ISSN 1578-8644 | nº 41 - Julio / Agosto 2003 | Contacto | Ultimo Luke
"Nikita"
fata morgana

Cuento ganador del IX Certamen de Relatos Kimetz

Yo fui el que encontró el cuerpo de la niña Lena Zakotnova a la orilla del río Grushevka. Me llamo Nikolai Maxímich Polzicov, me dicen Nikita; tengo diez años y estoy en el quinto curso, el próximo año estaré en el sexto y seré todo un éxito, así lo ha anunciado la maestra Fedorovna, que es una mujer que mira a la clase con aire grave y nos trata de usted. Fue así: esa tarde yo acababa de bajar el puente Grushevski para ir a un sitio que conozco entre los sauces llorones a hacer rebotar piedrecitas contra el agua; es un sitio fenómeno para eso; luego iban a venir mis amigos Oleg, Abramka, Ygor, que es un tonto, Solomon, Boris y algún otro, y Leonid Yeremíach que es mi mejor amigo, y a lo mejor nos poníamos a jugar con la pelota o seguíamos rebotando piedrecitas a ver quién más y más lejos. Yo no sentí ningún miedo, no soy ningún miedoso, Leonid puede dar fé. La niña en la ribera del río estaba en una posición muy extraña; luego que me acerqué, ví que era porque tenía echado encima un capotito de piel de castor y debajo estaba toda desnuda. Entonces corrí cuan rápido pude hacia la calle Soviet y cuando llegué grité y grité hasta que alguien me prestó atención porque aquí los mayores nunca le prestan mucha atención a los niños. Un grande se paró y me preguntó: “Camarada, ¿qué pasa?”, y yo expliqué que había visto a la niña muerta allí abajo, desnuda, tapada con un capotito de castor y con el cogote cortado como una gallina. Después Oleg y Boris y los otros dijeron que yo había gritado de susto porque le vi la cosita a la niña. No, señor, yo no sentí nada de miedo; no soy de los niños que se asustan por ver la cosita: eso sólo le pasa, que yo sepa, a Ygor, que es tonto.

En casa mamá se puso a gritar y dijo a papá que nunca debimos dejar Rostov del Don que es la ciudad donde vivíamos antes para venir a pudrirnos aquí, a Shajti, que es donde vivimos ahora y está lleno de asesinos. Además, chilló que ella teme por Anushka, que es mi hermana y tiene doce años para trece y fuma a escondidas. Papá le dijo que enviara a Anushka a casa de la abuela Raisa en Leningrado -que antes se llamaba Petrogrado, y antes todavía San Petersburgo-, si así se iba a sentir más segura, pero mamá le contestó que nunca mandaría a Anushka a un antro de perdición como es la casa de su suegra, porque allí la iban a echar a perder llevándola a bailes y mi hermana es aun una niña. Entonces papá se molestó y le dijo que la encierre a Anushka bajo llave en el cuartito y la ponga a jugar con las muñecas, y mamá chilló esta vez que Anushka ya es una mujer para andarse con trapitos y muñecas. Mientras peleaban así por Anushka, Anushka estaba patinando en el hielo junto a la puerca de Svetlana, la niña cuyo padre es tan rico que nunca se sabe qué cosa regalarle en los cumpleaños porque lo tiene todo. Luego se quemó la sopa de remolachas que mamá había preparado, vino un humo muy negro y denso de la cocina, y así pelearon por la sopa si bien mamá no dejaba de decir que si papá no la sacara de las casillas y viniera a su hogar al horario en que debe venir un padre, la sopa no se hubiera quemado jamás.

Una cosa que me gustaba de Rostov del Don es que siempre se llamó Rostov del Don. No es como otros sitios: Nizni Nóvgorod se llama ahora Gorki por el camarada escritor Maksim Gorki, y Simbirsk cambió por Uliánovsk en honor a nuestro padre Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; y Volgogrado se pasó a llamar Stalingrado y luego se arrepintieron y le volvieron a poner de nombre Volgogrado en 1961. Los mapas rusos son un incordio y no es posible estudiar geografía así, lo dice siempre Boris, que además se apellida Humbertmann y es un eslavo puro; lo cual no tiene nada de particular porque en la clase tenemos también un Ivanov que es alemán. Cuando yo era bebé me llevaron de excursión a Volgogrado, dicen, para que viera el embalse Tsimlyansk en que trabajó mi padre cuando joven. Mientras construían el muelle número trece de día trabajaban y se llamaban unos a otros camaradas; pero en cuanto llegaba la noche se bebían vodka o un vino caucasiano que se llama chijir, cada uno una botella por lo menos y así borrachos se llamaban entre sí padrecito y hermanito y le oraban a San Vladimiro que era el santo nacional en la época en que Rusia tenía Dios y Dios nos oprimía. Papá a veces dice: “¿Por qué pecados ha sido castigada Rusia con tales estaciones de autobuses y de trenes y aeropuertos?” Mi mejor amigo Leonid Yeremíach explica que eso que papá dice significa en realidad que papá no es tan ateo como quiere hacer creer, sino que cree en Dios en el fondo de su alma y por eso andamos oprimidos y el sueldo que él trae nunca alcanza para nada.

