ISSN 1578-8644

Perros solitarios

pradip j. phanse / txema g. crespo

No hay imagen más gráfica de la indefensión y el desamparo que la de un perro solitario, con el rabo entre las patas y la mirada huidiza de quien ha recibido un maltrato tal que le han quitado para siempre las ganas de rebelarse. Y para que esto ocurra no hace falta llegar al estado literal del “perro apaleado”; basta con que, en una de esas tan habituales escenas veraniegas o de fin de temporada de caza, un honrado ciudadano abra la puerta de su vehículo en medio de un pueblo perdido en una carretera secundaria y suelte a su hasta ese momento predilecto can.

Quien ha tenido la mala fortuna de presenciar una escena como ésta sabe lo que es la desorientación, el deambular errático que sólo se ve en quienes han perdido el rumbo tras una larga vida desolada. Pero el perro solitario no decide sus pasos hacia el abismo. De ahí que sean muy pocos los que se salvan y vuelven a menear el rabo con alegría o con rabia, pero alto, bien alto, para que todo el mundo conozca el aroma de su dignidad.
De lo miserable que es la vida de los perros buena muestra da el idioma. A los perros no les hace justicia ni la lengua de sus pretendidos amos. Por eso, en esa reivindicación de la dignidad canina, quizás vaya siendo necesario cambiar el significado de la expresión “vida perra”, que siempre ha estado asociada a la desgracia crónica, pero que debería estar más cerca de la capacidad de recuperación que tienen esos afortunados canes que superan su abandono.

Estos perros que logran sobrevivir, que se marchan al monte o esquivan la dura vida de la ciudad para llegar a parar a otra persona que les cuide, estos perros son los que representan en verdad a la especie, cuya existencia merece definitivamente el calificativo de “vida perra”.

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Abril 2001