Abril 2001

Yi Sang: un raro de la Literatura Coreana (I)

mario alonso arango m.

YI SANG, UN TRAZO DE VIDA

Nació en 1910 en Seúl, el mismo año de la anexión de Corea a Japón. Una suerte de fatalismo y misterio acompañan sus últimos días. Viajó a Japón el 17 de octubre de 1936, con una avanzada tuberculosis, que por entonces era una enfermedad incurable. Los motivos de su viaje no son del todo claros, sin embargo, a través del carácter fuertemente biográfico de sus textos es fácil rastrear su malestar interior (los continuos impases amorosos), su desazón vital (que algunos asocian con una extrema intelectualización de la vida moderna y otros con una fatal hipersensibilidad de poeta maldito finisecular) y su deseo de escapar de Seúl, quizá como la última oportunidad que se daba a sí mismo, y en la distancia, luchar con su obsesiva ansiedad de muerte. Es una anécdota por todos conocida que días antes de su viaje, visita al poeta Yu-chong Kim para proponerle un suicidio conjunto. Una propuesta que el poeta rechaza. Este pasaje lo deja consignado en su cuento “Flor perdida” (Shilwa, 1936):


Mientras deambulaba por las calles pobladas de neblina, sentí un repentino
deseo de visitar a Yu Chong. Me aparecí en su casa con dos cajetillas de
cigarrillos para mí y con diez centavos de peras para él. El fuerte olor a
fenol que tenía pasado hasta al exuberante florero que adornaba su espacio,
hacía más fantasmagórico el lugar. Ni siquiera tuvo fuerzas para preguntarme
por la razón de la visita.

“ -Perder la fe es la mejor provocación para la muerte. Es como perder la
salud. ¿La perdiste hace mucho ... o sólo hoy, Yi Sang?”

“Yu Chong, si lo deseas, podría hacerlo esta misma noche. No tiene nada que
que ver con las heridas de ninguna coqueta, a lo mejor pretendo ser uno de
los tantos genios que mueren a los veintiséis años ¡Yu Chong y Yi Sang!
¡Un doble suicidio! ¡esplendoroso! ¡sagrado! ¡pero cómo arreglar tanta
mentira incontrolable!”


Por su parte, con un abierto carácter biográfico las páginas de los cuentos se tiñen de sus desencuentros amorosos. Unas veces, en la melancólica pero apacible aceptación del final como en “Encuentros y desencuentros” (Pongbyol-gi, 1936), donde pareciera que fuerzas externas a los personajes mismos se opusieran a la felicidad, dejando al lector con la sospecha de haber visualizado el verdadero amor. Tal vez, con la sospecha de que este no puede realizarse más que en la transgresión, al margen de todo, a pesar de todo, en el sacrificio. Otras veces, con la rabia contenida, frente a la ironía de un orden absurdo de casualidades. Es el caso de “Memorias de una ilusión” (publicado póstumamente en 1938), el relato de dos amigos que se enamoran de la misma persona. Allí donde se cede el objeto de amor por ideales más altos como la amistad, la vida del amigo enfermo. Está también “Corte de pelo” (Danbal, publicado póstumamente en 1939), donde el intelecto es un obstáculo para los auténticos sentimientos, convirtiendo la relación en un eterno juego de fuerzas en constante choque, siempre acompañadas de la soledad como su definitiva consecuencia. Y finalmente, el alma atrapada en un cuerpo colonizado, como veremos más adelante a propósito del cuento “Alas” (Nalgue, 1936).


El doce de febrero de 1937, fue arrestado por las autoridades japonesas como un indeseable y fuera de la ley. Las causas tampoco son claras: no se sabe si era un transeúnte más en medio de las marchas que por entonces llevaban a cabo estudiantes e intelectuales contra la guerra o si realmente se había unido a las protestas y apresado en la redada. Lo cierto es que estuvo detenido treinta y cuatro días, hasta el dieciséis de marzo, desde donde fue conducido gravemente enfermo a un hospital de Tokio, donde murió el siete de abril del mismo año. La urna con sus cenizas fue llevada a Seúl para ser depositada en una sepultura para indigentes que pronto fue imposible de localizar. Tal vez este hecho, la fama de genio/ loco de vida disipada, el hecho de haber trabajado para el Departamento de Obras públicas del gobierno japonés y publicar muchas de sus obras primero en la lengua del colonizador han venido a aumentar el aura de misterio / leyenda en torno a su persona. Un personaje que terminó por dividir no sólo a los críticos y lectores de la época en torno a los criterios estéticos sino también entre la crítica de la literatura actual. Es como si la deuda con este escritor, el hecho de habitar una tumba sin nombre, una tumba desparramada evitara exhumar definitivamente el cadáver. Digo esto, sabiendo del profundo respeto que tiene el pueblo coreano por sus muertos.