Mi amigo Leonid Yeremíach también tiene una hermana con la que riñe todo el tiempo y hasta tuvo que amenazar a sus padres de que o ponen en vereda a Olenka, la hermana, o él se marcha de la casa para siempre. Leonid piensa que el mejor sitio a donde escaparse es a Oklahoma, en los Estados Unidos, o a casi cualquier otro sitio de occidente. Él afirma que eso que dicen de la decadencia de occidente es una mentira y lo afirman nada más que para meter miedo. Una forma que él encontró para hacer dinero es hacer pasar a Oleg, a Abramka, a Ygor -¡qué tonto es!-, a Solomon, a Boris y a algún otro, a espiar a través de un agujerito que él hizo en la pared de su cuarto, cómo su hermana Olenka hace pis en una bacinilla. Cuando la cosita de Olenka se ve bastante bien, los niños pagamos con una moneda a Leonid y asunto terminado. El tonto de Ygor la primera vez que la vio salió gritando y así nos descubrió a todos delante de Olenka que dijo entonces que se quería morir y armó un gran escándalo; por lo cual ahora Olenka le cobra un porcentaje a su hermano Leonid. Todas estas son costumbres decadentes de occidente, pero a Leonid no le importa un pito, porque cuando él viva allá se comprará su propio barco y sólo muy de vez en cuando navegará hasta el Azov nada más que por acercarse y dejarnos sus saludos. Olenka no es ninguna cochina, dice Leonid, porque ella lo hace por dinero y no por gusto. La cosita de Olenka tiene ya unos pelos rubios y Solomon y algunos otros pidieron a Leonid si nada más por variar podría conseguirnos una niña que mirar que tuviera la cosita de otro color. También vimos a la madre de Leonid hacer sus cosas en el baño, sólo que ella la tiene muy peluda y eso nos hizo impresión y además Leonid nos cobró el doble porque la madre vale más que la hermana, dijo. Boris y los otros le echaron en cara que es un puerco. Oleg trajo una revista alemana hace poco y allí todo es diferente a cómo Olenka; luego a Abramka se le ocurrió ponerse un pedacito de espejo en la punta del zapato y charlar así con las niñas como quien no quiere la cosa; de esta manera les vemos las bragas. Claro que esto no es lo mismo de divertido, pero la gracia está en que las niñas no se den cuenta de nuestra maniobra o bien en darnos cuenta nosotros de si la niña sí descubre nuestra maniobra pero se deja mirar porque es una cochina.

Anushka tiene preparado ya un vestido para su muerte; me lo mostró y es uno bien bonito que perteneció a la tía Sofía, esa que no sabemos a ciencia cierta qué cosa pasó con ella, si se fue de Rusia o qué. Yo veo que el vestido es blanco pero Anushka dice que no lo es, que es de color manteca o de color hueso. El asesino, a quien llaman “el carnicero de Rostov”, según contó la puerca de Svetlana, ofrecía a Lena Zakotnova chicles extranjeros y la muy estúpida parece que le aceptaba; así fue como el asesino entró en contacto con ella y un día la mató. Lo de muy estúpida lo agregó Svetlana porque a ella no se le mueve un pelo por los chicles extranjeros ya que ella lo tiene todo. Mi hermana Anushka dice que ella en cambio no podría resistir la tentación de aceptar un chicle extranjero si alguien se lo ofrece, de modo que ya preparó su vestido para la muerte por si acaso el asesino la mata. Anushka pidió que no lloráramos mucho cuando nos enteráramos de la noticia de su muerte (está convencida de que todo el mundo siente por ella un cariño demoledor). Dispuso que en el ataúd la vistan con el viejo harapo de la tía prófuga y le coloquen dos monedas de las de antes, de un rublo, sobre los ojos para que descanse en paz y tenga con qué pagarle al barquero que la cruza el Volga o el Don, no recuerdo cuál, hacia el reino de los muertos. Debe ser el Don; en la clase enseñaron que en el tiempo antiguo para los tártaros y no sé para qué otro pueblo más, en una orilla del Don estaba Occidente y en la otra Asia. Ignoro a quién pertenece entonces el reino los muertos; a lo mejor es soviético, no lo sé. Ya me hice un lío con este asunto.

