Febrero 2001

juan carlos prieto
El ocaso

La historia nos ha brindado momentos memorables de gloria, tiempos irrepetibles para personajes, ciudades, naciones e incluso imperios. Cada uno de ellos se recuerda por sus hechos, conquistas, esplendores, por su bondad o maldad, por su testarudez o su desarrollo intelectual, por su capacidad de crítica y su aperturismo, o por su vanidad y absolutismo, incluso en la mayor parte de ellos por sus derrotas y sus caídas, por sus corrupciones que les llevaban inexorablemente a la derrota, a la ruina, al paso de moda e incluso al olvido.

Cada uno de ellos ha tenido su momento de gloria, la de un personaje normalmente es menor (aunque no siempre) que la nación que funda o el descubrimiento que realiza, un país dominante menor que el imperio al que pertenece y así sucesivamente.

Pero aún nos queda una categoría superior a estas a las que nos referimos, la religión supera todas las marcas, la religión ha trascendido a las más importantes personalidades, ha sometido a las más importantes naciones, ha terminado con los más importantes imperios e incluso con las más arraigadas religiones, la historia nos ha demostrado (hasta ahora) que la religión sólo termina con otra religión.

Cada una de estas categorías reseñables nos ha dejado, entre otras muchas cosas, importantes muestras de modos de vida que se reflejan fundamentalmente en la arquitectura, gracias a los edificios y a los restos encontrados en ellos somos capaces de desentrañar y descubrir algunos pasajes de la historia que nos hacen sentir un poco más seguros a la hora de trazar los caminos futuros.

Grandes hombres han pasado por la historia, muchas ciudades y naciones se han sucedido, algunos imperios han dominado, y dominan, el desarrollo de la humanidad, pero realmente han sido muy pocas, aunque francamente relevantes, las religiones que han marcado el carácter espiritual de los hombres, las religiones han sabido aferrarse como nadie al propio tiempo y su producción artística lo ha demostrado.

En el inicio del tercer milenio asistimos a una de las más importantes caídas de la historia, asistimos al ocaso de la religión de occidente, no al ocaso de los dioses, porque ellos nunca mueren, nunca morirá Adriano, ni Carlo Magno, ni Bruneleschi, ni Newton o Eistein. No morirán Mesopotamia ni Egipto, ni grecia o Roma. No morirá Alejandría, ni Constantinopla o Venecia, ni siquiera New York. No morirán Anubis ni Ra, ni ninguno de los dioses del olimpo, ni los dioses de la naturaleza, ni ningún otro, porque sólo morirán los delegados de dios en la tierra, estamos ante el ocaso de los representantes de los dioses de occidente.

Por supuesto que estamos ante una fase de absoluta falta de producción artística religiosa, como estamos ante una fase de absoluta falta de fe, razones que nos conducen a ver el ocaso. Pero es que además muchos edificios religiosos que han perdido su uso original, (queda pendiente hablar de la desamortización de Mendizabal), y a estos edificios se les busca otros usos para darle una salida airosa a la historia, y es aquí donde nos encontramos con una de las más importantes muestras del ocaso, los representantes de los dioses en la tierra se aferran en ocasiones no a la fe, sino a los restos de los edificios, no a lo espiritual sino a lo material, intentan proteger la casa de dios y no a dios mismo.

Me gustaría pensar que la inigualable producción artística de la gran religión de occidente, que las iglesias, monasterios, conventos, catedrales, etc, además de la propia fe, no se convirtieran en moneda de cambio, en artículos objeto de una rendición pactada ante la gran derrota, me gustaría que quedaran al margen del ocaso.

Juan Carlos Prieto
Arquitecto
Director de la Fundación Sta.María la Real
Centro de Estudios del Románico

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