisión de la fotografía y la manipulación digital en la pintura (¿la Post Médium Condition de Rosalind Krauss?) lo cual da lugar a no siempre afortunadas hibridaciones– a excepción de la propuesta de Darío Urzay y Tracey Moffatt – y a variopintos experimentos plásticos perfectamente prescindibles. Por ello agradezco, entre los artistas más jóvenes, la perseverancia pictórica de Lacalle y las pinturas negras de Angeles San José.

La pintura, cargada de sugerencias narrativas y de aspiraciones metafísicas, tiene su santuario en My name‘s Lolita. El patriarca de los neometafísicos, Dis Berlin, nos sorprende esta vez con un hermoso Desayuno Celeste que nos ayuda a sobrellevar el sensacionalismo barato de unos cuantos artistas que han parecido encontrar filón en la explotación de los ideales kitsch del mundo de la moda. Las fresas de punto de Ana Laura Alaez - ¿paradoja conceptual?- me parecen simplemente cursis, tanto como los capullos de aluminio de Susy Gomez, más acertada en otras obras y momentos.
El cuerpo, tema obsesivo y recurrente durante los últimos quince años, se muestra en la feria sometido a todo tipo de torturas y vejaciones, y deja de ser objeto de deseo para convertirse en argumento de repulsa. Piernas. Muchas piernas en la feria. Piernas cabareteras, independientes, piernas de mujer moderna o de puta clásica. Piernas que van muy sueltas y que no parecen pertenecer a cuerpo alguno. También dormitorios vacios y fachadas anodinas. Y sillas, cientos de sillas (adocenadas, apiladas, quebradas, decoradas) con las que compensar la evidente falta de sillas y áreas de reposo con la que la organización mortifica al visitante. Con tanta silla y tanta pierna, con tanto problema de identidad y tanto falo omnipresente, cuya nula aportación ya ni siquiera me cuestiono, la psiquiatría y la psicología encontrarían un estupendo marco de referencia para el estudio de las patologías dominantes en el 2001.

El Cutting Edge, que es la parte más moderna y rompedora de ARCO, cumple con su obligación vanguardista con más pena que gloria, radicando toda su novedad en los soportes: instalaciones y artilugios informáticos al servicio de seis proyectos de entre los cuales sólo me atrevo a destacar el de los creadores chinos, cuya obra es una crítica al consumismo y una dudosa apropiación de la cultura popular.

¿Lo más divertido de esta edición de ARCO? Entrar en una habitación negra y gritar frente a un micrófono segundos antes de que una multitud de fans responda a tu alarido con frenético entusiasmo. Ideal para días de baja autoestima. Divertido es ponerse bizco frente a unos enormes paneles de colores estridentes en los cuales las heroínas del manga y demás primas de Pokémon demuestran su habilidad en el arte de la patada. O sentarse frente a una cinta de recogida de maletas y observar cómo una serie de juguetes rotos, descabezados, descalabrados y sucios componen repetitivas piruetas ante tus ojos. Una nota lúdica con la que animar el sempiterno de dónde venimos y adonde vamos. Al más puro estilo Disney, claro. O quizás desmadejarse frente a un cuadro en blanco y descansar de la caminata mientras un grupo de estudiantes de Bellas Artes, ignorantes del hecho de que a ciertas alturas de la vida una ya es capaz de intelectualizar la mirada incluso delante de un salero, hace corrillo y cree encontrar la gran respuesta ante la nada enmarcada. Porque en definitiva eso es ARCO: todo y nada.
Y a veces se gastan dos duros y hasta le ponen marco.

home | e-mail | literatura | arte | música | arquitectura | opinión | creación | enlaces | libro por capítulos | suscríbete | consejo de redacción | números anteriores
© LUKE: www.espacioluke.com