Los reveses de la fortuna hacen que su tío paterno se encargue de su crianza y educación a la edad de tres años. A los diecisiete, mientras se encontraba asistiendo al riguroso Colegio Politécnico Kyongsung de Seúl, (posteriormente convertido en dependencia de la Universidad Nacional), y debido a las presiones de su tío, abandona sus ambiciones de pintor y comienza sus estudios de arquitectura. Sin embargo, no dejó de dibujar ni de pintar. De sus trabajos se recuerdan las veintiocho ilustraciones que hizo con el seudónimo “Hayung” para la novela serial “Un día en la vida del señor Kubo, el novelista”, escrita por su amigo Tae-won Pak. Además en 1929 obtuvo el primer premio por el diseño de la carátula de la revista en japonés Chosun y su arquitectura. En el mismo año termina sus estudios en el Kyongsung y pronto empieza a trabajar como ingeniero-arquitecto en el departamento de obras públicas, una dependencia del gobierno colonial.

Por esta época empezaba a ser ya un caso raro. Cambiarse el nombre no estaba bien visto y lo hizo. Su verdadero nombre Hae-gyong Kim (Hae, mar; gyon, alegría) contrasta con el de Yi Sang, ( donde los caracteres fónicos Yi y Sang están asociados en coreano con lo raro y la utopía, respectivamente). En cuanto a la asunción de este nombre comentan algunos que mientras trabajaba como arquitecto al escritor le hizo gracia que un empleado lo llamara “Señor Kin” como una pronunciación japonizada de su apellido coreano “Kim”, y agregando la partícula “san” que en japonés se afija a los nombres de personas. Sin embargo, otros, haciendo una lectura intertextual de sus trabajos, incluso lo asocian con el título de la película de Jean Couteau, “Le Sang d´un poéte” (La sangre de un poeta), que fue estrenada por entonces en Seúl y en Tokio. Para ellos es muy probable que el escritor después de haberla visto o haber escuchado de ella, encontrara ecos de afinidad con este otro genio de la vanguardia francesa, incluso que viera correr su destino de poeta agónico en el título de dicha película: nótese la relación homofónica entre el sobrenombre “Lee Sang” (del coreano Lee que es Yi, según la romanización más corriente que se ha hecho de su sobrenombre a las lenguas occidentales) y Le Sang (en francés) / la sangre.


Durante febrero y marzo de 1930 sale publicado de manera serial en el periódico Choson su única novela corta “Doce de diciembre”. Para la crítica una remembranza de la vida personal del escritor: la historia se teje alrededor de dos hermanos que representan, a su padre y a su tío, respectivamente, y del más joven “T”, Yi Sang mismo. Muchos ven también este primer trabajo como una fuente que provee claves para la comprensión de la simbología alrededor de los números, sobre todo en la estructuración de su poesía. Así mismo el punto del comienzo para el concepto de espacio en el sentido de círculo, de imposibilidad de superar los límites y de una marcada tendencia hacia abajo relacionada con la pulsión de muerte. A propósito, algunos apartes del prólogo a la cuarta parte de este primer relato:


Quiero que se olviden de todo mi pasado. También yo he intentado
olvidarlo. Muchas veces me ha visitado el suicidio, pero no he sido
capaz de morirme.

Una pequeña luz me ha visitado algunas veces. Pero ha sido nada más
que unos instantes. El suicidio me visita de nuevo (...) como algo
esencialmente fatal.

Estoy desencantado. Ahora sólo me sostiene el horror de mi propia
vida en desarrollo. A nada le temo, pero la desilusión por no morir
se hace más grande.

No habría mayor suerte en mi vida que recibir esta visita.
Hasta entonces seguiré en el desasosiego, viviendo entre la desilusión
de no poder morirme y la venganza por no poder vivir.

Pero ahora no es la esperanza de vivir ni de morir (...) lo que deseo.
Es que no me venga esa suerte a ocupar este último momento mío,
sin que concluya esta temerosa anotación. La pluma es mi última espada.


Para el año 1931 su tuberculosis vino demasiado severa y en dos años estaba ya escupiendo sangre. Su debilitada condición física lo fuerza a dejar su cargo como ingeniero-arquitecto y se abandona al placer de la literatura por el resto de su vida. En este mismo año empieza a publicar poemas por primera vez en coreano. Poemas con cifras, figuras, sin ningún espacio entre palabras tentando a los lectores a nuevas unidades y sentidos, muchas veces paradojales. En marzo de 1933 por recomendación de su amigo Tae-won Pak, el novelista, se va a los baños termales de Baechon donde conoce a Kumhong, la mujer que se convertirá en su amante y que marcará su vida y su escritura. De su relación escribirá los relatos “Encuentros y desencuentros” (Pongbyol-gi, 1936) y “Alas” (Nalgue, 1936). Para la crítica, el inicio de su vida disipada. En el mes de julio, junto a Kumhong, Yi Sang abre la cafetería “La golondrina”(chebi), la que convierten en lugar de encuentro y espacio de tertulia para sus amigos.


