Febrero 2001

La poesía si es que existe

kepa murua

La palabra del poeta busca su pleno sentido en tus ojos. Piensa el poeta que lo que dice y lo que piensa, son pies y manos cuando camina el poema que pasea con el lector de la mano. El poeta había medido sus versos, había abierto sus metáforas al peso de la incomprensión, a la indiferencia, al miedo a perderse, a lo que pudieran pensar de él si dejaba de ser poeta y se convertía en un hombre como uno más en una circunstancia cualquiera. Sentía pavor en lo que no creía, sentía que las palabras se le escurrían de las manos, por lo que había dispuesto algunas claves diluidas en el secreto del poema, para que nada se alejara de la nada como cuando uno no se atreve a declarar su amor o a revelar su pensamiento porque teme perderse entre tantas palabras cuando desde el poeta se ve al hombre. El poeta pensaba que el lector, sus ojos, verían lo que sentía el hombre aún no entendiéndolo del todo. Aun no estando con él pensaba que lo perdonaría. Pero no fue así. Los ojos vieron quizá su temor, intuyeron su nerviosismo, leyeron lo que quisieron escuchar sus ojos que leían, pues el lector pensaba que el poema estaba hecho a su medida y dedicado a su nombre. Lo que no fue escrito pensando en él, se hizo palabra en el hombro de un lector, de un amigo, de un amor perdido, alguien a quien confesar un dilema, un secreto o un viejo error cometido hace tiempo y hoy olvidado en la memoria que es como la distancia que pesa la vida del poema. Lejana cuando no vuelve, cercana cuando se somete a la lectura de aquellas palabras escritas a solas y frente a un inexistente lector, que con tiempo, hizo suyo el poema.

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