Abril 2001

enrique gutiérrez ordorika
Arqueología del compromiso y el escritor

En los años setenta, cuando el mundo todavía se hallaba dividido en dos poderosos bloques antagónicos y las urgencias en la conquista de un paraíso terrestre - que se creía inmediato y posible- conllevaba algunos excesos, excesos que casi siempre eran una forma de respuesta a las grandes injusticias de la época, el debate sobre el compromiso social del escritor constituía una de las piedras angulares de las discusiones culturales Este debate marcaba una división entre tirios y troyanos que conllevaba una sectarización en las alabanzas y en los reproches que iba muchos más allá de la diferencia en el estilo, los rigores del lenguaje o las escuelas poéticas.

De ese tiempo es, por ejemplo, el poema de Roque Dalton titulado De un Revolucionario a J.L. Borges en el que entre otras cosas se dice del autor de El Aleph que "Ud., también, señor, fue de los tantos lúcidos que agotaron la infamia" porque "en nuestro Código de Honor el decir: qué escritor! Es bien pobre atenuante; es, quizás, otra infamia..."

Lo que son las cosas, Roque Dalton murió unos años más tarde asesinado por una facción ultraizquierdista de la organización en la que militaba que no le perdonó su lucidez. Pero los tiempos han cambiado considerablemente. El catastrófico derrumbe del bloque del este, y con él del mito de que se había avanzado en la construcción de una sociedad nueva, aceleró la disminución de la confianza en las utopías y los compromisos sociales, provocando lo que algunos llaman periodo de pensamiento débil, cuyas señas de identidad son una revalorización del pragmatismo y un repliegue ciudadano en la vida privada. Estos cambios sociológicos, como no podía ser de otra manera, han influido también en la visión del escritor.

Resulta curioso, sin embargo, que si bien por un lado el acento del compromiso se ha desplazado ahora de lo social a la propia obra, por otro el escritor aún conserve parte de no sé que atributos sacramentales que, más allá de sus escritos, hacen que sea requerido indistintamente a opinar o dar una conferencia sobre el Afganistán de los talibanes, los movimientos migratorios o la historia del cine mudo, cuando no a preparar un saludo para una boda, un bautizo o un funeral.

El que esto sea producto de un evidente anacronismo no quiere decir que sostenga que un escritor no pueda realizar esas tareas como cualquier otro ciudadano, sino que el que a alguien se le atribuyan por el solo hecho de ser escritor esas habilidades automáticamente me parece el producto de un exceso romántico.

De algún modo, desmitificar es devolver las cosas a su verdadera dimensión; y parece lógico que, en su condición de ciudadano, a todo el mundo le correspondan unos compromisos de índole cívico, así como otros de índole particular y profesional, en su condición de fontanero, asaltador de caminos o escritor. De hecho uno puede ser un buen ciudadano y a la vez un mal fontanero, y también un mal ciudadano y un buen escritor.

Además, el que el compromiso del escritor, en tanto que escritor, resida en su propia obra, no hace que su sacrificio disminuya con ello. La historia está llena de ejemplos. Como le dijo Osip Mandelstam a su esposa años antes de morir en el Gulag : "De qué te quejas, éste es el único país que respeta la poesía: mata por ella".

Por suerte hoy esta cita parece una exageración, y el compromiso del escritor con su trabajo no acarrea consecuencias tan fatales; aunque, eso sí, en una sociedad en la que el mercado es casi el único amo y señor, dicho compromiso exige unas dosis de entereza y de honradez que está al alcance de muy pocos. Salvo que, claro, uno haya decidido preservar sus escritos en el anonimato de una intimidad a la que, por supuesto, no llegan las tentaciones. En ese caso todo se resumiría a elegir el día de quemar los papeles cumpliendo el designio de Kafka.

Tengo delante el titular del periódico que me ha sugerido este artículo que se ha ido desfigurando según lo iba escribiendo, hasta independizarse de su primer motivo: "La Audiencia de Barcelona reabre la polémica sobre los premios y los libros por encargo. El juez estima que la denuncia contra Cela por plagio tiene fundamento". No hacen falta comentarios.

Es muy saludable que los escritores, como los demás ciudadanos, pueden prestar su voz a cualquier causa, no importa en que grado éstas sean perdidas o no, pero como los demás ciudadanos deben comenzar por su propia conciencia. Esto, por supuesto, no significa que la elección de su poética tenga que estar subordinada a intereses ajenos, porque como decía, también, Osip Mandelshtam: "la poesía es la conciencia de tener razón".

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