Luke

Luke nº 108 - Julio-Agosto 2009
ISSN: 1578-8644
Marta Macho

Sobre letras y números (Parte I)

Muchas personas piensan que los ámbitos de las ciencias y de las letras son antagónicos. Existe un convencimiento general de que a los científicos no les preocupa la literatura, porque sólo están interesados en lo objetivo, o que las personas de letras son incapaces de entender algunos hechos científicos elementales. Creo que se trata de un tópico, como tantos otros, y que las ciencias y las letras forman parte de nuestra cultura, cada una aportando su singular belleza. Las siguientes referencias son una breve muestra de cómo las matemáticas y la literatura se complementan.

Miguel de Cervantes enumera en El Quijote los conocimientos que debe poseer todo caballero andante: "Es una ciencia –replicó don Quijote– que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo [...] ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas".

Jonathan Swift describe en Los viajes de Gulliver una pintoresca manera de aprender matemáticas: "Fui a una escuela de matemática, donde el profesor instruía a sus discípulos siguiendo un método difícilmente imaginable entre nosotros en Europa. La proposición y la demostración parecían escritas claramente en una oblea fina con tinta hecha de un colorante cefálico. Esto tenía que tragárselo el estudiante con el estómago en ayunas y no comer nada sino pan y agua durante los tres días que seguían. Al digerir la oblea, el colorante se le subía al cerebro llevándose la proposición al mismo tiempo. [...] Pero hasta ahora el resultado ha defraudado, ya por algún error de dosis o de composición, ya por la picardía de los mozalbetes, a quienes da tanto asco esa píldora que por lo general se escabullen subrepticiamente y la expulsan por arriba antes de que pueda hacer efecto".

Edgar Allan Poe –de quien se conmemora este año el bicentenario de su nacimiento– poseía amplios conocimientos de matemáticas. Refiriéndose a los escritores Cornelius Mathews y William Ellery Channing escribió socarronamente: "To speak algebraically: Mr. M. is execrable but Mr. C. is (x+1)-ecrable". En El escarabajo de oro aparece una magnífica lección de criptografía: Los caracteres siguientes aparecían de manera toscamente trazada, en color rojo, entre la calavera y la cabra:

53+++305))6*;4826)4+.)4+);806*:48+8¶60))85;1+(;:+*8+8 3(88)5*+;46(;88*9*';8)*+(;485);5*+2:*+(;4956*2(5-4)8¶8*;4069285);)6+8)4++;1(+9;48081; 8:+1;48+85;4)485+528806*81(+9;48;(88;4(+?34;48)4+;161;: 188;+?; [...]

El protagonista de la obra resuelve –con un minucioso sistema– el criptograma escrito por el pirata Kidd, y descubre el lugar donde se esconde el codiciado tesoro.

Los personajes de La isla misteriosa de Julio Verne utilizan el teorema de Thales para calcular la altura de una muralla: "Cyrus Smith se había provisto de una vara recta, de unos 3,60 metros de longitud. [...] Harbert llevaba una plomada que le había dado Cyrus Smith, consistente en una simple piedra atada con el extremo de una fibra flexible. Llegado a unos sesenta centímetros de la orilla de la playa y a unos ciento cincuenta metros de la muralla granítica, que se erguía perpendicularmente, Cyrus Smith clavó la vara en la arena, a unos sesenta centímetros de profundidad, y, tras sujetarla bien, logró mantenerla perpendicular al plano del horizonte, gracias a la plomada. Hecho esto, se apartó a la distancia necesaria para que, tumbado sobre la arena, su mirada pusiera en línea el extremo de la vara y la cresta de la muralla. Después, señaló el punto con una estaca. [...] Acabo de construir dos triángulos semejantes, ambos rectángulos. El primero, el más pequeño, tiene por lados la vara perpendicular y la línea entre la estaca y la base de la vara, y por hipotenusa, mi radio visual. El segundo, tiene por lado la muralla perpendicular cuya altura queremos medir y la distancia de su base a la vara, y por hipotenusa, también mi radio visual, que prolonga la del primer triángulo [...] cuando hayamos medido las dos primeras distancias conociendo la altura de la vara, no tendremos más que hacer un cálculo de proporción para saber la altura de la muralla, sin tener que medirla directamente".