Sucede de la siguiente manera eso que los grandes llaman “acostón”: el hombre mete su cosito en el agujerito que tiene la mujer, y es como un imán a propósito para eso, y allí el hombre se descarga. No sé bien qué quiere decir que se descarga. Luego el hombre entristece todo el día y no le dan ganas de pensar en nada ni de hacerse problemas y, o bien se echa a dormir o se queda muy compungido y no soporta que le llamen “camarada” salvo si lo invitan a beber a una taberna. Esto es así porque el alivio no dura mucho y la ansiedad dura siempre. La mujer, en cambio, se levanta y hace como que aquí no ha pasado nada, se alisa la falda y se pone a hacer un niño dentro de su vientre; nueve meses después se saca al niño de la cosita como a un conejo de la galera. Esto es lo que se llama “un matrimonio”, donde si no fuera por los niños que vienen a consecuencia del “acostón”, la mujer pondría al hombre de patitas en la calle; así lo explicó Solomon cuyo padre es médico especialista en el asunto. Esto dura toda la vida, y para el hombre es una maldición, pero para las mujeres no porque se conforman con los niños y nunca tienen tiempo de sobra. Hasta que se vienen viejos, es decir hasta la edad de 30 ó 40 años, todos los “matrimonios” hacen eso. Boris le dijo a Solomon que esto era mentira y que sus padres no hacían esas cochinadas entre ellos; a lo cual Solomon replicó que entonces el padre de Boris lo haría con alguna puerca de la calle. Boris dijo que eso era una mentira aun más grande, porque su padre era un miembro del partido, honesto, y nunca hacía cochinadas con nadie; y Solomon siguió emperrado en que es imposible dejar de hacer cochinadas, y entonces Boris le dio de cachetazos hasta dejarle la cara bien roja, y luego Oleg le pegó a Boris porque Solomon es su mejor amigo y nadie tiene derecho a pegarle a Solomon si no es con el permiso de él, y ahí se animó Abramka y le dio de patadas a Oleg porque es un maldito tirano decadente y ahí nos metimos todos y se armó una de golpes que estuvo fenómeno; solamente Ygor se puso a llorar como un marrano, ¡él es muy tonto!

Hace dos noches que me quedo apostado a la puerta del cuarto de papá y mamá y no parece que hagan entre ellos ninguna cosa; mamá lee un libro en francés o en ruso y papá fuma y luego se duermen muy lejos uno de otro, para que ni siquiera por accidente suceda el acostón. Papá dice que es propio del espíritu de nuestros paisanos preguntarse si hay un Destino que hace que las cosas pasen o si las cosas pasan por sí solas como por accidente o si el hombre hace su Destino y el accidente no existe; si los rusos creyeran esto último, piensa mi papá, no serían tan jugadores y menos existiría una clase de juego que consiste en ponerse una pistola cargada con una sola bala sobre la sien y luego disparar. A veces se muere y a veces no, cuando no se muere se gana mucho dinero gracias a la apuesta y cuando se muere mira uno desde abajo cómo le crece encima el pasto. Al fin y al cabo, nada puede ocurrir peor que la muerte, dice mamá que leyó en su libro, ¡y la muerte es inevitable!

Sólo se lo confié a Leonid Yeremíach porque es mi mejor amigo: con un junquillo de la orilla del río Grushevka levanté el tapadito de piel de castor que cubría a la niña Lena Zakotnova, y entonces vi que estaba desnuda, muy pálida y rara, y donde está la cosita había un gran desgarrón, con el compartimento de hacer niños, como le llama Solomon, roto; las rodillas las tenía en una posición extraviada como si hubieran deseado marcharse de ese cuerpo y lo mismo los pies. Me fijé en su rostro que no parecía por entero suyo porque estaba muy herida en torno a los ojos y tal vez ni siquiera los tenía; yo no sentí ningún miedo, no soy ningún miedoso, porque ¿qué puede ocurrir peor que la muerte?, ¡y la muerte es inevitable!, pero yo me pregunté: ¿qué necesidad tendría el asesino de llevarse los ojos de Lena Zakotnova? ¿Para qué quería él un par de ojos? De verdad que no estoy del todo seguro de que no puedan ocurrir cosas peores que la muerte. Entonces corrí cuan rápido pude hacia la calle Soviet y cuando llegué, grité y grité hasta que encontré a Iosiv, el oficial amigo de papá, que se paró y me preguntó: “Camarada Nikita, ¿qué pasa?”, y yo expliqué que había visto a la niña muerta allí abajo, desnuda, tapada con un capotito de castor y con el cogote cortado como una gallina. No dije nada acerca de los ojos de Lena Zakotnova, ni de su cosita; era mejor dejar que cada uno lo averiguara por sí mismo.