Febrero 2001

javier mozas

Diario sobre la memoria

Recuerdo 1, sábado 20 de noviembre de 1999

“Una tienda mohosa de extrañas proustianas magdalenas figurativas, bizcochos rancios que no han encontrado un pasaje apropiado, que se han atascado en el gaznate. Un ‘passage dangereux’. Sin embargo, como los trocitos más aromáticos y más apetitosos de Proust, son recordatorios de la memoria.”7

Visita a la exposición de la obra Passage Dangereux de Louise Bourgeois

El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía estaba como lo había dejado hacía tres años. Yo, que pasé diez años de mi vida en Madrid, seguía encontrando extraña a esta ciudad. Debe ser porque no identifico en mi memoria ningún espacio al que llamar casa. Esto sin embargo, no me ocurre en otros lugares, en los que nunca he vivido. Mi casa de Madrid fueron los cuatro apartamentos que compartí. De esos espacios con muebles y de esos rincones ajenos no guardo intensos recuerdos.

El Museo Reina Sofía es un buen lugar para exponer la obra de Bourgeois. La desnudez de sus muros y el ascetismo de sus patios prolongan la terapia artística de su obra sobre las imágenes que poseemos de edificios como este, de los monasterios y de los hospitales antiguos que hemos visitado. Si Anthony Caro nos enfrenta al gran espejo de la memoria colectiva, Louise Bourgeois coloca, delante nuestro, el espejo de tocador de nuestros recuerdos íntimos. Para Bourgeois sus recuerdos privados son su material de trabajo. Los necesita, como un investigador a sus fuentes o un narrador a sus personajes.

La base de su trabajo es su memoria, porque al reconstruir su pasado, trata de olvidarlo, derrotándolo con el recuerdo, como en una sesión de terapia de sicoanalista, incluso se remonta al día de su nacimiento. “(...) ¿quién nace el día de Navidad? fui un auténtico incordio cuando nací. Toda esa gente tenía sus ostras y su champagne preparados, y allí llegué yo”. 8

Cuando entré en la exposición, fui directo a ver Passage Dangereux. Deseé estar dentro y rozar el caballito de vidrio sin cabeza y revolver los trastos de esa casa, que como las otras cuatro en las que yo había vivido en Madrid, tampoco me pertenecía. Me daban ganas de cambiarlo todo de sitio y de adaptarlo a mis gustos.
Ese pasillo, ese corredor es un lugar para la nostalgia individual, un contenedor de objetos que evoca recuerdos. La casa de nuestra infancia, la casa de los abuelos, con los muebles que nos han sido familiares durante años y con todos nuestros miedos. Están puestos ante mí como un medicamento contra el olvido. Louise Bourgeois cura con su arte, con su terapia de polvo y telarañas y es prisionera de sus memorias, ha sido siempre prisionera de sus memorias y su objetivo es deshacerse de ellas.

Las piezas que forman parte de estos cinco recuerdos, los barracones de Buchenwald, los árboles de Armando, los episodios encajonados de Caro y las habitaciones de Bourgeois no son más que representaciones de nuestros recuerdos, que llenan esos objetos con el sentido extraordinario del paso del tiempo. La memoria, en todos estos casos, se alimenta de su presencia física, de su huella, de su resto, de su clave, de su impresión, pero todos estos objetos aunque estén físicamente presentes, no son del tiempo presente. Su verdadero tiempo es el tiempo remoto en el que los hechos ocurrieron, o se imaginaron. Si comprendemos esto, entonces nos daremos cuenta de que el tiempo es lo único que da forma a la memoria.

Notas

7 Artículo de Jennifer Bloomer, con título Passages Impliqués, publicado en el catálogo Louise Bourgeois. Memoria y arquitectura. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. 1999, p. 91
8 Artículo de Beatriz Colomina, con título La arquitectura del trauma, publicado en el catálogo Louise Bourgeois. Memoria y arquitectura. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. 1999, p. 41

Javier Mozas
Arquitecto
Director de la revista de arquitectura "a+t"
www.aplust.net

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