Febrero 2001

Bestiario

josé morella

Como al fin y al cabo uno siempre está dándole vueltas a los mismos temas, obsesionado con las mismas historias, fascinado con las mismas lecturas, no pude dejar de pensar en Cortázar cuando vi, hace poco, El Ángel exterminador, de Luis Buñuel. Toda la película estuve preguntándome qué pensaría Cortázar de ella, si es que la vio. Estoy seguro de que hubiera reconocido al director maño como un enorme cronopio. Antes de llegar a ciertos temas comunes, como la fascinación con lo doble y el gusto por lo siniestro, encontramos puntos en común entre la trama misma de la película y la obra de Cortázar; enseguida se piensa en “Casa tomada”, ese cuento magistral que encantó a Borges, en el que la casa del protagonista va siendo poco a poco “tomada”, de manera que él, junto con su hermana, deben ir refugiándose en las estancias que van quedando libres, hasta que finalmente tienen que marcharse. En ningún momento sabemos qué o quién es el agente externo que invade la casa. Ni siquiera sabemos si es un agente externo. Tampoco hay pistas en el texto que sugieran ningún motivo coherente por el cual los protagonistas tengan que sufrir ese desplazamiento. De un modo similar, en la casa en la que se desarrolla la acción de El Ángel Exterminador ocurre algo inexplicable. Al empezar la película, la casa señorial es abandonada por todos los criados menos uno, quedándose sin servicio la fiesta que van a ofrecer los anfitriones a todos sus huéspedes. Una vez que todos están reunidos, después de cenar, en el salón de baile, notarán que nadie es capaz de salir de la habitación. Sin ningún motivo. Toda la película se desarrolla en ese salón y en el exterior de la casa, donde se agolpa una multitud que tampoco es capaz de traspasar la verja de la entrada. Eso es la película. Finalmente vuelven los criados, la gente de la fiesta recobra una posición física idéntica a la del momento en que entraron en la estancia y el círculo se cierra. Los dos textos, por lo tanto, tienen como premisa no explicarse a sí mismos, sino dejarle parte del trabajo (la más importante, sin duda, porque justifica y refuerza hasta el infinito el trabajo del autor) al lector / espectador. Del cuento de Cortázar puede haber interpretaciones marxistas (el autor es obligado a exiliarse de su patria por fuerzas políticas represivas), psicoanalíticas (el agente que les expulsa es interno, su propio subconsciente, el miedo a una enfermedad, la sombra del padre incontestable, la culpa por un incesto no explicado entre los dos hermanos...) existenciales (la casa como microcosmos o metáfora de la vida, del paso del tiempo, del viaje hacia la muerte...)... Dentro de estos tres grandes grupos, que seguramente no son los únicos, cabrían sub-interpretaciones infinitamente diversas. Lo mismo ocurre con el filme. Lo que me parece interesante, sin embargo, no es sólo lo magistralmente escritas que están ambas obras, sino el hecho de que se basan en la aceptación de que el sentido de los textos no es algo que se pueda ni se deba controlar. Que los textos se actualizan siendo leídos, y que si no hay nadie que los lea y los piense, no existen como textos. Buñuel y Cortázar nos dan un esqueleto para que nosotros lo rellenemos, una excusa para buscar el sentido, pero ese sentido no es previo, no está en el texto. Es un sentido que nosotros proyectamos en él. Paradójicamente, cuando el autor se quita responsabilidades interpretativas, el texto se vigoriza. Cuando el texto explica poco, se multiplica por cien su valor. De hecho, estos textos están verdaderamente pensados para el lector. Para no tratarlo como un ser pasivo. Para no pensar por él o ella. Si todos los productos culturales con los que se nos invade procuraran no insultar nuestra inteligencia, como estos dos textos procuran, no nos veríamos en el aprieto de tener que soportar una cartelera cinematográfica llena de basura (You’re the one es un ejemplo vergonzantemente claro) y una avalancha de libros que sólo sirven para aletargarnos. Nuestro mundillo cultural, por desgracia, cada vez se parece más a esa angustiosa casa de la que te van echando puerta a puerta, o a esa otra en la que te encierran, quizá para que no veas lo que hay fuera, o quizá para que creas que el mundo se reduce a lo de dentro. Estamos hartos de que piensen por nosotros. De historias que se cierran perfectas como edificios cúbicos, para permanecer cerradas hasta la eternidad. Suerte que todavía podemos revisitar a los cronopios de toda la vida, a los amigos de siempre.

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