Abril 2001

El Caballo de Troya

amado gómez ugarte
Hoy, nada

Hoy no me apetece hablar de nada. O, tal vez, simplemente no tengo nada que contar, ningún tema concreto con que ocupar estas líneas que tal vez nadie lea y nada importen. Y se me ocurre que lo mejor será empezar nombrando a Cesare Pavese, el gran escritor italiano, que en su diario íntimo, titulado "El oficio de vivir", ocupa el espacio dedicado al 25 de abril de 1936 con un escueto, significativo y rotundo: <<Hoy, nada>>. Y de tamaña sencillez, concisa y profunda, exenta de toda tentación retórica, se extrae una magna lección que nos enseña que cuando no hay nada que decir lo mejor es no decir nada. Recuerdo también un poema de José Hierro que concluía: <<Qué más da que la nada fuera nada,/ si más nada será, después de todo/ después de tanto todo para nada>>.

Sin embargo, tenemos la manía de llenar los huecos de nuestra vida con palabras que nada dicen, quizás por temor a esos silencios que dicen tanto. Y así nuestras conversaciones, incluso las que mantenemos con nosotros mismos, están cargadas de vacío, de oquedades en forma de palabras, que expresan de modo rutinario nuestras sensaciones, sentimientos y pensamientos. Cuántas veces no habremos repetido a lo largo de nuestra vida las mismas frases hechas, no habremos leído en distintos libros la misma historia, soñado el mismo sueño imposible, pisado la huella de nuestro propio pie, caminado en círculo creyendo avanzar en línea recta. Y cuántas veces más tendremos todavía que hacerlo para acabar llegando al punto de partida, engañados por la creencia de que el tiempo nos transporta, cuando lo único que hace es transcurrir a través de nosotros, utilizarnos como asfalto de su carretera al infinito, como vía para perpetuarse él a costa de nuestra caduca existencia.

Hablar de nada es, como ya lo habrán interpretado, una contradicción. Algo así como intentar apagar con fuego un incendio o tratar de reanimar a un ahogado dándole un vaso de agua. Además, cada quien puede realizar una paráfrasis personal de esa nada, con significados contrapuestos. De modo que nada sea todo para algunos y todo sea nada para otros. Porque esa nada es, a la vez, ausencia y compañía. Esencia y vaciedad. Como una música que existe porque suena, pero no existe porque sólo suena dentro de nuestra cabeza, y nadie más puede escucharla.

Lo cierto es que yo no tenía hoy nada que decir, y en vez de seguir el sabio consejo de Cesare Pavese y escribir simplemente <<hoy, nada>>, pues estoy aquí rellenando de nada y más nada la totalidad de esta columna. Pavese no fue capaz de superar la amenaza de la nada que pendía sobre su cerebro y se arrojó al pesimismo. Dijo: <<Basta de palabras, un gesto. No volveré a escribir>>. Y se suicidó. Los demás no tenemos su lucidez y valor, y nos conformamos con seguir viviendo y escribiendo, posiblemente para nada.

Cecilia, aquella cantante que se hizo mito tras su muerte en accidente, cantaba una canción cuya letra decía: <<Nada de ti, nada de mí, nada de nadie soy yo, nada de nada>>. Y tal vez tuviera razón, pues que solos nacemos de la nada y solos morimos (partimos) de nuevo hacia la nada, y la compañía que durante nuestra existencia nos consuela de la soledad y la nada es, querámoslo o no, otra soledad y otra nada en que mirarnos, aunque al mirar hallemos los ojos de la nada que nos devuelven la mirada. Pero siempre queda el consuelo de saber que la nada también se puede compartir, como estas palabras que hoy escribo para hablar de nada con ustedes (o conmigo).

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