Febrero 2001

Canogar: punta de lanza de la vanguardia fotográfica

inés matute

"La obra de Daniel Canogar se sitúa entre lo científico y lo humanista; explora la forma en que nuestros sentidos se adaptan a las nuevas coordenadas espacio-temporales de la revolución electrónica". Esta reflexión, a raiz de una de sus exposiciones, sirve de presentación a Daniel Canogar, creador español que trabaja con la fotografía, o mejor con el rayo de luz portador de imágenes. Canogar ha expuesto sus trabajos en en galerias y museos como el Wexner Center of the Arts (Ohio, USA), Palacio de Velazquez (Madrid) o el Espace d'Art Yvonamor Palix (Paris).

A excepción de la medicina y el deporte, pocas cosas tienen tanto que ver con lo corporal como el arte. En el arte entran en juego los ojos, las manos, la piel, los cinco sentidos como herramientas del acto creativo o bien como medio de acercamiento a los sentidos y la obra del artista. Cuestionemos por un momento a Sartre: ¿Es el enemigo “El otro” o el espacio que nos impide acercarnos al otro? El enemigo, a mi modesto entender, siempre es lo que dificulta la comunión de las almas, aunque supongo que este es un concepto largamente discutible.

Quizás dentro de las distintas disciplinas artísticas sea la fotografía más una dificultad que una ayuda a la hora de producir el acercamiento, puesto que este tipo de imágenes son creadas – en principio- para ser observadas desde la frialdad, desde el desapasionamiento del ojo que simplemente mira.

Delante de la fotografía – luz atravesando un medio semitransparente que crea una proyección que es, en esencia, más metáfora que descripción de lo tangible- el espectador siempre está fuera, a un palmo o a tres pasos de la imagen, ajeno y distante como parte pasiva de un espectáculo privado. Trabajar con los cuerpos y los objetos olvidándonos de la realidad física de esos cuerpos, de sus características matéricas, crear desde la idea de la percepción radical y gélida, tal y como se trabajaría la superficie de una piedra, una tablilla o un lienzo.

La fotografía, para algunos simple proceso fotoquímico, ya no es un medio marginal con respecto al constante movimiento de las artes plásticas, y si algo tuviera de periférico, ahí, precisamente, radicaría su mayor encanto: Suele decirse que las orillas del mundo del arte son el lugar donde las ideas fluyen y se definen con mayor claridad, campo fecundo para la investigación plástica. La fotografía como herramienta de reflexión sobre la realidad, bien sea la realidad “real”, valga la paradoja, o la ficticia. Entramos pues en el mundo de lo virtual, en el engaño, en el juego, y quizás sea esta la dirección elegida por todas las flechas de la vanguardia fotográfica; hablamos de forzar los límites, de jugar con las luces y las sombras del otro lado – por su contenido metafísico siempre más dramáticas- y de una reinterpretación más lúdica, si cabe, del lenguaje fotográfico.

Alguien dijo que vivimos inmersos en la cultura “Mac”, la era de Mac Donalds, Mac Luhan y MacIntosh. Tal vez sea cierto. Tal vez sea cierto que somos a la vez la generación mejor informada y la más manipulable.

Daniel Canogar, el artista cuya obra inspira este artículo, tiene una visión muy particular al respecto: El espíritu racionalista, sobre todo el generado desde la revolución francesa, ha creado una tremenda separación entre lo racional y lo somático; incluso remontándonos a tiempos más remotos, la propia cultura judeocristiana separa el cuerpo del alma, la luz interior de la pecaminosa oscuridad de la carne, la separación fundamental entre lo bueno y lo malo, la bipolaridad maniqueista.

A Canogar, alumno aplicado de la herencia de siglo y medio de fotografía, niño que juega y explota al máximo las potencialidades de una tecnología de la que a menudo abomina, le interesa especialmente nuestra relación con la máquina, la gestualidad de cómo colocamos la cámara fotográfica delante del ojo interrumpiendo así la mirada directa sobre la realidad. Lo mismo ocurre cuando el artista se coloca delante del ordenador y se olvida de su cuerpo limitándose a interactuar con el espacio y la imagen electrónica. Un mundo de transferencias e interferencias intuitivas, un universo de comunicación e incomunicación. Con la imagen virtual, a veces motor de su trabajo, sólo es posible la relación ocular; pasamos del sujeto al objeto a través de la vista, mediante un simple movimiento de retina y dedos. Impulsos nerviosos, baile de neuronas y fugas de litio. Canogar, en una entrevista concedida a Rosa Olivares, se pregunta cómo podemos racionalizar el espacio de una manera cognitiva: ¿Hay tal vez algo más alejado de nuestros propios cuerpos que Internet, que la imagen que no existe? ¿Es correcto oponer términos como corporal y mental? ¿Acaso no es el cerebro parte de nuestro cuerpo?

