Febrero 2001

enrique gutiérrez ordorika
"Navegaciones espaciales y naufragios terrestres "

Al parecer, el siglo que acabamos de comenzar va a inaugurar una era de modernos argonautas en la que van a cobrar importancia dos nuevos tipos de seguidores de Jasón. Aquel héroe legendario al que educó un centauro y que, según la mitología helena, robó un vellocino de oro en la Cólquida y luego terminó su vida como un pobre vagabundo.

El primero está formado por un número creciente de navegantes domésticos que, con la vista clavada en una pantalla de ordenador, viajan por la inmensidad de un cibernético espacio virtual sin ser muy conscientes aún de que esto cambiará profundamente nuestro concepto de civilización, convirtiéndonos en ciudadanos de una aldea de internautas. Aldea en la que el nombre se sustituye por el password y el lenguaje adopta la iconografía de una oralidad visual donde texto e imagen se fusionan formando mensajes que, con la ausencia de fronteras espaciales y la instantaneidad de la comunicación, pronto modificarán -además de hábitos y costumbres- visiones del mundo y relaciones de identidad.

El segundo lo integran ese puñado de exploradores vestidos con escafandra de astronauta que protagonizan la Odisea del espacio interestelar y que, según las predicciones científicas, comenzarán en breve la construcción de una plataforma en la órbita terrestre desde la que realizar el primer viaje tripulado a la superficie de Marte. Lo que significaría algo así como abrir el camino que podría llevar a conocer otros mundos a los habitantes de este planeta del que Yuri Gagarin –el iniciador de los vuelos cósmicos- dijo, desde allí arriba parecía frágil y bello como un zafiro azul.

La pregunta no es si los tiempos que se anuncian germinarán en un futuro más o menos próximo, sino si éste será mejor o peor; o, lo que es lo mismo, si a la velocidad del progreso científico-técnico le acompañará una cultura en la que emerja un humanismo renovado.

Vivimos en una época de terribles paradojas, en la que comparten esfera terrestre sofisticados transbordadores espaciales como el Discovery y computadoras como Asci White -capaces de calcular en un segundo lo que una persona en 10 millones de años- con régimenes medievales como el de los talibanes en Afganistán o con países, como Bostwana, donde el 35% de la población adulta se encuentra infectada de sida y ni siquiera existen dispensarios de preservativos para evitar su propagación.



Hoy, personajes como el presidente de Microsoft, Bill Gates, poseen fortunas que, dicho de forma literaria, los convierten en seres más poderosos que la mayoría de los dioses a los que adoraban los pueblos en la antigüedad. Esumare, el dios del arco iris de los yorubas, podía hacer que lloviera algún día; gölshün, el espíritu con el que hablaban los chamanes, podía hacer que el lobo no atacara a las ovejas; pero los magnates de Silicon Valley poseen suficiente dinero como para erradicar toda la miseria del continente africano Sin embargo, a los dioses del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional no les gusta despilfarrar su dinero en milagros que no estén familiarizados con el Nasdap.

En Seatle, como en Praga, como ahora en Davos -donde está teniendo lugar la asamblea del Foro Económico Mundial- las voces de los perdedores del siglo XX vuelven a evidenciar, ante los cordones policiales que los separan de los amos del mundo, que los dos polos que caracterizan nuestro tiempo son el de la alienación y el compromiso, no hay final de la historia. Entre las decepciones de las utopías del pasado y las esperanzas del futuro, el libro del acontecer está siempre abierto por la mitad y como señala Howard Zinn "no se puede ser neutral en un tren en movimiento". Sólo el presente existe, aunque para muchos es cuestión de supervivencia el crear un futuro mejor

Cuentan los griegos que Jasón murió a la sombra de su navío; mientras sollozaba recordando sus glorias pasadas, la proa se desplomó y lo mató. Zeus entonces cogió la popa del barco llamado Argos y la convirtió en una constelación celeste. Los nuevos argonautas sueñan con Cólquidas en las que encontrar nuevos vellocinos. El problema es que mientras muchos lo hacen como Icaro, con alas de cera que los llevan a caer en el océano; otros, pocos, muy pocos, lo hacen sin enfrentarse a la fuerza de la gravedad de la vida, y vuelan -a lomos de los dividendos que les proporciona la globalización- con antifaz de salteador y capa de vampiro como Batman.

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