Febrero 2001

Del interés del arte por el desnudo

kepa murua

El arte necesita reconocer al hombre en múltiples significados. Con el entorno se ensancha su mirada, aparecen los objetos, el paisaje, el contorno, las sombras y luces que le conceden y le quitan protagonismo e importancia. Es el juego del horizonte y la multitud. El horizonte es perverso, con su amplitud abre la mirada al infinito, no descansa en un punto determinado que explique al hombre en su verdadera dimensión. La multitud es desconcertante, con su caos el detalle es tan importante como su demoledor panorama, pero el fragmento pierde nitidez e intensidad ante la secuencia inmediata. Pero el hombre es con el arte el centro del universo, el único motivo donde el mundo puede reconocerse con todo su significado. Reaparece el hombre allá donde el cuerpo es el horizonte y destaca en multitud como si su imagen fuese la suma de mil detalles caóticos y transparentes. Algunos quisieron ver el canon, otros se conformaron con la superficie, con la belleza, con el reflejo y el horror de la verdad ante los ojos, como una evidencia de que el arte se sirve del hombre para mostrar su perversión y a la par desnudar su inocencia. En el arte contemporáneo la piel y las entrañas no tienen un límite tangible ante la mirada del hombre en busca de una belleza reconocible por todos. El espectador es parte del juego, se confunde con el hombre, se confabula con el cuerpo que presencia el movimiento de unas manos, de unos ojos, de una oreja cortada como un emblema reconocible en la historia por todos. Nada es lo que se muestra a primera vista. El desnudo se presenta ante la vida como un homenaje del hombre como una pose del mundo. El cuerpo reconoce en el instante la vulnerabilidad del desnudo: el reflejo de un torso, el secreto de un pubis rasurado, la embestida de un pene que hirvió de deseo... Es demoledor verse desnudo. A imagen y semejanza de una naturaleza que ensancha su mirada ante los otros, el cuerpo viaja tras la estela de su propia imagen convirtiendo al hombre en multitud y detalle donde nada es lo que se intuye. Veíamos el cuerpo desnudo de un hombre y quisimos sentir arte, vimos belleza y arrogancia y sentimos que no era el hombre, sino el dilema de su efímera calma ante los ojos cerrados del mundo.

Ilustración: A. Lz. de Luzuriaga

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