En los últimos trabajos de Canogar se aprecia un intento por romper con la mencionada división entre el espectador ocular y la aparente laxitud, siempre falsa, de la obra: el espectador debe de estar presente en la lectura de la obra, y en última instancia, activarla. Y aquí llega la luz opaca, el fundido en negro, el silencio de la sala de cine y la “trampa”.
Si bien la superficie de la obra pictórica está de alguna manera “viva” – textura, olor, volumen - el fotógrafo intentará tratar la imagen fotográfica con similar definición, valorando en su justa medida el hecho de que a veces el medio condiciona la propia interpretación/ lectura del mensaje.

Sin olvidar la importancia del cuerpo, uno de los principales objetivos artísticos y fotográficos de todos los tiempos, y tras la pasajera borrachera de miles de imágenes de cuerpos fraccionados y enfriados hasta perder todo vestigio de sensualidad y vida, los nuevos creadores de lo visual desplazarán su interés hacia el movimiento del público a través de la obra.

Elaboradas puestas en escena, gran aparato tecnológico y una cierta disciplina que nos acerca más al mundo del celuloide que a la fotografía. Curiosamente, los mejores resultados y efectos los están consiguiendo las instalaciones más sencillas, las más poéticas, las más ascéticas. El fotógrafo deja de ser un cronista – cuando retrata lo que hay de sus ojos hacia fuera- para ser un auténtico artista- cuando nos abre las puertas de su mundo más privado y logra transmitir lo que hay en su interior.

Como bien nos explica Canogar cada vez que se le interroga acerca de sus montajes, la perspectiva cónica renacentista obligaba al punto de vista único, pero el poder fragmentar ese punto de mira al tiempo que el espectador varía su recorrido alrededor de la obra, puede crear situaciones de gran complejidad sensorial – de ahí el interés por las instalaciones inmersivas- El espectador de la obra de Canogar analiza lo que está sucediendo, pero su cuerpo, parte activa de la obra, sea proyección o instalación, también reacciona emocionalmente ante la imagen. Este es un terreno que de alguna manera nos acerca al espectáculo, y como tal, y aunque nos seduzca de inmediato, es fácilmente banalizable.

Daniel Canogar admite que los espectáculos de realidad virtual y los cines omnimax han sido muchas veces sus fuentes de inspiración a la hora de cuestionar la presencia de los cuerpos en el espacio. Tal vez el error sea nuestro por tener una visión muy simplista, al estilo Hollywood, de lo espectacular o lo trucado.

Las únicas dudas de este joven artista de obra sin embargo madura surgen ante la pregunta de si llevados de la mano de la tecnología no estaremos dificultando la comprensión de la esencia de la obra o no la estaremos despojando de su sentido. Avanzamos en los lenguajes pero repetimos los mensajes, y las formalizaciones a veces son meras acrobacias. ¿Somos dignos hijos de la época “Mac”? ¿Hemos asimilado, sinceramente, las nuevas cotas de la realidad?

Corremos hacia lo virtual y nos olvidamos de lo que es tener carne, sentir dolor, disfrutar y sufrir por nuestra vulnerabilidad física. Paseamos entre proyecciones blancas, negras, cortinas de imágenes que se alteran a nuestro paso, el eterno juego de los espejos, el trueque de las identidades y las cajas negras, pequeños esbozos de vida intuida. En su obra encontramos lo silencioso, lo oculto, lo velado e incluso una chispa de sexo – ni agresivo ni invasivo- en sus más recientes instalaciones. Lo que es, lo que nunca ha sido, la idea sobre la forma. Ni el arte imitando a la vida ni la vida suplantando al arte, mejor una novedosa revisión del mensaje de Duchamp: es el propio autor quien define con su interpretación la obra.

¿Las claves para descifrar la nueva fotografía? La búsqueda de una nueva densidad dentro de un mundo más fantasmagórico que nunca. De la mano de Canogar, y de algunos otros fotógrafos de vanguardia, la máquina fotográfica deja de ser un escudo detrás del cual esconderse para evitar intervenir en la vida. La imagen será a través de sus trabajos una nueva manera de entendernos, de crear cosmogonías propias y a la vez universales, pues lo que nos aísla no es lo que vemos o lo que dejamos de ver, sino nuestra limitada manera de pensar y digerir la mutante realidad que nos rodea.

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