En Guerra y paz, León Tolstoi demuestra matemáticamente que Napoleón es el diablo: "Dicha profecía se encuentra en el capítulo XIII, versículo 18 y dice así: 'Aquí está la sabiduría; quien tenga inteligencia, cuente el número de las bestias, porque es un número de hombre y su número es seiscientos sesenta y seis'. Y en el mismo capítulo, el versículo 5 dice: 'Y se le dio una boca que profería palabras llenas de orgullo y de blasfemia; y se le confirió el poder de hacer la guerra durante 42 meses'. […] Las letras del alfabeto francés, como los caracteres hebraicos, pueden expresarse por medio de cifras, y atribuyendo a las diez primeras letras el valor de las unidades y a las siguientes el de las decenas, ofrecen el significado siguiente:

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Escribiendo con este alfabeto en cifras las palabras "le empereur Napoleón", la suma de los números correspondientes daba por resultado 666, de lo que resultaba que Napoleón era la bestia de que hablaba el Apocalipsis. Además, al escribir con ese mismo alfabeto cifrado la palabra francesa quarante deux, es decir, el límite de 42 meses asignados a la bestia para pronunciar sus palabras orgullosas y blasfemas, la suma de las cifras correspondientes a la palabra última era también 666, de lo que se infería que el poder napoleónico terminaba en 1812, fecha en que el emperador cumplía los cuarenta y dos años".

En el relato "A través de las puertas de la llave de plata" del ciclo Las aventuras oníricas de Randolph Carter, Howard Phillips Lovecraft introduce la siguiente lección de geometría: "Tras un silencio impresionante, las ondas continuaron diciéndole que lo que los habitantes de menos dimensiones llaman cambio, no es más que una simple función de sus conciencias, las cuales contemplan el mundo desde diversos ángulos cósmicos. Las figuras que se obtienen al seccionar un cono parecen variar según el ángulo del plano que lo secciona, engendrando el círculo, la elipse, la parábola o la hipérbola sin que el cono experimente cambio alguno; y del mismo modo, los aspectos locales de una realidad inmutable e infinita parecen cambiar con el ángulo cósmico de observación. Los débiles seres de los mundos inferiores son esclavos de esta diversidad de ángulos de conciencia, ya que, aparte de alguna rara excepción, no llegan a dominarlos".

La obra de Jorge Luis Borges está plagada de referencias matemáticas. En El libro de arena se trata el tema del infinito: "Me pidió que buscara la primera hoja. Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro. [...] No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número". Y en La biblioteca de Babel, Borges habla de una biblioteca que contiene una cantidad de libros inimaginable: "La biblioteca es total y en sus anaqueles se registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos, o sea, todo lo que es dable expresar. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, el evangelio gnóstico de Balsídes, el comentario de ese evangelio [...]"

En Cent mille milliards de poèmes, Raymond Queneau escribe 10 sonetos, que se imprimen sobre 10 páginas, se recortan en 14 tiras, cada una correspondiente a un verso. Se puede hojear el libro y leer el primer verso del séptimo poema, seguido del segundo verso del décimo, del tercero del primero, etc. Son cien mil millardos –1014 = 100.000 × 109– de poemas, porque hay 10 elecciones para el primer verso, 10 para el segundo y así hasta el 14, más de un millón de siglos de lectura, como calcula el propio Queneau: 45 segundos para leer un poema, 15 segundos para cambiar las tiras, 8 horas de lectura al día, 200 días de lectura al año...

(...) Continúa

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