Marzo 2001

Desde dentro

mari carmen imedio
¿Estamos locos?

No. “¡Menos mal!”, dicen. Sin embargo, “Notemos primero cómo la Naturaleza, en su papel de madre previsora, se ha cuidado de que aquí abajo todo esté sazonado con un grano de locura. Admito, si así se quiere, con los estoicos, que la sabiduría consiste en seguir a la razón; y la locura, al contrario, en seguir sus pasiones. Pero acaso los dioses, precisamente con el fin de alegrarnos la vida, ¿no nos han dado más locura que sabiduría, y esto en una gran proporción?” (1)

Solía identificar locura con pasión, convirtiendo a los locos en apasionados y a éstos en locos. Y, me preguntaba, ¿unos y otros siguen modos de vida que alejamos del nuestro por sernos desconocidos, o porque traspasan el contorno que se diría nos han señalado como recinto en el que podemos actuar? De hecho, si nos arriesgamos, damos un salto que nos sitúa fuera de ese perímetro; luego, disfrazado de “normalidad”, el mundo real nos golpea y obliga de mil maneras a regresar a él. En un paso de cebra, por ejemplo, los cuerdos cruzan despacio y sólo cuando ven en el semáforo la señal oportuna; los locos, sin mirar la señal; y los apasionados cruzan corriendo porque quieren llegar ya, para no perderse ni un segundo de la película que van a ver en el cine. ¿La realidad?: quizá un accidente de tráfico.

Las ideas que relacionan en otro sentido los conceptos de locura y pasión se han colado en mi cabeza de repente. Las acompañan la experiencia y la razón, que me permiten establecer diferencias entre las dos naturalezas.

Si miro desde dentro a los locos y a los apasionados, si soy uno de ellos, concibo locura y pasión como ausencia de espíritu previsor, alegría atolondrada, sinceridad desmedida, libertad al límite, ansia de experiencia, actividad frenética, identidad variable... Luego me alejo, analizo a otras personas, y concluyo que quien está loco no sabe que lo está y que quien siente pasión es consciente de lo que siente. Son caracteres a los que separa, al menos, la consciencia: los cuerdos son conscientes de su cordura, los locos no lo son de su locura, y los apasionados son conscientes de su pasión en parte porque sienten y, por sentir, la disfrutan.

Sabemos del efecto terapéutico de la risa, que nos regala salud y bienestar psico-físico. Por otro lado, reírse sin saber de qué se ríe uno es de locos, pero ayuda a estar sano en un mundo cuerdo. Somos supervivientes natos y estamos consiguiendo no ser conscientes de nuestra enfermiza cordura. Tardamos más en recuperar la salud cuando no sentimos que carecemos de ella.

Sintamos, entonces.


(1) Elogio de la locura, Erasmo de Rotterdam. Ediciones 29, 1993, Pgs. 19-20.

Ilustración: Mikel Valverde

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