Hacia el mes de agosto del mismo año, se formó el famoso “Grupo de los nueve”, una serie de poetas unidos por el ideario estético de la literatura pura y la experimentación poética. Su nombre está asociado al hecho de que el número siempre era constante y cuando salían unos entraban otros para completarlo. El grupo inicial estuvo conformado por los poetas ki-rim Kim, Hyo-sok Yi, Chong-myong Yi, Yu-chong Kim, Chi-chin Yu, Yong-man Cho, Tae-chun Yi, Chi-yong Chong y Mu-yong Yi. Después de que salieran Tae Chun Yi y Chi-yon Chong se adhirieron al grupo Tae-won Pak y Yi Sang. Entre las actividades del grupo están su dedicación a la preparación de conferencias sobre estética literaria y a la producción de material que mantuviera la revista Poesía y Novela. Su quehacer estuvo muy ligado a “La golondrina”, y continuó con sus actividades tres o cuatro años más, a pesar de que el lugar se cerrara en agosto de 1935, tras la separación de Kumhong y Yi Sang. Las ideas del grupo podrían resumirse así: 1) estética de la autoreflexión o de la consciencia; 2) simultaneidad, yuxtaposición, montaje; 3) paradoja, ambigüedad; 4) deshumanización o colapso del sujeto individual. Todas estas ideas o metodologías fueron aplicadas de una u otra manera por el grupo, aunque fue Yi Sang su pionero.


En 1934 imbuido de sus ideas modernistas y aplicando conceptos de la arquitectura, empieza a publicar de manera serial el conjunto de poemas “A la vista de los ojos del cuervo” (Ogamdo) en el periódico Chosun. La protesta de los lectores y editores no se hizo esperar, el público reaccionó tildando su trabajo de antiestético, hermético e inconsistente, forzando a que la serie se suspendiera. Yi Sang respondió:

No sé porqué dicen que soy loco. ¿Vivirán sin preocuparse de que
estamos unas décadas más atrasados que otros? ¿Acaso soy un
incapaz y debo sentarme a reflexionar por haber vivido negligentemente?
No soy de esos tipejos que se presentan como poetas que sólo
escriben poesía. He sudado escogiendo treinta y seis obras entre
dos mil. Lo siento en el alma. Estrené la cabeza de un dragón
sagrado con mis trabajos del 31 y 32. Sin embargo, ante tales
críticas, prefiero no estrenar la cola de serpiente ni la de ratón.


En “Flor perdida” (Shilwa, 1936) y “El niño terrible” (Donje ,1937) el devenir del recuerdo, del fluir de la consciencia a fragmentos, retan al lector a participar de manera activa en la reconstrucción de la historia. Nótese, por ejemplo, la división tipográfica (las comillas / los paréntesis, etc.) en un pasaje del primero:


(Tiene una barba completamente negra, bellamente crecida, bordeando la
boca y el mentón)

“¿En qué tanto piensa, señor? Su tabaco ya se ha consumido por completo.
¡Ay! ¿qué hace usted? ¡Se le va a encender la boquilla! ¡Por favor ... abra
los ojos! Ya he acabado mi historia. ¿En qué tanto ha estado pensando?”

(¡Qué dulzura! Es tan delicada y suave como el sonido del reloj que se
escucha a lo lejos, una voz precisa, preciosa, ¡Pianíssima! ¿habré soñado?
La he estado escuchando por más de una hora, pero su historia no me
interesa, sólo me dejo llevar por su voz. Una hora ... ha sido tan larga como
una hora, aunque en realidad han transcurrido un poco más de diez minutos.
¿Me habré dormido? No. Todavía recuerdo su historia. No me dormí.
Quizá, ha sido el fluir del arrullo de su voz lo que ha envuelto mis sentidos.)


Son relatos de una evidente vena surrealista, donde los elementos dispersos en el texto terminan por conjuntarse estallando en un nuevo orden de sentido, como de montaje, que dejan muchas veces el sabor amargo del absurdo, de la ironía. Muy claro en el caso del final del “Niño Terrible”:

Ahora bien, los que buscan entender el carro con tacones corren de aquí
para allá y al revés. Me invade el temor como si cargara en mi cinturón
el germen de algo que se hunde poco a poco en el aire. Cuando ya empieza
a tragarme la confusión, T descarga misteriosamente en mis manos una daga
afilada.

¿Querrá que me vengue de Yun? ¿Será que lo apuñalo? ¿No sería mi
fracaso definitivo? No, no quiero hacerlo.

¿Apuñalar a Yoni? Gozaré del nirvana, mientras veo reflejado el rabillo
de sus ojos venenosos en mis retinas.
Mi corazón comienza a congelarse y mis dientes empiezan a chasquear.
¡Ah, me aconseja entonces que me suicide! Pero es difícil, muy difícil hacerlo.
Después algo gelatinoso y tibio llega a hurtadillas a mis manos como si
se burlara de mi cobardía. Es una mandarina de forma muy extraña. T la
había metido en su bolsillo, sin que yo lo notara.

Antes de hacerse agua en mi boca, mis ojos como el rocío evaporado de un
vaso frío, empiezan a nublarse de gotas que no cuajan.


La versatilidad de la vida de Yi Sang y su trabajo literario ha dado pie a todo tipo de lecturas: anticolonialistas, intertextuales e incluso psicosexuales. Pero lo cierto es que sus textos no se agotan, siguen ahí marcando el inicio de la cultura de masas en una Corea que todavía no termina por escribir su historia.

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